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LA LUPA

Out of Africa

Este gobierno ingerente ha decidido por fin obligar a sus residentes más jóvenes a cursar ese trasunto de adoctrinamiento camboyano que quiere llamarse «educación para la ciudadanía»

JUAN GRANADOS

«Dennis me regaló una brújula. Para que no perdiera el rumbo, me dijo. Más tarde me di cuenta de que ambos navegábamos por caminos diferentes. Quizá él sabía, aunque yo no, que la tierra es redonda para que nunca podamos ver con certeza lo que nos depara el camino»

(del guión de «Memorias de África»)

OCURRIÓ por casualidad, no me había planteado verla de nuevo, sin embargo al escuchar aquella especie de introito : «Yo tenía una granja en África a los pies de las colinas de Nong...» supe que, inevitablemente, iba a pasar un buen rato atrapado por la pantalla.

La historia africana de Karen Blixen-Isak Dinesen bien merecía la pena, un edificante compendio de valor, arrojo e independencia concentrado en 145 minutos, que tal vez deberíamos regalarnos más a menudo. Siempre he pensado que Sydney Pollack sabía bien lo que se hacía, no pasaba por creador vanguardista, ni siquiera innovador, supongo que es por lo de siempre, si un director evita castigarnos con filmes agónicos, feos, lentos, raros y punto incomprensibles, nunca será aceptado por la intelligenzia .

Peor para ellos. Sydney, compañero de salidas nocturnas de Woody Allen, siempre fue a la suya, contando buenas historias que es lo que deben hacer los intelectuales sin extraños complejos. Supongo que por eso decidió llevar al cine la fresca y sentida literatura de la Dinesen. No es precisamente el único. Mario Vargas Llosa, que, como es sabido, no se caracteriza por querer contentar a todo el mundo y suele hablar bien clarito a quien quiere escucharle, también admira a la valiente danesa, en la creencia de que la tarea principal del escritor, por muy loable que resulte conmover conciencias o explorar las posibilidades del lenguaje, es interesar y entretener a quien pasa el trabajo de leerle.

Y es así que admirando, quizás por cuarta o quinta vez, la poética determinación de Karen, la gentil baronesa plantadora de café, la liberalidad de su cortés y desahogado marido y la generosa independencia del cazador que se llamaba Dennis Finch-Hatton, disfrutó como un zuavo ebrio de tan edificante canto a la libertad.

Es entonces cuando se me ocurre que ya que este gobierno ingerente ha decidido por fin obligar a sus residentes más jóvenes a cursar ese trasunto de adoctrinamiento camboyano que quiere llamarse «educación para la ciudadanía», debería al menos permitir que los más sagaces de sus profesores utilizasen en sus clases material como el visionado de «Memorias de África».

Tal vez así, tras la amable contemplación de «Memorias de África», nuestros infantes comenzasen a sospechar que, a pesar de lo que se les cuenta por todas partes, el trabajo constante, el saber levantarse tras los reveses y el no esperar nada de nadie, viviendo honradamente de lo que uno mismo es capaz de ganarse, son valores imprescindibles para caminar con cierto decoro por la vida. Pero claro, sería mucho pedir a los guardianes de este Estado vigilante de las costumbres, que de un tiempo a esta parte, todo lo llena y todo lo embarga, derramando fortuna y subvención sobre todos aquellos que les sirven bien y sin protestar.

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