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HOJAS DE ANTAÑO

Alfonso I de Canarias

El viaje no fue improvisado. Interesaba políticamente reafirmar la autoridad sobre el Archipiélago

ROBERTO MERINO MARTÍN

Sabido es que Felipe II se jactaba de poseer unos dominios tan extensos que en su reino «nunca se ponía el sol». Las islas Afortunadas ya pertenecían, en pleno siglo XVI, a tan rico patrimonio, pese a que el Monarca vallisoletano nunca pisara el Archipiélago. Lo cierto es que ningún Rey español lo hizo, al menos hasta el viaje que hoy nos ocupa, el de Alfonso XIII en 1906 a las Canarias.

El 26 de marzo de ese año, a las siete de la mañana, la escuadra del Monarca fondea en Tenerife a través de la Punta de Anaga. Media hora antes, varias palomas mensajeras servían de correo para informar a las autoridades isleñas de la inminente llegada de su majestad: «Al aproximarme a ese archipiélago, me complazco en manifestar mi deseo de pisar pronto la hermosa tierra canaria y mi anhelo por su prosperidad», decía el aerograma. No había otra forma de comunicarse, ya que el cable que unía Tenerife con Cádiz estaba averiado y la vía telegráfica con Dakar era demasiado costosa.

La posterior entrada de la embarcación del Rey (el «Alfonso XII») en el puerto fue saludada por los tradicionales 21 cañonazos, cohetes y el ruido de las sirenas de las embarcaciones. El joven Borbón (tenía 20 años) pisaba por vez primera suelo canario desde una canoa tripulada por catorce marineros vascos. Eran las once y media de la mañana.

El viaje no fue improvisado. Al Gobierno le interesaba políticamente reafirmar la autoridad sobre el Archipiélago. No en vano, habían transcurrido sólo ocho años desde los mayúsculos desastres de Cuba, Filipinas y Puerto Rico, las últimas colonias de aquel vasto imperio que, a comienzos del siglo XX, ya no era más que historia. En una crónica política fechada el 27 de marzo de 1906, el periodista de ABC afirmaba que «este viaje es de un alto interés político, y el Gobierno ha hecho bien en aconsejarlo al Monarca».

No es menos cierto que Alfonso XIII quiso distinguirse por conocer su reino en primera persona. El «Rey viajero», como le llamaban sus contemporáneos, estimaba que acercarse a las diferentes regiones que configuraban aquella España serviría para dotar de cohesión al país; más aún con las temibles embestidas que anarquistas, comunistas y un nacionalismo embrionario asestaban a la estabilidad de aquel sistema canovista (sistema que, tras las muertes de Sagasta y del propio Cánovas, se mostraba cada vez más ineficaz entre oligarcas, caciques, cuneros y regeneracionistas).

Nueve días antes de la llegada a Canarias, ABC informaba sobre los pormenores del viaje «En la madrugada próxima zarparán con rumbo a Cádiz los buques Pelayo, Carlos V, Princesa de Asturias y Río de la Plata formando escuadra, bajo el mando del almirante Matta. En dicho puerto esperarán órdenes referentes al viaje de D. Alfonso XIII a Canarias».

La mayor parte de la prensa peninsular se negó a acompañar a la expedición porque el ministro de Marina les obligó a realizar el viaje en buques de guerra y no les permitieron navegar en la misma embarcación que los Borbones. Los periódicos canarios, en cambio, se volcaron en el acontecimiento, histórico para el Archipiélago. Y es que, como afirma Andrés Chaves, era la primera vez que los canarios sentían tan cerca el poder central. La inminente boda de Alfonso XIII con la princesa británica Ena de Battemberg, nieta de la Reina Victoria, servía para aderezar todavía más la histórica visita a nuestras islas.

De todas las publicaciones sobre este viaje, la más completa que ha caído en mis manos es «Alfonso XIII en Canarias. El debate socio-político que dio origen a los cabildos», de María Elsa Melián González. En dicha obra, se narran exhaustivamente los pormenores de aquellos días. La semana que viene les sigo contando.

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