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Columnas / HAY MOTIVO

Acertijo de Otegui y Rubalcaba

Demasiadas coincidencias, claro. O, mejor dicho, oscuro, puesto que en la política no hay casualidades sino causalidades

Día 23/10/2010
DICE el presidente del Gobierno de España que «los pasos de la izquierda abertzale no van a ser en balde». Él sabrá de lo que habla, suponiendo que, a estas alturas del partido tal y como está el patio, al señor Zapatero le importe lo más mínimo lo que significan las palabras. Con que resuenen, vale. De ahí que en la párvula retórica que caracteriza al personaje, aquel «enigma histórico» que Sánchez-Albornoz puso sobre el tapete hace cincuenta y tantos años, haya acabado siendo un acertijo tenebroso, una grosera adivinanza. ¿Qué fue antes? ¿El huevo o la gallina? ¿Otegui o Rubalcaba?
Pasos de danza, en todo caso. Un «Pas à deux» que escenifica hasta qué punto nos toman por idiotas y se ríen en nuestras barbas. El domingo pasado, un diario madrileño nos despertaba con gran entrevista río a Arnaldo Otegui en la cárcel. Ningún juez dice haberla autorizado. Pero, ¿para qué necesitamos a los jueces, si tenemos al inefable Rubalcaba? El de Batasuna aclaraba allí lo esencial de su viraje: si ETA vuelve a matar, tendrá que oírnos. Y uno se imagina a los de la artillería tiritando de miedo: ¡hay que ver qué cosas más tremendas se le ocurren al camarada Otegui! El miércoles Zapatero cambiaba su gobierno. Para trocarlo en un Gabinete de Guerra sin cuartel contra el mayor enemigo de una salida «justa y honorable» al drama personal del abertzalismo vasco. O sea, contra el PP, en primera instancia, y contra cualquiera que le plante cara. Al frente de ese Gabinete, Alfredo Pérez Rubalcaba, quien ese mismo día disponía la puesta en libertad —o casi— del más conspicuo ideólogo de ETA en los dos o tres últimos decenios: Luis Álvarez Santacristina, alias «Txelis».
Demasiadas coincidencias, claro. O, mejor dicho, oscuro, puesto que en la política no hay casualidades sino causalidades: las sólidas determinaciones políticas que exigen que sea el inquietante ministro del Interior y ahora vicepresidente primero quien tome el timón de las negociaciones. Rubalcaba es el hombre adecuado para llegar a un acuerdo político con ETA, por la misma razón por la cual lo era, en los años de sangre del felipismo, el luego presidiario Rafael Vera: ambos conocían las no siempre luminosas claves de un combate hecho de iguales ferocidades. Vera y Txomin eran, en Argel, dos fuera de la ley pergeñando acuerdos con las pistolas encima de la mesa. Vera y quien sea que haya de hacer de Txomin ahora, serán la constancia final de que, llegado un cierto punto, a todos interesa hacer punto y aparte.
¿Zapatero? No hay principio que interfiera el actuar del presidente. Traicionó a los aliados en Irak, porque juzgó electoralmente rentable aquel gesto. Transubstanciará ahora a los criminales en combatientes, a los mafiosos en guerreros, si juzga que tal cosa le ayuda a evitar —aunque sólo fuera en parte— el más clamoroso desmoronamiento electoral de un gobernante español en democracia. Legitimar el horror, cambiarlo en patriótico honor de combatientes —aun si errados— por la patria vasca, no es un precio excesivo. La paz da sentido a aquel espanto, que dejará de llamarse asesinato para ser retrospectivamente llamado guerra.
Y, sí, algo confirma todo este juego de ficciones entre ridículas y crueles: Mayor Oreja —que anticipó toda esta historia— está loco. Con aquella locura con la cual Apolo castigó a Casandra: conocer el futuro y no poder hacer nada para evitarlo. A eso llamaban los griegos tragedia.
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