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La Brasilia islámica de Malasia

Construida de la nada para albergar las sedes administrativas del Gobierno y descongestionar Kuala Lumpur, la la faraónica Putrajaya refleja el renacer musulmán del país

Pablo M. Díez

pablo m. díez

Aunque Kuala Lumpur sigue siendo la capital de Malasia y su principal centro comercial y financiero, su verdadero corazón político es Putrajaya. Menos el Parlamento, todas las sedes administrativas del Gobierno federal se ubican en esta ciudad construida a 25 kilómetros de Kuala Lumpur con el único, y por cierto fallido, objetivo de sustituir a la congestionada y caótica capital.

Siguiendo el ejemplo de Brasilia , Putrajaya es una urbe de nueva planta que germinó a principios de los años 80 gracias al más ambicioso estadista que ha tenido este país del Sureste Asiático, el entonces primer ministro Mahathir Mohammad . Empeñado en modernizar Malasia para convertirla en una potencia regional con el dinero del petróleo, la madera, el caucho y el aceite de palmera, Mahathir impulsó durante su largo mandato (1981-2003) este faraónico proyecto, bautizado en honor al padre de la independencia, Abdul Rahman Putra.

Con una inversión que se calcula superior a los 6.300 millones de euros , las obras comenzaron en 1995 y, a pesar de su ralentización por la crisis financiera que estalló en Asia en 1997, los primeros 300 funcionarios se trasladaron a la oficina del primer ministro en 1999, mientras que el resto llenó los ministerios en 2005.

El renacer islámico de Malasia

El resultado: una ciudad de casi 50 kilómetros cuadrados con un 40 por ciento de zonas verdes y plagada de sorprendentes edificios de estilo musulmán, tan sobrios como fríos . Al contrario que en Kuala Lumpur, donde destacan sobresalientes muestras del estilo colonial británico con influencia mora importado de la India – como el Tribunal Supremo –, en Putrajaya se aprecia el renacer islámico de Malasia , un país con 28 millones de habitantes donde el 60 por ciento son de la etnia malaya y siguen las enseñanzas del Corán por ley , ya que así lo estipula el artículo 160 de la Constitución.

Como en Teherán o Bagdad , en su horizonte urbano sobresalen las típicas cúpulas bulbosas que se asemejan a la forma de una cebolla y fueron inmortalizadas por la arquitectura del imperio mogol de la India en templos como el Taj Mahal. Así se aprecia en el palacio del primer ministro, que preside un enorme lago artificial de 400 hectáreas cruzado por futuristas puentes de diseño.

Malasia es un país con 28 millones de habitantes donde el 60 por ciento son de la etnia malaya y siguen las enseñanzas del Corán por ley, ya que así lo estipula el artículo 160 de la Constitución

En su orilla se levanta la mezquita principal de Putrajaya, famosa por su cúpula de granito rosa y con capacidad para albergar a 15.000 fieles. Mientras su minarete, de 116 metros, se inspira en el de la mezquita de Sheikh Omar de Bagdad, el muro con grandes vanos de su planta baja recuerda a la de Hassan II en Casablanca.

Desde la contigua plaza circular de 300 metros cuadrados parte el puente Putra, una copia del famoso puente Khaju de Isfashan, en Irán, cuyos 435 metros de longitud sortean las aguas del lago y conectan con la avenida Persiaran Perdana.

Este bulevar de 4,2 kilómetros y cien metros de ancho es el eje principal de Putrajaya, donde se levantan cinco grandes plazas y recintos emblemáticos como el Palacio de Justicia, que acoge el Tribunal de la “Sharia” (ley islámica) vigente para los musulmanes, o la vanguardista mezquita de acero, sacada de una película de ciencia-ficción .

Al final del paseo, y tras cruzar los 240 metros del puente Seri Gemilang, adaptación arabesca del puente de Alejandro III de París, aparece el Centro Internacional de Convenciones, un edificio circular con doble cúpula que parece la cabeza de un búho . Con un aforo de 2.778 personas en sus 4.123 metros cuadrados, fue inaugurado para la Conferencia de la Cumbre Islámica en 2003.

Una ciudad fantasma

En medio de toda esta arquitectura “kitsch”, que podría servir de escenario contemporáneo para los cuentos de “Las mil y una noches”, no faltan grandes superficies comerciales con palmeras y estanques, como Alamanda; bazares que intentan parecerse a los de Oriente Medio, como Souq; hoteles de lujo, como Shangri-La o Marriott; hospitales, colegios, comisarías de policía, campos de golf, clubes de vela y jardines botánicos. Hay incluso monumentos como la pirámide metálica de 78 metros de la plaza Mercu Tanda, donde empezaron las obras, o el del Milenio, un monolito de aluminio de 68 metros que reproduce un lápiz y documenta la historia de Malasia.

Pero lo que realmente se echa en falta en Putrajaya es la vida , ya que se trata de una ciudad fantasma donde apenas residen unas 70.000 personas , la mayoría en las lujosas urbanizaciones de chalés que la rodean. Por sus calles desiertas sólo transitan funcionarias del Gobierno que, ataviadas con velos de colores y tocadas por el tradicional pañuelo islámico, regresan cada día a Kuala Lumpur en el tren de alta velocidad que llega hasta el aeropuerto.

Tratándose de algo tan natural y humano como las ciudades, cuyo nacimiento, evolución y muerte depende de sus habitantes, una cosa es crear de la nada y por decreto un distrito administrativo y otra muy distinta sustituir a la capital de un país. Por mucho que suponga una tarea sagrada encomendada por Alá.

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