La disposición del libro es curiosa porque no tiene contraportada, pues consta de dos que exponen los poemas en distinto sentido, de modo que es preciso girar el libro para leerlos. Los últimos poemas de Paoletti y de Bravo consisten en una enumeración de aquello que cada uno envidia, haciendo así alusión al poema que da título al libro. En el amor esa envidia es una especie de admiración por las virtudes que tiene la persona que se ama, que ayudan a complementar y beneficiar al amante. En el amor cada uno busca en el otro lo que no tiene, lo que le falta, lo que necesita. Algo de esto hay en este libro, una vez que los dos autores son pareja, de modo que el libro se convierte así en dos piezas encajadas en el mismo puzzle, pues cada mirada en el fondo remite a la del otro. Lo dice muy bien Bravo en la cita de Jaime Dávalos que antecede sus poemas: «cada cosa que miro/ya la vimos los dos».
Los dos poetas se inscriben en el estilo de la línea clara. ¿Qué es esto? Pues un estilo que opta por una poesía que tiene el agua transparente, que se puede ver el fondo, que se comprende sin dificultad. Pero esto no significa que sea fácil o que no sea profunda. Detrás de estos poemas hay una gran hondura: la del peso de contar la vida, con sus pelos y sus señales. También se debe resaltar que se trata de una poesía divertida. Hay mucha ironía y guiños brillantes, de modo que la lectura se hace placentera. ¿Puede enganchar un libro de poesía? Pues claro que sí. Esto es importante porque muchos lectores tienen la idea de que leer poesía es algo aburrido o destinado a una selecta minoría que conoce las claves de un lenguaje arcano. Este no es el caso.
En su sección, Mario Paoletti incluye poemas autobiográficos, en los que la poesía ayuda al poeta a sentarse en el diván del psicoanálisis, a hacer un ejercicio introspectivo de autoconocimiento. En el «Autorretrato de los 70» años el optimismo en lo personal («mi felicidómetro marca un satisfactorio 9 sobre 10/(el punto que le falta es el de la utopía inalcanzable») se torna pesimista en relación con la política, pues «crece la miseria en el mundo», pero esto no impide que haya que optar por la alegría («Cuidado con la tristeza. Es la peste»). Abundan los poemas de corte filosófico, con referencias a Heráclito, a Anaxágoras y, por ejemplo, a las extrañas normas que seguía la secta de los pitagóricos (como la exigencia de no remover la lumbre con metales).
En el apartado de Paoletti se puede encontrar alguna reflexión sobre el romanticismo (con la advertencia del peligro que conlleva la idealización: “prepararon el camino a Hitler y Cia”), el hallazgo del rastro divino lejos de las catedrales y los sacerdotes (el fantástico poema “Diez pruebas de la existencia de Dios”), una búsqueda incansable, diría que de corte marxista, por encontrar la luz en medio del conflicto o la contradicción, porque la vida está llena de trenes que caminan en la misma vía y es necesario aprender a vivir con la posibilidad del choque. En esa búsqueda personal el poeta, después de reconocer la injusticia y el homo lupus hobbesiano que campa por el mundo, encuentra en la experiencia amorosa el principal asidero para hallar la redención. Los poemas de corte más intimista, donde se aborda la vivencia amorosa, son los que más me gustan. Al lado de sus experiencias vitales, se alude a las vidas vividas (con algunos logros contados en el poema «Modestamente»), sus recuerdos («Primas»), las manías («vivir en un lugar sin viento/que los amigos no me den a leer sus novelas/las mujeres, serenas y sensibles./El café con leche, bien caliente./La muerte, a tiempo y sin escándalo».) y, finalmente, llega el puerto del amor, que tiene mucho de costumbre, pero esto no es algo negativo pues «la rutina de los enamorados/es la única rutina creativa». Todo ello con una refinada ironía, con alguna, che, exageración argentina («desde que nací te estoy esperando») y con algún que otro hallazgo verbal, como cuando afirma que «pongo mi mano sobre tu vientre/y la dejo allí hasta que se envientra».
Al lado de Paoletti, la poesía de Pilar Bravo es menos optimista y cerebral. No tiene ese torrente de experiencias porque la autora es mucho más joven que Mario. Ya el primer poema (Autorretrato) avisa con un deje triste que no es como se piensa que suelen ser las mujeres («No gasta en espejos/ni se eterniza en los baños./ Nunca dejó su cuarto/sembrado de vestidos./De teléfono, lo justo./Poco besucona y escueta en palabras»). La autora insiste en versificar estampas de su vida cotidiana (pintarse las uñas, estrenar la ropa). Es común aludir, a veces, a la infancia y a la adolescencia como un paraíso perdido, sin embargo este no es el caso. La adolescencia de la autora (que aparece definida como «infierno penitenciario/y secreto») viene marcada por la tristeza, por el silencio, la timidez, los castigos, acaso la incomprensión («nadie me conocía») de vivir en una familia donde todos los demás eran varones. Esto supone un enorme peso en la carrera de la vida pues «es verdad/que partí de muy atrás en la carrera”» Acaso aún permanece un poso de melancolía que ella misma reconoce.
Me gusta mucho el poema «La tetera de la verdad» donde se pone de relieve que una cosa es predicar y otra dar trigo: en la que una mujer feminista llega a su casa y humilla a su joven criada por utilizar un lavavajillas de marca, el fairy. También «Newtoniana», que insiste en que la sabiduría quizá radica en algo no muy espectacular sino más bien humilde, en escuchar un rumor: «encontrar una hermosa caracola/ante la imponente verdad del océano». Hay poemas en los que se aborda la cotidianeidad con mucha dulzura, el jardín de la casa, el perro (Eddie), las ocupaciones domésticas. Acaso porque en el hogar se encuentra la dosis que necesitamos de tranquilidad y de resguardo ante las tormentas o las inclemencias que nos surgen en la vida.
También está presente Toledo en los poemas de Pilar. Aparece como una ciudad pétrea que más bien parece un museo, de ahí las enormes trabas que encuentran los que viven en el casco histórico. Me encantan las dos metáforas en que consiste el poema «Metáforas»: «El Alcázar de Toledo/es un pisapapeles./ El perfil de Toledo/es un electrocardiograma». Al hilo de esto, en sus poemas hay también alusiones irónicas, sobre todo en los títulos: «I am sterdam» y «Pilares improbables». Y figura un poema que es una adivinanza en la que es fácil advertir a quién se refiere: «Sabe a mar y sabe a río/y es grande como un armario». Es muy emocionante el poema «Pasen y vean» en el que la autora expone que tiene sus propias limitaciones y debe aprender a convivir con ellas. Si no puedes con tu enemigo hazte amigo de él y la convivencia será más llevadera. Porque cuando se pide más de lo que uno puede dar o hacer, al final le sucede que se sale de su propia atmósfera, que llega «más arriba/del aire que podía respirar», allí donde sólo pueden pasear los astronautas. En definitiva, Viceversa es un libro, embravecidamente paolettiano, muy sincero, comprometido con la vida que comparten sus autores. Leerlo es un gusto para la emoción del lector. No sólo alimenta el corazón, sino que te ayuda a saber o conocer ideas que pueden darnos alguna luz para el camino.
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