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Guerra fratricida en las filas socialistas

La dura derrota en las autonómicas sumerge al PSC en su peor crisis y le enfrenta de nuevo con el PSOE

A. GUBERN/I. ANGUERA

«Nosotros les hemos hundido a ellos, y ellos nos han hundido a nosotros». Esta reflexión de un dirigente socialista de los de toda la vida resume a la perfección el desastroso resultado que el segundo tripartito ha tenido, en términos electorales. Las bases socialistas no han perdonado a José Montilla y su equipo que asumieran como vicepresidente a Josep Lluís Carod-Rovira y tragaran con las «embajadas», el rechazo a la tercera hora de castellano en las escuelas o la Ley del cine.

Los socialistas defendieron durante cuatro años el compromiso con la unidad de las izquierdas como justificante máximo del segundo tripartito y exhibían los «cinco maestros, tres mossos y dos médicos» más al día en defensa de su gestión al frente de la Generalitat. Pero más allá de recetas ideológicas, los electores socialistas y republicanos han concluído que lo suyo fue una apuesta por el poder, con la esperanza de que la Generalitat se convirtiera en la plataforma electoral que necesitaban. Y tanto se empeñaron en «marcar paquete» unos, y en sumirse en la gris gestión otros, que eso fue precisamente lo que mató al tripartito.

El paisaje tras la batalla es diametralmente opuesto en uno y otro partido. Dentro del PSC la opción por la renovación está clara, pero igualmente claro ha quedado que «los capitanes» liderados por Montilla piensan pilotar el relevo y que no se va a mover ni una hoja hasta que pasen las elecciones municipales. Auténtica fuente del poder socialista, las municipales se ven con pavor en el PSC por el contexto económico, la derrota catalana y los problemas del Gobierno Zapatero. Y en estas condiciones, los alcaldes socialistas, no importa su filiación dentro de las familias del partido, no permitirán aventuras que pongan en peligro la movilización de la todavía poderosa maquinaria socialista.

Pugna por Barcelona

Barcelona es la batalla decisiva, aunque tampoco está garantizado que el PSC aguante el tipo en el resto de capitales, que domina de manera abrumadora desde la recuperación democrática. En este escenario, la pugna por Barcelona va a ser despiadada, convencida CiU de que la ola del cambio que comenzó el pasado domingo acabará batiendo sobre la capital. La federación nacionalista lo tiene todo a favor: el desgaste de un PSC en el poder desde hace 31 años, la pésima valoración del actual alcalde, Jordi Hereu, y una inercia que lleva a muchos a sostener que ya toca cambio. Las pobres expectativas de los socialistas han alimentado toda suerte de especulaciones sobre si el PSC optaría finalmente por buscarle un relevo al actual alcalde. Oficialmente, el partido no va a designar a sus candidatos hasta entrado el mes de enero, lo que ha sido la excusa para mantener a Hereu en una situación de interinidad que no ha hecho más que debilitar su ya inestable situación.

Solo esta semana ha transigido el secretario de organización Miquel Iceta al asegurar que «en estos momentos» a Hereu no se le busca recambio, lo que unido a la situación de debilidad en la que ha quedado la dirección del PSC tras el desastre autonómico ha llevado al primer edil de la ciudad a dar un paso al frente y a blindarse, en lo que ha sido una proclamación de facto o por silencio administrativo. De manera paradójica, el pésimo resultado del PSC en las autonómicas —especialmente acusado en Barcelona capital— no solo no ha debilitado a Hereu, sino que le ha valido para reforzarse.

Así las cosas, el PSC tratará de retener la alcaldía, para lo que confía en el tradicional voto dual que se ha dado en Barcelona, decantado hacia CiU en las autonómicas, con querencia por el PSC en locales y generales. Con todo, tanto los sondeos como de valoración de líderes permiten a Xavier Trias (CiU) afrontar la campaña con optimismo, consciente también de que a diferencia de la política autonómica —contaminada por el debate del encaje Cataluña-España o la sentencia del TC—, en Barcelona un pacto con el PP no sería un anatema.

«Nosotros les hemos hundido a ellos, y ellos nos han hundido a nosotros». Esta reflexión de un dirigente socialista de los de toda la vida resume a la perfección el desastroso resultado que el segundo tripartito ha tenido, en términos electorales. Las bases socialistas no han perdonado a José Montilla y su equipo que asumieran como vicepresidente a Josep Lluís Carod-Rovira y tragaran con las «embajadas», el rechazo a la tercera hora de castellano en las escuelas o la Ley del cine.

Los socialistas defendieron durante cuatro años el compromiso con la unidad de las izquierdas como justificante máximo del segundo tripartito y exhibían los «cinco maestros, tres mossos y dos médicos» más al día en defensa de su gestión al frente de la Generalitat. Pero más allá de recetas ideológicas, los electores socialistas y republicanos han concluído que lo suyo fue una apuesta por el poder, con la esperanza de que la Generalitat se convirtiera en la plataforma electoral que necesitaban. Y tanto se empeñaron en «marcar paquete» unos, y en sumirse en la gris gestión otros, que eso fue precisamente lo que mató al tripartito.

El paisaje tras la batalla es diametralmente opuesto en uno y otro partido. Dentro del PSC la opción por la renovación está clara, pero igualmente claro ha quedado que «los capitanes» liderados por Montilla piensan pilotar el relevo y que no se va a mover ni una hoja hasta que pasen las elecciones municipales. Auténtica fuente del poder socialista, las municipales se ven con pavor en el PSC por el contexto económico, la derrota catalana y los problemas del Gobierno Zapatero. Y en estas condiciones, los alcaldes socialistas, no importa su filiación dentro de las familias del partido, no permitirán aventuras que pongan en peligro la movilización de la todavía poderosa maquinaria socialista.

Pugna por Barcelona

Barcelona es la batalla decisiva, aunque tampoco está garantizado que el PSC aguante el tipo en el resto de capitales, que domina de manera abrumadora desde la recuperación democrática. En este escenario, la pugna por Barcelona va a ser despiadada, convencida CiU de que la ola del cambio que comenzó el pasado domingo acabará batiendo sobre la capital. La federación nacionalista lo tiene todo a favor: el desgaste de un PSC en el poder desde hace 31 años, la pésima valoración del actual alcalde, Jordi Hereu, y una inercia que lleva a muchos a sostener que ya toca cambio. Las pobres expectativas de los socialistas han alimentado toda suerte de especulaciones sobre si el PSC optaría finalmente por buscarle un relevo al actual alcalde. Oficialmente, el partido no va a designar a sus candidatos hasta entrado el mes de enero, lo que ha sido la excusa para mantener a Hereu en una situación de interinidad que no ha hecho más que debilitar su ya inestable situación.

Solo esta semana ha transigido el secretario de organización Miquel Iceta al asegurar que «en estos momentos» a Hereu no se le busca recambio, lo que unido a la situación de debilidad en la que ha quedado la dirección del PSC tras el desastre autonómico ha llevado al primer edil de la ciudad a dar un paso al frente y a blindarse, en lo que ha sido una proclamación de facto o por silencio administrativo. De manera paradójica, el pésimo resultado del PSC en las autonómicas —especialmente acusado en Barcelona capital— no solo no ha debilitado a Hereu, sino que le ha valido para reforzarse.

Así las cosas, el PSC tratará de retener la alcaldía, para lo que confía en el tradicional voto dual que se ha dado en Barcelona, decantado hacia CiU en las autonómicas, con querencia por el PSC en locales y generales. Con todo, tanto los sondeos como de valoración de líderes permiten a Xavier Trias (CiU) afrontar la campaña con optimismo, consciente también de que a diferencia de la política autonómica —contaminada por el debate del encaje Cataluña-España o la sentencia del TC—, en Barcelona un pacto con el PP no sería un anatema.

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