Abbado y el arte puro

Escribir sobre música es un imposible. Eduard Hanslick, el crítico y musicólogo, advirtió de esta singularidad a finales del XIX, al afirmar que la verdadera razón de ser de la música está en la estricta belleza de su forma, al margen de cualquier especulación ética o social. Hace muy pocas horas, lo han demostrado Claudio Abbado y a la Orquesta del Festival de Lucerna, intérpretes de la novena sinfonía de Mahler, paradójicamente una música tan llena y cercana a la experiencia personal. Pues aún así, importa hoy el recuerdo de la contemplación estética del objeto, el recogimiento que va más allá de las palabras y los gestos, la devoción que sólo causa la música absoluta tal y como ha llegado a entenderla el veterano maestro italiano.

Ibermúsica ha inaugurado su temporada con estos intérpretes, que aún hoy repetirán programa en el Auditorio. La expectación, tras el eco de su actuación durante el verano en el Festival de Lucerna, ha devuelto a Madrid la alegría por escuchar que sólo producen las ocasiones únicas. Y, efectivamente, así ha sido. Pese a las toses, a las salidas a medias, al móvil en el justo final, y esa impaciencia de quienes no saben aparcar el negocio. Con todo, ayer fueron muchos los que después de oír, de compartir, de callar durante un silencio de cierre que pudo ser mucho más largo y profundo, y luego de aplaudir como pocas veces, saben hoy que existe la religión del arte que propugnaron los formalistas, y que cabe, y merece la pena, admirar a quien explica como lo hace Abbado, al margen de lo cotidiano y de cualquier comparación. Construir una totalidad de semejante manera está al alcance de muy pocos; comprobarlo de algunos más. Privilegiados en cualquier caso.

Leopoldo Hontañón, que durante muchos años logró el imposible de escribir de música en estas mismas páginas, habría encontrado una manera estupenda para comunicar el emocionante misterio de hora y media de sonidos sin palabras. Estas líneas son en su memoria.