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Un diluvio cae sobre el Madrid

El estilo del Barça, dinámico, vivo y valiente, destrozó a un Madrid sin rumbo y acomplejado, con un miedo que acabó por mandarle al abismo

AFP

JOSÉ MANUEL CUÉLLAR

Ruido, mucho ruido. Y luego silencio, mucho silencio. Salió Casillas y con el Mourinho para que se descargaran las iras, se irritasen las gargantas y se descargase la tensión. Sobre todo, para que cuando saliesen los suyos la presión fuese menor. Un listo este portugués. Y fue así. Un poco de estruendo y en el calentamiento todo fue seda y tranquilidad. Se veía que quedaba un mundo liguero y que el resultado sí, pero menos.

Primer apunte, Di María en la izquierda para tapar a Alves y Cristiano en la derecha para quedar más libre. Fue una mala señal, muy mala. Algo así como «vamos a jugar en función de lo que hagan ellos, no de lo que hagamos nosotros». Olor a miedo, olor a autobús, y como se vio luego, un autobús con más agujeros que un queso gruyere.

A los cinco minutos aquello estaba decantado. Todo el Madrid metido atrás, sin presionar, sin colmillos ni dientes para presionar. Dos metros a cada uno de los pitufos azulgrana para que pensasen, tocasen y la colocasen donde quisieran. Un suicidio vestido de pavor, temor e ineficacia porque nadie estaba convencido de que aquello fuese una buena idea.ç

Al Madrid se le notó, y se le notó mucho porque no mordió ni la bala ni un mísero cartucho. Anclado en una línea de cinco (Di María era lateral izquierdo y Marcelo ayudaba, y mal, al centro). El Madrid se descolocó en todas las líneas y esperó sin saber donde hincar el diente, donde apretar o dejar de hacerlo.

Un queso gruyere

A los nueve minutos el Barcelona ya había marcado en una laguna encontrada por el centro en una de las irrupciones de los pequeños que Iniesta vio con ojo de águila. Uno a cero y una posesión de 75 a 25 por ciento hablaba bien de lo que estaba pasando. El Madrid miraba y el Barcelona jugaba, a placer, con toque, mandando, sin apuros, sin rival, sin apreturas, un baño en toda la regla que empapaba al equipo de Mourinho por todos lados. Cada acercamiento era un peligro de gol porque todo el mundo entraba suelto, encontraban huecos mientras los blancos achicaban agua en una nave que ofrecía brechas por todos lados.

Cayó el segundo con suma facilidad como podía haber caído un tercero o un cuarto (tiro al palo de Messi). Los blancos presagiaban goleada de las grandes cuando Guardiola metió la pata y Valdés la secundó con la mala cabeza que se le conoce. Pep desvió un balón que iba a sacar de banda Cristiano con muy mala fe y peor baba. Ronaldo le empujó y se montó la marimorena. Hasta allí llegó el mundo blaugrana entero, comandado por la bander irritada de Valdés. Iturralde lo hizo mal, sacó tarjeta a Cristiano (bien) y dejó indemne a Pep (mal).

El incidente, estúpido y banal, sacó del partido al Barça durante algunos minutos y metió al Madrid, que empezó a presionar, a tener balón y a disponer de algunas ocasiones que antes no había visto ni en sueños.

El Barcelona aguantó más bien que mal ese respiro madridista. Apareció Ozil por unos minutos y el encuentro lo notó porque su presencia siempre es necesaria para mantener un mínimo de ofensiva. Sin embargo, tanto a él como a Khedira, pareció que el choque le venía grande, asustados ante el evento, perdidos en el maremagnum de toque del Barcelona que, pasados unos minutos volvió a aparecer, implacable, exacto, preciso, con una belleza que ningún otro equipo puede igualar.

Al menos el Madrid se fue con algo de vida al descanso, un logro que, visto lo visto, era más de lo que podía esperar porque estuvo un gran tramo del partido groggy, totalmente perdido, a expensas de que el Barça le metiese los cinco y lo tumbase de forma definitiva.

Ruina total

El Madrid había medio sobrevivido en la primera parte gracias a la labor de sus centrales, en especial de Pepe, acertado en el corte, pero volvió a jugar con fuego en la segunda mitad. Mou metió a Lass en el medio para reforzar el drama de su medio campo, siempre en inferioridad, pero valió de poco. Los blancos llegaban tarde al toque azulgrana y el baile volvió a aparecer. Messi estuvo a punto de marcar dos veces y amenazaba ruina total para los madridistas.

Fue real, un diluvio cayó sobre los blancos en sólo cinco minutos. Villa apareció e hizo un boquete en el corazón del Madrid, que ya no se levantó. Los de Mou se refugiaron atrás rogando, por favor, que no les golpeasen más, en toda una exhibición que se llevaba todo lo blanco como una riada. Una lección de fútbol total, de valentía, de mecanismos, de juego raso y de fútbol de verdad, el que solo puede hacer el mejor equipo del mundo.

El resto del partido fue un burreo total, un baile que pudo acabar en una goleada de escándalo. Crecido, a rrojado y pleno de confianza, el Barcelona se lanzó a una serie de contras que no acabaron en más tantos porque los azulgrana se relamieron en exceso.

El Real se fue arriba para maquillar el resultado, pero ni siquiera estuvo cerca de ello porque tenía el balón a empujones, con las migajas que le dejaba el Barcelona, todas ellas en forma de regalo envenenado porque lo que buscaban era pillarles a la contra a ver si podían repetir el ocho que le hicieron a Almería. Un asunto importante para darle en la cara a Cristiano y, sobre todo, a su gran enemigo, Mourinho, que ayer apenas apareció por la boca del banquillo, tan escondido como su equipo.

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