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Bo Derek, sobreviviendo a los hombres

Día 27/11/2010
Según un chiste de Hollywood, cuando los actores se hacen viejos se empiezan a parecer a Sean Connery. Lo malo es que cuando las actrices envejecen también acaban pareciéndose a Sean Connery. Bueno, Bo Derek no. También es cierto que catalogar como actriz a quien un día fue considerada en la ficción de Blake Edwards la mujer perfecta, de 10, es tan atrevido como creerse que Ana Obregón, con la que compartió «Bolero», también lo es. Pero Bo, como las que sí son actrices (¿Jane Fonda?), tiene que buscarse una vía para ganarse la vida cuando lo de la belleza ya no cuela. Bo Derek, que ha estado esta semana en Madrid amadrinando en el Casino la subasta benéfica de Moët et Chandon para la Casa del Actor, puede parecer que está conservada en formol, pero es que solo tiene 54 años. Eso sí, ya no es la chica que corría a cámara lenta por la playa en bañador, cosa que hizo mucho antes que las vigilantes de la playa. Es una señora que hace años fue Bo Derek, protagonizó aquella película espantosa con el fallecido Dudley Moore y sigue rentabilizándolo de la manera que puede. Otras anuncian cremas. De lo que se trata es de hacer marca de sí misma. En el fondo, Sharon Stone, siendo mucho más, también ha basado su carrera en algo tan elevado como un cruce de piernas sin bragas (vale, también está el «Casino» de Scorsese, pero poco más).
No estoy muy de acuerdo con que las actrices mayores acaben pareciéndose a Sean Connery. Muchas acaban pareciéndose unas a otras, como las familias infelices de Tolstoi. Las actrices y hasta las musas. El otro día, viendo de cerca Betty Catroux, la antigua modelo, icono de la moda, amiga de Yves Saint Laurent («mi hermana gemela») y a quien Tom Ford dedicó su debut en YSL, me daba la impresión de que era Pilar Eyre con gafas de sol y peluca rubia. Estaba sentada al lado de Loulou de la Falaise, la otra musa de Saint Laurent (se inspiró en ella para el esmoquin) y cuya madre, Maxine de la Falaise, fue modelo de Elsa Schiaparelli. Ambas, delgadas y hieráticas, escoltaban a Pierre Bergé, que presentaba la exposición «Yves Saint Laurent y Marruecos» en el museo del Jardín Majorelle de Marrakech. Un jardín que ambos, Bergé y Saint Laurent, compraron en 1980. Lo gracioso es que Pierre Bergé, el socio y compañero del diseñador, tampoco se parece a Sean Connery, se asemeja a un registrador de la Propiedad de provincias, excepto porque cuando habla del negocio de la moda («La moda no es un arte») entiendes por qué triunfó alguien como YSL, talentoso, un genio, pero un colgado capaz de meterse de todo. Loulou de la Falaise y Betty Catroux también se metían de todo, o cada una lo suyo (Betty, drogas; Loulou, alcohol). Pero, vaya, toda la pandilla lo hacía entonces. Qué tiempo tan feliz, que diría la Campos. En 1971, Talitha Getty, la mujer de John Paul Getty Jr, murió de una sobredosis en Marrakech con su abrigo de visión puesto, como debe ser. Pero Betty y Loulou han sobrevivido. En 1976 le preguntaron a Betty Catroux qué hacía normalmente en París, y la respuesta de la belleza equina de melena rubia inmortalizada por Helmut Newton fue «Nada», que ni Carmen Laforet lo habría dicho mejor. Rien, nothing. Un poco como cuando a Eduardo Haro Ibars le preguntaron a qué se dedicaba y dijo que fundamentalmente iba a bares.
Incluso suponiendo que las mujeres se acaben pareciendo a Sean Connery (que peor sería parecerse a Charles Laughton), está claro que son más capaces de sobrevivir. A las drogas, al alcohol, a la belleza y, sobre todo, a los hombres.
POR ROSA BELMONTE
MADRID
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