ESTATUA DE BENEDICTO XVI
«¿Se parece? ¿Sí? ¡No sabe lo que me gusta oírlo!»
La inauguración de la estatua de Benedicto XVI en el parque de As Cancelas comenzó a las once de la mañana y se puso la última letra a eso de las tres. El escultor, Cándido Pazos, ha hecho un bronce de mil quilos cuyas proporciones le han quitado el sueño. Un reportero busca a algún responsable que haga declaraciones. Da con Pazos, que, angustiado, le pregunta:
—¿Se parece?
La escultura, grotescamente colgada de la grúa por el cuello, baila en la cuerda.
—«Home», un aire se da...
—¡No sabe lo que me gusta oírlo!, exclama Pazos, con sincero alivio.
Estamos en lo del escultor grande que hace la estatua de un hombre pequeño o en el escultor pequeño que hace la estatua de un hombre grande. Aparece con cierto ruido Bugallo, el alcalde. Declara que sólo quiere asegurarse de que se está efectuando la erección conforme a lo previsto.
Desde los coches estallan improperios de los «hooligans» del anticlericalismo progresista. Una loca detiene su automóvil para gritar: «¡Pederastas!». Los albañiles ni se inmutan. La escena del montaje de la estatua del Papa parece calcada de la del derribo de la estatua de Sadam. Los reporteros aprovechan para retratarse como iconoclastas. Y dos mujerucas ponen el dedo en la llaga:
—¡Pero si parece Arsenio Iglesias protestando en la banda!
—Y con esos clavines que habéis puesto la tirará el viento. La de Franco de Ferrol sí que costó sacarla.
La inauguración fue por la tarde.
NACIO RUIZ QUINTANO
ENVIADO ESPECIAL
SANTIAGO DE COMPOSTELA
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