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Anna Netrebko y Rolando Villazón, bohemios de película

Robert Dornhelm lleva nuevamente al cine la ópera de Puccini «La bohème»

ABC

JULIO BRAVO

La historia de amor entre ópera y cine viene de antiguo, aunque nunca haya terminado de cuajar; cada arte tiene sus propias reglas. Han sido muchos y muy distintos los intentos de convertir las grandes óperas en películas: desde la «Aida» de Clemente Fracassi, donde Sophia Loren le prestaba el cuerpo a la voz de Renata Tebaldi (o viceversa) hasta «La traviata» de Franco Zeffirelli, protagonizada por Plácido Domingo; desde el «Don Giovanni» de Joseph Losey a «La flauta mágica» de Ingmar Bergman. Y siempre han sido productos que no han terminado de cuajar.

Robert Dornhelm, nacido en Rumanía, naturalizado austríaco y ciudadano estadounidense, volvió hace un tiempo los ojos (la película se rodó en 2008) hacia «La bohème», uno de los títulos más populares del repertorio operístico y una de las obras más hermosas del género (y que, previsiblemente, estará ausente del Real durante los próximos años, a menos que Gérard Mortier cambie de opinión sobre Puccini). Dornhelm, un director con amplia experiencia en las películas para televisión, contó con la pareja operística del momento, la soprano rusa Anna Netrebko y el tenor mexicano Rolando Villazón.

La química entre los dos cantantes es evidente, y es una de las grandes bazas de esta película, en la que la partitura de Puccini suena esplendorosa, con Bertrand de Billy al frente de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera. Tanto Netrebko como Villazón conocen perfectamente sus personajes y se encuentran en ellos como pez en el agua. La exquisita soprano, especialmente, se beneficia de la cercanía para mostrar la decadencia física de su personaje, Mimí, consumida por la tuberculosis. Nicole Cabell, Gerge von Bergen (con la voz de Boaz Daniel), Adrian Eröd (con la voz de Stéphane Degout) y Vitaly Kovalyov encarnan respectivamente a Musetta, Marcello, Schaunard y Colline, los principales protagonistas de esta ópera. Según la producción, el director pidió compromiso total a los cantantes, que no sólo hacían playback sobre sus propias grabaciones, sino que cantaban a voz durante el rodaje (que nunca empezó, se cuenta, antes de las diez de la mañana para no dañar las voces».

Rodada por completo en los estudios Rosenhügel de Viena, la película tiene un cierto aroma clásico y no parece querer esconder el sabor a cartón piedra en la escenografía; no hay ambición de magnificencia y sí un evidente regusto teatral.

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