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AFECTADOS

Boda en estado de alarma

Tras 55 horas en Barajas y cancelar su boda en Punta Cana, Enrique y Sonia se casaron el miércoles en Navarra. Por si acaso, la luna de miel será en barco

ABC

gorka moreno

Esta pareja, por encima de todo, quiere casarse». Al alcalde de Basaburua no le cupo la menor duda. Tampoco a los invitados que el pasado miércoles asistían al final feliz de una película que comenzó siendo romántica y que, por culpa del plante de los controladores, ha tenido escenas de auténtico espanto. «Nos habían estropeado el viaje, pero no íbamos a consentir que nos estropearan la boda», afirman los contrayentes. Algunos, para casarse, deben superar todo tipo de obstáculos. Ellos lo hicieron durante más de cinco días y han salido reforzados, «más unidos que nunca».

Tras siete años de noviazgo y meses de interminables preparativos, Enrique Alza y Sonia González, dos jóvenes de 32 y 34 años vecinos de Orkoien (Navarra), soñaron con una boda de ensueño, rodeados de palmeras y playas paradisiacas, en el mismo lugar al que viajaron juntos por primera vez. Con su hijo Unax, de 2 años y medio, y una veintena de familiares y amigos, algunos de los cuales jamás habían salido de España, querían marcharse nueve días a Punta Cana. Pero la huelga de controladores del pasado puente de la Constitución los sorprendió en Barajas. Fueron 55 horas de lágrimas, ira, impotencia y frustración.

La novia llora en la terminal

Mientras Moncloa hablaba de «estado de alarma», la novia lloraba de forma desesperada frente a un mostrador del aeropuerto. Su imagen dio la vuelta a España. Era el fiel reflejo del sufrimiento que padecieron cientos de miles de personas. No en vano, estaban en juego las ilusiones de una vida. «Es injusto que hayan paralizado el país, que hayan sido capaces de hacer tanto daño. Espero que puedan dormir con la conciencia tranquila. La compañía Iberworld se portó fatal. Nos prometió que entraríamos en un vuelo y no fue así. El avión se marchó el sábado por la tarde, no sabemos si vacío o con gente», denuncia la joven con vehemencia. «Sentimos toda la rabia del mundo. Habíamos contratado muchas actividades en la República Dominicana y todo el esfuerzo se nos fue a la porra. Somos gente muy humilde y habíamos trabajado como locos para ahorrar el dinero suficiente», apostilla Enrique, operario eventual en la planta de Volkswagen Navarra. Paradojas de la vida, Sonia es empleada de una agencia de viajes.

Cuando el pasado día 3 se presentaron en Barajas, nada hacía presagiar lo que se les venía encima. Algunos invitados se habían desplazado desde Cádiz y Valencia, además de Navarra. «La cosa empezó mal desde el principio. Debido a la nieve, nos obligaron a desviarnos en Soria y hasta las once y media no llegamos al aeropuerto. Nos dijeron que el vuelo se retrasaría entre cinco y ocho horas —inicialmente estaba previsto para las tres de la tarde—; así que facturamos el equipaje y nos fuimos a la zona de embarque. Cuando vimos que la situación no mejoraba, mi mujer fue a hacer una reclamación, pero tuvo que salir de la terminal. Entonces cerraron el espacio aéreo y, cuando regresó, los agentes que custodiaban las puertas no le dejaban entrar. Estaba abatida y tras una hora dando pena a los policías, pudo volver junto a nosotros. En ese momento, la gente empezó a hacer llamadas sin parar para saber qué ocurría. Y llegó el caos», relata el novio.

Falsas esperanzas

Fueron horas de auténtica locura. Pasadas las doce de la noche, la compañía fletó un autobús y todo el séquito fue trasladado a un hotel sin sus maletas. «Nos aseguraron que saldríamos el sábado, y nos recogieron a las siete y media de la mañana. Nos pusimos muy contentos, pero las horas comenzaron a pasar y la cosa iba a peor. Mis familiares estaban enganchados a la radio. A las diez de la noche nos dijeron que el vuelo se había cancelado y ahí supimos que todo se había ido al traste. Entonces se produjeron nuevas discusiones con la compañía», agrega Enrique.

Pero la pesadilla no terminó ahí. Debido a que una encargada de la aerolínea les prometió que el domingo sí podrían marcharse «porque su caso era especial», el grupo decidió pagar una noche de hotel de su bolsillo. Para colmo, el establecimiento aprovechó la coyuntura y subió los precios. «La habitación pasó de 60 a 90 euros y el buffet, de 17 a 25 euros», comenta Sonia. «Dentro de lo malo, recuperamos la esperanza. Pero al día siguiente, esta mujer no respondió a nuestras llamadas y tuvimos que volver a Pamplona. El viaje fue triste. Nos daban unas lloreras de la leche», señala el joven.

Sin apenas tiempo que perder, idearon un «plan B». Se pusieron en contacto con un hotel del valle de Basaburua. El gerente, José María Astiz, decidió echarles un cable. Porque Enrique y Sonia creían que ésa era la mejor alternativa: casarse en el mismo lugar donde él le pidió que salieran juntos, entre abruptas montañas y densos bosques.

Banquete contrarreloj

«Al llegar al hotel, el gerente nos reconoció porque nos había visto en televisión y nos dijo que no nos preocupáramos. Nos preparó un menú sencillo, zona de baile… Se portó de cine», subraya el marido. Esta vez no pudieron cuidar los pequeños detalles. «Hasta Sonia tuvo que buscar un chal para combatir el frío, ya que su vestido era de verano y con escote», bromea Enrique. «En los días previos al enlace no parábamos de llorar», apostilla ella. Finalmente, otras treinta personas más acudieron al convite, que tuvo lugar el pasado miércoles. El alcalde del valle ofició la ceremonia y la celebración se alargó hasta que el cuerpo dijo basta. «Nos fastidiaron nuestros planes, pero había gente que lo pasó mucho peor. En el aeropuerto, me emocionó especialmente el caso de una mujer que quería despedirse de alguien cercano que se encontraba en fase terminal. Desconozco si llegó a tiempo», recuerda el marido.

«No sé cómo hubiera salido la boda en Punta Cana, pero para mí fue la boda perfecta. Fue muy emotiva. Nuestra gente nos ha apoyado un montón y sin ellos la boda no hubiera salido adelante. Y a nosotros nos ha unido más aún», indica Sonia mientras preparan junto a Enrique las maletas para su bien merecido crucero por Canarias, Madeira y el Mediterráneo. Lo hacen con prisas, como si aún se encontraran en estado de shock. Pero entre tanta alarma y conflictos inexplicables, la historia de esta pareja es un rayo de luz para quienes aquellos días perdieron algo más que un vuelo. «Sabíamos que lo importante era la boda en sí y quererse», remarca Enrique. Afortunadamente, no perdieron el amor.

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