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«El último eslabón de la cadena»

Una mano siempre tendida. Es lo que hace a diario el Samur Social con los indigentes. No siempre lo consiguen

VÍCTOR LERENA

M. J. ÁLVAREZ

Ciento cincuenta profesionales del Samur Social velan las veinticuatro horas para que los «sin techo» abandonen el único lugar que han hecho suyo, la calle. Su objetivo es que tengan un lugar el que cobijarse, alimentarse y dispongan de la documentación y de la atención sanitaria que precisen. No siempre lo logran.

Sólo en Madrid capital hay 2.000 indigentes que se mueven entre la calle y los albergues. De ellos, unos 1.300 utilizan habitualmente para pernoctar la red estable de recursos municipales. Los 700 restantes duermen a la intemperie, arropados por cartones, periódicos o resguardados en soportales, cajeros automáticos, entradas a comercios...

¿Porqué siguen al raso en verano o en invierno? «Porque se niegan a acudir a albergues y a recibir cualquier tipo de atención que les brindan, continuamente, los equipos de calle», indicó ayer a ABC Teresa de Andrés Rivera, coordinadora del equipo de calle de este servicio municipal dependiente de la concejalía de Familia y Servicios Sociales.

Los trastornos de salud mental, las adiciones asociadas a problemas sanitarios, la desestructuración personal y la prolongada estancia en la vía pública son las causas que les hacen ser menos conscientes de la realidad en la que se encuentran y de sus necesidades. «Cuanto más cronificada es la situación del indigente, más contrario se muestra a engancharse al salvavidas que le ofrecen los trabajadores sociales, auxiliares y psicólogos». El objetivo último es que abandonen el pozo de exclusión social en el que se hallan para iniciar el camino de la inserción.

Si las condiciones de vida de los «sin techo» conlleva riesgos, estos se incrementan cuando el mercurio baja y se convierten en seres más vulnerables.«En la campaña contra el frío, que arranca el jueves y finalizará el 31 de marzo, los 12 equipos de calle existentes que se patean los 21 distritos de la ciudad, mochila a la espalda, siguiendo su ruta habitual para ver cómo se encuentran las personas que tenemos «controladas», se emplean a fondo con los casos de mayor vulnerabilidad. En la actualidad son 60, un 10% menos que en años anteriores. «Cada vez que hay una alerta por altas o bajas temperaturas les visitamos, uno a uno, y les invitamos a acudir a un centro». ¿La respuesta? Una negativa, y, en caso de aceptar, están pocos días. «No quieren someterse a las normas y a la prohibición de consumir drogas», asevera. En la anterior edición, una decena de ellos accedió de manera puntual a recibir ayuda en algún recurso de la red.

Cercanía y confianza

«No es fácil intervenir en contra de su voluntad ni ganarse su confianza. A veces, los primeros contactos se limitan a hablar de fútbol, luego, poco a poco, como acudes a ellos sin que ellos te busquen y les resuelves trámites u otras cuestiones, te vas ganando su confianza. Después, si enferman o sufren una agresión, saben a quién recurrir por la cercanía», explica De Andrés. «Nuestra labor consiste en prevenir y contener su caída. Tratamos de darles la mano para que se enganchen al vínculo que les ofrecemos, el último, para diseñar un programa de intervención individualizado, en función de su perfil». El camino es lento y se dan pasos hacia delante y hacia atrás, pero se muestra satisfecha con su tarea porque «acudimos directamente a quien lo necesita y servimos de puente entre la calle y los servicios sociales normalizados».

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