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«En África cobras más: eliges asumir el riesgo... o crisis»

ABC habla con las familias de los marineros retenidos en el cuerno de África

ABC

ANA MARTÍNEZ

Suena el teléfono en la casa familiar de la Rúa Cabo, en Muros. Una mujer sola descuelga. Es Lola, la esposa de Alfonso Rey Echeverri González. Se casaron hace cinco años. El palangrero «Vega 5», en el que faena su marido —es el capitán—, está operado por Pescamar, una sociedad mixta en la que participa la multinacional Pescanova, con sede en Chapela. La empresa acaba de confirmarle que la tripulación (19 mozambiqueños, 3 indonesios y 2 gallegos) está en perfecto estado. Cargando con su tormento, atiende las llamadas y sigue los medios informativos con todo el arrojo del que es capaz. Su pareja tiene 42 años y siempre se ganó las habichuelas en el mar. En una de las estancias principales de la vivienda se ve el árbol de Navidad. «Es que en estas fechas es más duro todavía», explica, compungida.

Nunca antes había tenido una mala experiencia con los bucaneros del cuerno de África. Su suegro, de origen vasco-francés, un estratega del oceáno, sí llegó a estar retenido. Ya no vive, murió de un infarto. Alfonso aprendió el oficio. Después de su etapa como bachiller en el Instituto Virxe do Mar, en Noia, localidad costera vecina, decidió cursar estudios náuticos en Vigo. «Es nuestro único hijo», cuenta a ABC Maruja, la madre, que se ha convertido en el sostén de su nuera. Lo único que pide es no salir en las fotografías, ni exponerse ante las cámaras. «Lolita está nerviosa, y es que cuesta hablar; pero dice lo mismo que yo, que lleva años en la costa africana, que es patrón y que allí la gente marcha porque se cobra más aunque hay riesgo». Las dos se refugian en las tareas domésticas, enlazándolas con el último momento feliz que recuerdan con su ser querido.

Este es un parón. «Cuando retomemos nuestra actividad normal, tengo muy claro que lo que me gustaría es ser abuela», confiesa a este periódico, con una visión práctica del mundo. Se detiene hablando de la «tendencia natural que tenemos las personas a ganarnos la vida, en lugar de vivirla». Su mayor deseo es que vuelva, y que tengan para comer y criar a la prole. «Ellos quieren, así que a ver si tenemos una alegría muy pronto», cuenta. «Aunque eso, evidentemente, comporta una serie de cosas... Yo tardé 9 años en tener descendencia, y después ya se sabe, hay mucho trabajo, y ya no se dispone de tanto tiempo para presumir e ir preparadita», bromea. La familia ha pedido que se respete la privacidad y no quiere prodigarse, pero su mensaje es concluyente: el regreso, y que en todo momento la huestes gobernantes se pongan en la piel de las «verdaderas víctimas». En su conversación, alaban la labor «de los jefes y de la Xunta, queremos remarcarlo públicamente, están en contacto permanente con nosotros».

En el restaurante «A Esmorga», el que está justo al lado de esta casa —en el número 50—, el comedor está lleno. Su menú del día es de los más demandados. Cuando sale la noticia en el telediario de la TVG, el mutismo es absoluto. Cuando finaliza los vecinos van picoteando en pequeños corrillos. «Este asunto debe hacernos reflexionar, así no se puede trabajar, esta no es la manera», dice José. Carlos recuerda el número ingente de lugareños que «anda por esta zona, porque claro, es cierto que se gana bien... Luego está el peligro, pero ¿con esta crisis uno qué puede hacer?, ¿abandonarlo todo e irse?». La pregunta no tiene respuesta. Solo pequeños titubeos; mientras, algunos fruncen el ceño, sin más.

«¡Más caña a estos piratas!»

El «Vega 5» tiene licencia para pescar especies de fondo dentro de las 200 millas de aguas jurisdiccionales exclusivas de Mozambique. En la lonja, en las instalaciones de la cofradía de pescadores, en el puerto, en las cafeterías... Los supuestos corsarios están en todas las conversaciones. «Y es que siempre estamos hablando de “piratillas”, seguimos expuestos. Lo que hay que hacer es meterles caña, y si lo que se está haciendo no llega, pues más y más caña, ¡hombre!, para que estos sucesos dejen de ser habituales», sugiere Santiago. Tino Caamaño Echeverri está en la barra del café-hotel A Muradana. Es primo de Alfonso. La noticia le pilló por sorpresa. No se lo esperaba, y al inicio no sabía ni cómo hablar con los suyos. En la casa en la que nació Alfonso vive Ernesto, su tío. Le cuesta pronunciarse. Con un «sin comentarios», resuelve. En la localidad todavía pesa, y mucho, la repercusión del «Playa de Bakio», un barco capturado en 2008; y el secuestro del «Alakrana», el 2 de octubre de 2009. No obstante, confían en que este episodio no tenga una magnitud semejante. «Por ahora está muy poco claro», es el comentario más habitual. El mismo que se percibe en Pontevedra.

En un céntrico piso de la Plaza de Galicia, al lado de una farmacia y una cabina telefónica, está la residencia de José Alfonso García Barreiro, el contramaestre, de 55 años, un adicto a las redes sociales (tiene un perfil en Facebook donde suele contar sus peripecias a bordo). Cecilia de Oliveira es su compañera sentimental. Ella tiene un hijo. Los dos son de origen brasileño. No son muy conocidos, porque la mudanza es aún muy reciente.

Al timbre de este inmueble, de cinco plantas, contestan con amabilidad, pero con una disculpa: «Queríamos deciros expresamente que no vamos a comentar nada al respecto. Por favor, espero que lo entendáis». Previamente solicitaron a las autoridades que se preservase el anonimato en la medida de lo posible. A la pregunta de si han podido contactar de alguna manera con José Alfonso no quieren contestar. Prefieren ver cómo van transcurriendo los acontecimientos. Hay una calma tensa. Si por lo que fuese llega el momento de hablar, lo harán. Pero por ahora son vidas con el contador a cero.

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