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De ficciones y realidades

Mario Vargas Llosa es el gran novelista, el gran teórico de la novela, el gran crítico literario y es, al mismo tiempo, el comprometido periodista, tan cercano a la realidad viva, palpitante

VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA

Estábamos terminando la reunión de la Comisión Delegada cuando nos llegó la noticia de la concesión del Premio Nobel a Mario Vargas Llosa. Todos saltamos de júbilo. Era algo largamente esperado. Creo, además, que la explicación de la motivación del premio, que subraya el compromiso con la realidad histórica, refleja fielmente lo que es él.

Mario Vargas Llosa es el gran novelista, el gran teórico de la novela, el gran crítico literario y es, al mismo tiempo, el comprometido periodista, tan cercano a la realidad viva, palpitante. Cualidades que ha logrado trasladar con total éxito a la novela, que él define como la suplantación de un mundo de realidades por un mundo de representaciones. Es decir, en el avance de toda su narrativa está presente una realidad histórica concreta, de Perú, de Santo Domingo o del Congo, donde transcurre su nueva obra que en breve presentará, «El sueño del celta», sobre un cónsul irlandés empeñado en denunciar la explotación colonialista.

En sus obras, siempre hay una realidad histórica viva, porque, aunque sea pretérita, siempre está enfocada desde el punto de vista de lo que significa ideológicamente o de la continuidad que tiene en la realidad social o política de hoy. Pero Mario no se conforma con eso. Porque, a partir de ahí, va transformando esa realidad y la suplanta por un sugerente mundo de representaciones, de ficción. Lo explica muy bien en las «Cartas a un joven novelista». Ahí está volcado todo su pensamiento y su concepción de la novela. Dice cómo el narrador tiene que ir transmutando el espacio y el tiempo en el que transcurren las obras, haciendo una ficción de ellas para emanciparse de ese modo de la realidad aparente y lograr la autonomía que debe tener la obra literaria.

Esto puede explicarse de forma perfecta si comparamos una novela de verdad con un reportaje. Cuántos reportajes se habrán escrito sobre el dictador Trujillo, pero qué distintos son de una novela como «La fiesta del chivo», en la que se denuncia el abuso, el gran desastre de aquella dictadura... Sin duda, la novela tiene mucha más fuerza. ¿Por qué? Porque alejándose de la realidad, del tiempo concreto, la eleva a un tiempo en el que el lector lo descubre por sí mismo.

Mario Vargas Llosa ha reflexionado mucho en su exhaustivo estudio de la literatura. Tenemos que recordar cómo comenzó examinando «Tirant lo Blanch» hasta que descubre a Flaubert a través de «Madame Bovary». Recuerdo cuando él cuenta cómo estando en París compra en una de las librerías junto al Sena la novelita y la lee ininterrumpidamente, día y noche, y se empapa de ella. Después, descubre lo que es la técnica, la tramoya que había detrás de ella, algo que también hizo con «Los miserables» o «Cien años de soledad», de García Márquez. Ese gran teórico de la literatura, ese gran crítico, es al mismo tiempo el gran novelista. Y ese gran novelista es también el gran periodista que va siguiendo de cerca toda la realidad política y social de nuestros días y la plasma en sus artículos estupendos.

Ayer fue un día de júbilo muy especial para la Real Academia Española y para la asociación de Academias de la Lengua Española. Mario Vargas Llosa, cuando está en Madrid, no se pierde ninguna de nuestras sesiones. En la última en la que estuvo se despidió porque se marchaba a dictar un curso en la Universidad de Princeton. «Vengo en noviembre —nos dijo— y volveré a estar aquí los jueves debatiendo en las comisiones, en los plenos...» Para nosotros es un motivo de orgullo como servidores que somos de la lengua española. Es un motivo de satisfacción y de gozo la concesión de este premio.

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