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Los retos de Brasil sin Lula

El presidente brasileño afirma, a dos días de acabar su mandato, que siente «el dedo de Dios» en su trayectoria

efe

VERÓNICA GOYZUETA

Ados días de la toma de posesión de la primera mujer que llega a la Presidencia de Brasil, quien brilla en el escenario no es Dilma Rousseff, sino el tornero mecánico Luiz Inácio Lula da Silva, el hombre que este sábado deja el Palacio de Planalto y al que aún le cuesta despedirse. A pocos días de su salida, Lula trabaja como nunca, viaja de un extremo a otro del país, inaugura obras, aprueba leyes, hace discursos emocionantes y emocionados, llora como un niño y se comporta como si mañana fuese candidato a la reelección. Quien sigue los últimos días de Lula, no diría que está de partida.

«Sinceramente, dejo apenas la Presidencia, pero no piensen que se librarán de mí, porque estaré en las calles de este país, ayudando a resolver los problemas de Brasil», dijo Lula esta semana frente a una multitud en la plaza principal de Recife, capital de su estado natal de Pernambuco. Para quien avienta su nombre a la sucesión de 2014, él deja claro que para ese año su candidata también será Dilma Rousseff y que no tiene pretensiones de lanzarse a cargos como secretario general de Naciones Unidas. «La ONU necesita un técnico competente y no un presidente fuerte», declaró hace poco.

Con un 87% de popularidad y la maleta preparada para salir del Palacio de Planalto, Lula parece sufrir por dejar el olor de las multitudes que lo cercaron durante sus ocho años de mandato. Sus últimos alientos como presidente los dedica a visitar el Noreste, la región más pobre, la que lo vio nacer y donde tiene un 91% de aprobación. Esta región es la que más se ha beneficiado del mandato de Lula: si el país crece un 4,5%, el Noreste más del 8%, lo que se convierte en votos y ovaciones para su líder.

Emocionado, Lula se vuelve un sujeto egocéntrico, una de sus marcas. El presidente, que ya se comparó algunas veces a Jesús, dice que siente el «dedo de Dios» en su trayectoria. «No es normal que un pobre que huye por hambre en Caetes (pequeña ciudad de Pernambuco), se vuelva presidente de la República. En eso está el dedo de Dios», dijo en Recife. Enseguida, el presidente saliente se compara con un pastor evangélico y, cuando lo hace, confirma teorías sociológicas que algunos intelectuales han forjado sobre su figura: Lula es un líder mesiánico en Brasil, principalmente en las regiones más pobres.

Un reto, superar el mito

Uno de los mayores retos de Dilma Rousseff será suceder a una figura tan carismática como Lula, un presidente que trajo al país importantes conquistas sociales, pero que también navegó en una ola de estabilidad y de control de la inflación levantada por su antecesor, Fernando Henrique Cardoso, a quien Lula no le reconoce nada. Le toca a Dilma trascender la figura de un líder mesiánico, unánime, que ha acostumbrado a sus súbditos con un populismo envidiable para cualquier caudillo. La vida de Lula es, además, una historia para darle envidia a Charles Dickens; nadie mejor que él encarnaría a un pícaro Oliver Twist, un niño limpiabotas, vendedor de naranjas, que sobrevive y llega a ser presidente. El desafío de Dilma es el de superar un mito.

Al hablar de una de las obras más polémicas de su Gobierno, el trasvase del Río San Francisco —una construcción criticada por los medioambientalistas—, Lula se comparó esta semana a Don Pedro I (emperador de Portugal que gobernó en Brasil entre 1822 y 1831). «El trasvase era un deseo de Don Pedro. Ni Don Pedro consiguió hacerlo, ni él que era emperador, hijo del Rey. Fue necesario que llegase Lula, hijo de doña Lindú para hacerlo», declaró ante una multitud.

Con su carisma y mucha propaganda, Lula ha sido capaz de hacer brillar sus avances sociales en educación, en la reducción de la pobreza, el acceso de los más pobres al consumo y el descubrimiento de grandes yacimientos de petróleo. Pero ha escondido, a su vez, problemas que Rousseff deberá resolver, como el aumento del número de funcionarios, una inflación que amenaza con empeorar, lentas inversiones en infraestructura y un evidente proceso de desindustrialización de Brasil. Algunas empresas, como la Phillips, ya anunciaron que dejarán de construir fábricas en el país porque la moneda brasileña está sobrevalorada y no es competitiva. El Brasil de Lula ha mantenido buenos índices de exportación basados en las materias primas —un dato que no combina con un país que quiere ser una potencia económica— y se enfrenta a la fuerte competencia de las empresas chinas.

Por otro lado, el Gobierno Lula sacó a casi 20 millones de brasileños de la miseria, pero será un desafío de Dilma construir un sistema de desagüe y alcantarillado en al menos el 59% de las viviendas que no tienen agua potable, principal fuente del 68% de las enfermedades precarias. La futura presidenta también tendrá que preparar la economía de un país que tiende a envejecer, lo que significa que aumentará sus gastos en Seguridad Social y Salud Pública.

El Mundial de Fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016 serán dos fechas importantes para Brasil. A pesar de conseguir los dos eventos para el país, Lula hizo muy poco para que todo salga bien. El país debe afrontar serios problemas de infraestructura, al tener aeropuertos limitados y una red ferroviaria precaria. Dilma Rousseff también deberá resolver los problemas de violencia en las favelas de Río de Janeiro, escenario principal de los dos eventos deportivos, donde impera el narcotráfico.

Gabinete de Lula

Por último, la nueva presidenta tendrá la misión de atender una petición de la izquierda que Lula no quiso atender: la condena a los militares que gobernaron Brasil durante la dictadura. Por ser Dilma una víctima de tortura, algunos sectores de izquierda esperan que ella asuma ese papel, como ya ocurrió en Chile y Argentina. Pero el Gabinete propuesto por Rousseff ya da señales de que esos temas pueden seguir como están. En el Ministerio de Defensa mantiene a Nelson Jobim, opuesto a la condena de los militares. A propósito, el Gabinete de Dilma Rousseff es obra de Lula, señal de que el futuro Gobierno tiene la cara del tercer mandato de Lula.

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