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LA REAL IMPORTANCIA DE LA APROXIMACIÓN CHINA

JUAN VELARDE FUERTES

Por supuesto —basta ver la evolución de la cotización del bono español en los mercados— estamos bordeando una situación muy peligrosa. ¿Dónde obtener la masa de moneda extranjera, intercambiable por euros —porque ya no emitimos nuestra moneda— para seguir financiando un déficit general —no es posible referirse sólo al del sector público— que crece, y por tanto no es esfuma? ¿Cómo no evitar el recuerdo de las alusiones de Minsky a lo que se produce cuando la carga de la deuda supera a los ingresos previstos, y ello exige más endeudamientos, o intentar revalorizar los activos que se poseen? En estos momentos toda esa operación tiene mucho de un toma y daca. Si no sostenemos la cotización de nuestros créditos en manos de posible refinanciadores, les causaremos perjuicios notables. Por tanto, el mantenimiento de la llegada de fondos a España, a corto y medio plazo, es fundamental. Desde luego China había comprado deuda española, y por cierto, sobre todo deuda no española, a veces en la cantidad masiva que ha hecho de la norteamericana. Por eso ha pasado a tener una situación financiera futura muy delicada en caso de una prolongación de la crisis financiera mundial.

Esa posibilidad se podría, con facilidad, unir, a más de a sus propios problemas internos, a una inflación creciente que ha obligado a aumentar los tipos de interés —en noviembre el IPC ha aumentado un 5,1%, y como notifica el corresponsal en Pekín de «Le Monde» el 28 de diciembre de 2010, los precios de ciertos artículos han aumentado más del 50% , y a una realidad financiera complicada con unas burbujas alcistas —incluida la inmobiliaria, pues los tipos de interés son negativos— no desdeñables. Las consecuencias de las medidas adoptadas, como ha dicho Yang Tao, vicedirector del Servicio de Estudios de Política Monetaria del Instituto de Banca y Finanzas, y miembro de la Academia china de Ciencias Sociales, parece que serán limitadas.

Todo esto ha provocado un fermento de protestas sociales que no deja de recordar, porque es lo que los españoles tenemos más a mano, por ejemplo, a una huelga de Euskalduna a comienzos de los años cincuenta. Véase la poca importancia que se le dió en la anotación del conde de Vallellano, el 11 de diciembre de 1953 en sus «Notas de los Consejos de Ministros de Franco», parte II, en «Aportes», nº 2 de 2003, pág, 90, donde se lee que «incidentalmente se habla de la huelga de Bilbao», y lo hizo, además, no otro ministro, sino el de Asuntos Exteriores, Martín Artajo. Agréguense como fermento las tremendas diferencias de renta existentes en China. El índice de Gini chino, según el «Informe sobre Desarrollo Humano 2009», del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD (Mundi Prensa), donde se recuerda que 0 significa igualdad perfecta y 100 desigualdad total, es para China, 41,5. Para España era 34,7. Gabón tiene exactamente el mismo índice 141,5; 41,1 lo tiene Sri Lanka; 40,9, Marruecos y 40,0 Yibuti. Y la clasificación en los diversos grupos de desarrollo humano que efectúa el PNUD —España está en el «muy alto»— sitúa a China en el «humano medio», entre San Vicente y las Granadinas, y Belice. Agréguese que el índice de percepción de la corrupción —10, limpieza absoluta y 0, corrupción plena—, según el «Informe Global de la Corrupción 2009» de Transparency International, es para China de 3,6, el mismo que para Bulgaria, Macedonia, México, Perú, Surinam, Suazilandia y Trinidad y Tobago. España tenía 6,5, con lo que la inseguridad socioeconómica aumenta. Con unas condiciones de este tipo, pero más suaves, hemos presenciado el batacazo de Japón, que aun no se ha repuesto de él, tras la friolera de veinte años de crisis económica.

En el artículo de Deborah A. Bräutigam, profesora de Derecho Internacional en la American University de Washington, aparecido en «Informe Global de Corrupción 2009», titulado «Cuando China compra en el extranjero: ¿un nuevo desafío para la integridad corporativa?», se lee que «las leyes penales de China sobre soborno todavía presentan zonas grises... La definición de qué constituye soborno es ambigua. China tampoco prevé sanciones para las prácticas contables que encubren comisiones ilícitas y sobornos, y se permite contabilizar generosas “comisiones” como gastos comerciales legítimos». El ambiente había pasado a ser tan evidente en este sentido que el diario chino «People's Daily» de 17 de noviembre de 2006 señalaba que una consultoría de Pekín, Anbound, informaba que «los casi 100.000 escándalos de corrupción investigados por el Gobierno chino durante los diez años anteriores habían involucrado a compañías extranjeras». Quiere todo esto decir que no es precisamente China un paraíso de la limpieza corporativa. Tampoco que está indemne, sino todo lo contrario, a experimentar un súbito parón en su modelo productivo. Hay que repetir una y mil veces que se debe meditar sobre lo que pasó en Japón, o si se quiere echar mano de frenazos súbitos bien palpables por defectos serios de la política económica, sobre la equivocación de Colin Clarck en su «The economics of 1960» (Macmillan, 1942) al proyectar con apresuramiento los datos macroeconómicos argentinos, o lo que ahora mismo acaba de suceder en Irlanda.

Todo eso no quiere decir que en el Pacífico, con su prolongación hacia el Índico no haya surgido una realidad económica nueva y potente. Desde Corea del Sur a Singapur, pasando por toda la costa de China y Taiwán, junto con Australia y la Unión India, ha surgido una conjunta potencia económica creciente que, por fuerza, ha de comerciar con Europa. Y he aquí que esa gran corriente de tráfico, a través del mar Rojo y Suez se precipita por el Mediterráneo hacia los ricos mercados europeos, rodeando las costas de España. De esta forma, al encontrarse así contorneada por la tercera gran corriente de tráfico del mundo —las dos anteriores, la norte y centro de Europa-Estados Unidos y los Estados Unidos-Asia, están muy alejadas de España—, ha cambiado de pocos años a esta parte la renta de situación de nuestra nación. El estudio de Romano Prodi presentado en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas («Los países mediterráneos y la Unión Europea», 1997) sobre el futuro del Mediterráneo, tiene una importancia colosal. La noticia firmada por Marián Martínez aparecida en «La Nueva España» el 6 de enero de 2011 de que «un grupo industrial chino, vinculado al sector metal» busca en Asturias «un emplazamiento para una planta de fabricación desde la que se suministraría al resto de Europa» puede repetirse en cualquier punto del litoral español, con vistas a mercados, ya europeos, ya del Pacífico. Esto, a largo plazo, sí que puede beneficiar a España, pero si sabemos comportarnos adecuadamente. Esa puede ser la gran contribución china. Y, de momento, y en medio de un preocupante mercado financiero, que nos adquiera alguna deuda.

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