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cine

José Val del Omar y otros pioneros de la imagen

Una colección de dvd recupera a pioneros como Segundo de Chomón o José Val del Omar, de quien ahora también se celebra exposición en el Museo Reina Sofía, de Madrid

Yo creo que el cine español nunca ha existido. Eso que llamábamos «españoladas», fuesen La aldea maldita (1930, Florián Rey) o La gran familia (1962, Fernando Palacios), coexistieron siempre con iluminaciones y fulgores del tamaño de El sexto sentido (1929, Nemesio M. Sobrevila) o Vampir-Cuadecuc (1970, Pere Portabella). Desde el comienzo de la historia del cine español ha habido películas que ponen en tela juicio lo que, en general, se entiende por cine español. ¿Qué son, si no, los trabajos de Segundo de Chomón o José Val del Omar ? Son, ante todo, enjuiciamientos sobre las circunstancias coyunturales en las que se origina una imagen en este país y al mismo tiempo propuestas que deberían hacernos pensar sobre eso que llamamos «las dos Españas», porque quizás no sean dos ni tres. Matemos, de una vez, al cine español como género en sí mismo y también como excusa para seguir planteando un tipo de percepción cultural que a estas alturas ya no tiene sentido. Convirtámonos en exploradores de verdad, que en lugar de irse a Borneo o Belice para no hacer otra cosa que lo que habrían hecho aquí, descubran algo nuevo y valioso.

Sé que las comparaciones entre Segundo de Chomón y Georges Méliès serán inevitables, al fin y al cabo los trabajos de ambos giraron en torno al mundo de la magia . También sé que la gente, en general, se quedará con uno en detrimento del otro. Yo, sin embargo, me quedo con los dos. Es cierto que Chomón comenzó siendo un imitador, pero lo magos suelen repetir siempre los mismos trucos, imitándose unos a otros. A veces los alumnos superan a sus maestros. O los suplantan. Chomón, sin ir más lejos, lo consiguió. Hizo películas a imitación de Méliès, luego Méliès hizo películas a imitación de Chomón, y al final los historiadores han encontrado películas que no se pueden atribuir fácilmente a uno de los dos porque cualquiera de ellos podría haberla realizado. Ambos hicieron viajes a la Luna, ambos desafiaron a la gravedad, ambos demostraron que las posibilidades del cine no se limitaban a lo real. Sólo uno de ellos, Chomón, hizo Hotel eléctrico (1908) , Una excursión incoherente (1909) o Soñar despierto (1912), tres obras maestras en busca de espectadores.

El mago y el alquimista

Los tres cortometrajes que conforman el Tríptico elemental de España apenas se han exhibido en condiciones favorables para apreciar sus virtudes. ¿Cómo percibir entonces la cualidad táctil de sus imágenes o sus portentosas combinaciones de sombra y luz? Es imposible. Sin embargo, los tratamientos del sonido, sus texturas visuales o la extraña simbiosis entre la alta cultura española (los maestros tenebristas, los poemas de Federico García Lorca o la música de Manuel de Falla ) y la «cultura de la sangre» (la de los habitantes de la serranía de Granada, los campesinos de la Meseta y los aldeanos gallegos) consiguen impactar en los espectadores de cualquiera de los tres cortometrajes en los que José Val del Omar glosó de manera unitaria lo que se había desmembrado durante la guerra. En cualquier caso, forman parte de un proyecto cinematográfico que nunca llegó a cuajar en este país.

La edición que ha hecho Cameo pone las cosas en su sitio

Buscar las huellas de Val del Omar en cualquier historia del cine español puede resultar una tarea desalentadora, porque su nombre ha sido borrado de casi todas partes. Los motivos son el desconocimiento que todavía hoy se tiene en torno a él y la dificultad de encuadrarlo en algún lugar sin alterar con ello muchas ideas preconcebidas. Val del Omar ha sido siempre un solitario, como Joseph Cornell en el cine estadounidense o Mario Peixoto en el cine brasileño. Es demasiado español y al mismo tiempo no se parece a ninguno de los españoles. Su obra era hasta hace poco inabarcable, pero la edición en cinco dvd que ha hecho Cameo intenta poner las cosas en su sitio.

Los oscuros

Las películas latinoamericanas (o iberoamericanas o como queramos llamarlas) siempre han de justificarse, disculparse o arriesgarse a pasar desapercibidas. Y, sin embargo, marcan ciertas diferencias. Marcan diferencias porque no se conforman con mostrar disidencia con respecto al cine español, además rechazan una filiación clara. Son venezolanas, cubanas, argentinas o chilenas, sin que a veces sepamos de dónde provienen. No quieren ser francesas y mucho menos afrancesadas; tampoco le rinden pleitesía a nadie. Ni siquiera pretenden tener rasgos demasiado acusados para que nadie las tome por cine comercial siendo, en realidad, cine de autor puro y duro. De hecho, una de sus características más llamativas es que parecen obras colectivas que se ha nutrido al mismo tiempo de los pormenores del rodaje (como si se hubiese planteado de forma abierta), del instinto de su director (y digo instinto porque la resolución visual puede ser cualquier cosa menos cartesiana), de un guión casi mudo (que no es capaz de decirnos nada concreto y que aun así resulta sugerente) o de actores (a menudo desconocidos) intentando recordar cómo son los seres humanos de carne y hueso.

I maginamos a los cineastas iberoamericanos pasando hambre , tanta que apenas pueden dedicar sus esfuerzos a otra cosa que no sea comer. Su cine o es cine de denuncia o es cine exploitative (sobre sus penurias y su incierto futuro). Jamás podría ser cine experimental. Al menos eso es lo que piensan algunos. Y se equivocan. Tampoco pasa nada. Casi todos nos equivocamos, a diario o semanalmente. Para hacernos algo más sabios, Cameo saca ahora una edición en dvd de un ciclo de cortometrajes experimentales, en el que España e Iberoamérica se echan un pulso para ver cuáles son sus confluencias y divergencias en el terreno de la experimentación. Nadie pierde, todos ganan. Ganamos nosotros, que a partir de ahora tendremos que pensar mejor a qué llamamos cine español y cómo definimos el cine iberoamericano.

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