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EL OASIS CATALÁN

El triunfador y el derrotado

¿Cómo llevará a la práctica CiU su programa básico? ¿Cómo resolverá el PSC el dilema entre las almas catalanista y españolista del partido?

MIQUEL PORTA PERALES

DESPUÉS de las elecciones, cada partido tiene su tarea pendiente. Concentrémonos, en esta primera entrega, en los dos primeros clasificados de la contienda electoral. A CiU se le plantea el reto de administrar el triunfo y al PSC, la derrota. A la vista de la matemática electoral, Artur Mas no tendrá problemas para ser investido. Y, ya sea negociando la abstención o recurriendo a la geometría variable, CiU podrá gobernar con cierta tranquilidad. El problema es otro: ¿cómo llevar a la práctica el programa básico de CiU? Es decir —saco a colación el decálogo de la Cataluña mejor propuesta por Artur Mas—, ¿cómo reactivar la economía, generar lugares de trabajo, moderar la presión fiscal, estimular a los emprendedores o eliminar la burocracia? Prosigo: ¿cómo conseguir que el ciudadano escoja médico o elija la educación de los hijos? Todo ello en una coyuntura marcada por la crisis y con una Generalitat cuya deuda es la más elevada de las Autonomías de España. Si CiU no satisface lo prometido, el ciudadano se preguntará de qué sirve el gobierno fuerte que ansiaba —ha conseguido— Artur Mas. Y si tenemos en cuenta que Mas ha cosechado un importante voto de aluvión —CiU ha sido una suerte de puerto en el que ha recalado una importante cantidad de voto útil o desengañado—, la decepción podría ser importante. Por lo demás, a CiU se le plantea otro reto: ¿qué hacer con la dichosa cuestión nacional catalana? Pregunta pertinente una vez constatado que, durante la campaña electoral, Artur Mas escondió conscientemente el tema. ¿Cuánto tardará en subir a escena la identidad nacional, la recuperación íntegra del Estatuto o el derecho a decidir? En definitiva, ¿cuándo reaparecerá el victimismo?

Para el PSC, la administración de la derrota se complica. ¿Qué actitud ha de tomar ante el gobierno de CiU? Si apuesta por la colaboración leal o responsable, corre el riesgo de quedar difuminado o ser tildado de seguidista. Si apuesta por la oposición pura y dura, será criticado —no aceptación de la derrota y resentimiento— por obstaculizar la labor de un gobierno de amplia mayoría que quiere sacarnos de la crisis. El discurso: ¿continuarán con el estribillo de la defensa de unos trabajadores que buscan hoy cobijo en distintas fuerzas e ideologías? ¿Cómo resolverán el dilema entras las dos almas —catalanista y españolista— que se cobijan en su seno? Y si hay más de dos almas, ¿cómo articular un partido con tantas sensibilidades y espíritus sin que se resienta la estructura del mismo? Las personas: ¿el PSC puede aventurarse por la senda catalanista de Antoni Castells o Montserrat Tura —o Àngel Ros, tapado del sector catalanista— que no moviliza al electorado PSOE que da votos y triunfos? ¿El capitán Celestino Corbacho está en condiciones de dar la batalla cuando el capitán José Montilla —cierto que pertenece a otro cuerpo de ejército— acaba de perder la guerra? ¿Quién Convence a Carme Chacón para que regrese a Cataluña mientras tenga alguna posibilidad de sustituir a Zapatero? El tiempo: el cambio, ¿antes o después de unas municipales que son importantísimas —poder, presupuesto y cargos— para el PSC? Una última consideración: cualquier cambio en el PSC requiere el beneplácito de su núcleo duro. Así las cosas, ¿es posible el cambio en el PSC?

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