Bomberos en la niebla

La sensación de tiempo detenido se acrecienta con la niebla, que no es el «spleen» de Umbral, pero que vaya usted a saber. En Las Ventas del Espíritu Santo ondea una bandera pirata, sin que al gobierno de la Comunidad, que tiene a un tío sólo para eso, le importe un carajo. En la calle de Lista, frente a la concejalía de los pobres, una charca mefítica que daría para una serie documental de National Geographic permanece intacta al cabo de ocho años de gallardonismo municipal. Al Madrid le siguen tangando los árbitros por esos campos de Dios, pero el espectáculo forma parte de la política de coros y danzas del Régimen, uno de cuyos «speakers corner» es ni más ni menos que Antonio Maceda, que habla del Madrid como si el Madrid le debiera un piso. Y, de pronto, del fondo de la niebla, surgen los bomberos, cuyo sindicalismo de clase tiene pintarrajeados con mamarrachadas los vehículos, lo que da una idea de la idea que de lo público tienen los sindicalistas de clase. Los jardineros destrozaban los jardines y los bomberos mamarrachean los camiones, como si los camiones o los jardines fueran suyos o del alcalde, que es a quien le echan el pulso. Con esto, por cierto, queda establecido que Gallardón no es Rubalcaba. A Rubalcaba quien le echa un pulso lo pierde, o de eso presume él. Si en vez de depender de Gallardón dependieran de Rubalcaba, los bomberos tendrían ahora las nóminas en los periódicos y a los militares en los parques. Rubalcaba no ha leído a Spengler, pero sabe que en el mundo civilizado no hay nada que no arregle un pelotón de soldados. Después de todo, si en los cuarteles son seguratas quienes hacen las guardias, ¿por qué en los parques de bomberos no van a hacer las guardias los militares? Lo que pasa es que habría que cambiar el «Todo por la Patria» del general Germán Gil Yuste por el «Todo por la Cultura» del cinero Manuel Gutiérrez Aragón.