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Agricultura con sello canario

El intervencionismo de Hugo Chávez en el campo venezolano amenaza con liquidar el legado canario tras varios siglos de presencia en suelo caribeño. Los isleños introdujeron cultivos nuevos y la mecanización. Agroisleña es la punta de lanza de un acoso masivo

ABC

JAVIER REYES

Pese al innegable peso que tiene el petróleo en la economía venezolana, su impacto es relativamente reciente, apenas desde la mitad del siglo XX. Venezuela siempre fue un país agrícola, uno de los grandes graneros de América, por más que la errática política actual de Hugo Chávez diga lo contrario. «El canario, que en las Islas cultivaba entre pedregales y bancales, cuando llegó a Venezuela y vio la gran cantidad de tierra fértil que había, lo tenía chupado». Así rememora Sergio Goycoechea, vicepresidente de la Unión Canario Venezolana, el recuerdo grabado en la memoria colectiva de muchos venezolanos: en el campo siempre hubo canarios. Por eso, ni mucho menos sorprende que un gomero, Enrique Fraga Afonso, fundara Agroisleña en 1958 en Palo Negro (Aragua), hoy convertida en la empresa líder en venta de suministros para los agricultores y en plena fase de expropiación por parte del Gobierno venezolano.

Pero, ¿cuándo llegan? La presencia canaria ya es rastreable en plena América colonial, en el siglo XVI, en la zona andina venezolana, pero se consolida como fenómeno histórico en el último tercio del siglo XVII. Viajan familias enteras y principalmente de Tenerife, donde la crisis azota con fuerza tras la caída del mercado del vidueño, un vino blanco de mesa que tenía buena salida en las colonias portuguesas hasta la independencia del país. Tenerife llegó a contar con unos 100.000 habitantes y algunos pueblos como Buenavista, El Sauzal o Vilaflor se despoblaron. Los canarios llegan con muchas expectativas. Hay mucho suelo por explotar y se incorporan al próspero negocio del cacao en terrenos cercanos a la costa, como Yaracuy o Panaquire. Emigrantes canarios llegan a fundar pueblos enteros, como San Carlos Cogedes (1677) y Calabozo (1723), más al interior, donde también se dedican a la ganadería.

Colonias

Por esa fecha, los canarios ya están plenamente asentados en Venezuela, para regocijo de la Corona Española. Se dedican principalmente a la agricultura e introducen nuevos cultivos como el membrillo, el durazno o el melocotón. Una de sus grandes aportaciones será el regadío, vital para el cacao, que necesita agua de manera permanente. Su principal enemigo son los inviernos, muy secos. Los canarios lo resolvieron ideando una red de acequias que desviaba el agua de los ríos hacia los terrenos. Controlan la agricultura de subsistencia y también coquetean con el comercio. Su situación socioeconómica mejora, pero siguen sin tener acceso a las tierras que poseen los grandes hacendados. No todos. «Ahí está el caso del marqués del Toro, que sale de Teror con lo puesto y se convierte en uno de los grandes terratenientes de Venezuela. O el herreño Juan Francisco León, que lideró la mayor revuelta de la época colonial llegando a ocupar Caracas», señala Manuel Hernández González, profesor de Historia de América de la Universidad de La Laguna.

Malas condiciones

Petróleo El Gobierno utilizó parte de las ganancias en bancos agrícolas. El suelo era barato y los créditos accesibles. Los canarios lo aprovecharon

Emigración Muchos llegaron en «barcos fantasma» huyendo del hambre franquista. Al poco tiempo ya controlaban la agricultura de subsistencia

Viajan familias completas, pero las condiciones son muy malas. Trabajan como jornaleros en situación de semiesclavitud, ya que eran subastados por contratistas entre los hacendados locales. «Como no tienen dinero, el contratista les adelanta el precio del pasaje y después tienen que pagárselo durante años con su trabajo. Viajan en velero, como mínimo tres semanas si el alisio es bueno, pero van hacinados en la parte alta en condiciones precarias», comenta. Como el café necesita altura, los canarios crearán grandes colonias en la zona andina y en el Oriente, como Chejende y Guanipa. Fue un «boom». La historiografía calcula que entre 1874 y 1888 de los más de 20.000 inmigrantes registrados, más de 14.400 eran isleños, llegados tras el desplome de la cochinilla en Canarias.

El negocio del café cae a finales de siglo por coyunturas internacionales y, con la entrada de un gobierno militar, la emigración canaria se desvía a Cuba para trabajar en los ingenios azucareros. Inesperadamente, el crack mundial de 1929 afecta sobremanera a Cuba y muchos canarios vuelven a Venezuela fundando colonias agrícolas en Mendoza, Cagua y Palo Negro, en el estado de Aragua. Ahí arranca el origen del peso de los canarios en la agricultura contemporánea venezolana. Con el estallido de la Guerra Civil en España, Canarias, muy dependiente del exterior, entra en una crisis absoluta por el aislamiento internacional del régimen franquista.

Franco cierra las fronteras, pero a partir de 1948, y dadas las calamitosas condiciones de vida, el fenómeno de la emigración clandestina crece con rapidez ante lo difícil y costoso que resulta hacerlo por la vía legal, autorizada solo para quienes tenían parientes en Venezuela. Nace así la época de los llamados «barcos fantasma», naves de pesca del Archipiélago que van a dirigir la nueva travesía hacia «El Dorado» venezolano. Hasta 1952, unos 8.000 canarios surcan el Atlántico. «Viajan varones jóvenes en busca de futuro en barcos sin condiciones y a veces hasta sin piloto por lo que el alisio a veces los llevaba a Martinica y Brasil. Había muchos sobornos y mucha gente se enriqueció gracias a créditos de usura. Las condiciones eran muy malas, con poca comida y agua racionada, dado que ocupaba mucho espacio», explica Hernández.

En los primeros momentos, durante el Gobierno de Rómulo Gallego, fueron bien recibidos como exiliados políticos. Llegan como peones agrícolas a Palo Negro, convertido en el gran asentamiento canario en Venezuela. El desarrollo de la agricultura va a ser ya imparable. Y el efecto llamada, incesante. «Los canarios creían en Venezuela. Era un país en plena expansión económica gracias al petróleo y con un bolívar alto tras la Segunda Guerra Mundial», señala.

El escenario vuelve a cambiar tras la asonada militar de Pérez Jiménez que acaba con el Gobierno de Gallegos. Con una incipiente guerra fría encima de la mesa, los canarios empiezan a ser vistos como comunistas y pasan calamidades. Muchos son deportados como ilegales a las islas de Orchila y Guacima, una isla pestilente llena de malaria y paludismo en la desembocadura del Orinoco. Ocho mueren hacinados. Pese a todo, el flujo clandestino no cesa porque las autoridades portuarias canarias hacen la «vista gorda» a cambio de pequeños sobornos. En algún buque con capacidad para 50 personas llegan a ir más de 250. Ante la presión del fenómeno, la dictadura venezolana termina presionando a Franco para que flexibilice los trámites migratorios y se inaugura una nueva etapa de «puertas abiertas» en la que los gallegos se unirán a los canarios. La emigración se hace legal en barcos de transporte y desaparece el negocio de la clandestinidad. En la década de los 50 llegaron más de 60.000. Penetran en todos los sectores, pero siguen jugando papel importante en la agricultura, especialmente palmeros y gente del sur de Tenerife. Van a poblar zonas desérticas donde aplican la experiencia ganada en en sitios como Vilafor, Guía de Isora o Chirche, y empiezan a explotar el arroz, la papa, los melones y el plátano. Sigue siendo una emigración de varones, como la de posguerra. Viven en rancherías todos juntos y mandan dinero a Canarias.

Eran gente del campo y analfabeta, pero enseguida captaron el potencial económico del campo venezolano. La tierra es abundante y barata. Se asientan en Barina, Los Llanos o Apure. En Quíbor (otra región desértica), donde no había agricultura sino ganado introducido por canarios años atrás, prueban con bastante éxito el cultivo del tomate abriendo pozos de agua. Obtienen dos cosechas al año. La cebolla también germina con generosidad. Y no estaban mal vistos por la población local. «No eran privilegiados ni grandes marqueses. Se adaptaron al medio y trataron de hacer negocio comercializando sus productos en una sociedad en expansión», subraya. El mercado de semillas empieza a ser importante y la política del Gobierno, creando bancos agrícolas con los excedentes petrolíferos, acelera la modernización de la agricultura gracias a la facilidad de acceso al crédito. La fundación de Agroisleña, hoy con más de 2.000 trabajadores y 82 puntos de venta por todo el país, es heredera de esa coyuntura. Con el inicio del turismo en las Islas en los años 60, algunos volverán, pero otros se traen a sus familias y terminan echando raíces.

SANTA CRUZ DE TENERIFE

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