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Fascinación por Mahler

La Orquesta de Valencia interpretará a finales de octubre la integral de las sinfonías del compositor checo

Día 06/10/2010 - 14.36h
Habemus año Mahler. El pasado mes de julio se conmemoró el nacimiento, en 1860, del gran compositor y director de orquesta bohemio de origen judío. La Orquesta de Valencia se hace partícipe de la celebración, y junto a su director titular pondrá en liza esta temporada la práctica totalidad de su corpus sinfónico. Un enorme reto técnico e interpretación para Traub y para la formación.
«Mi tiempo está por llegar. Como compositor no seré reconocido en vida. Esto sólo ocurrirá cuando haya muerto. Yo soy, en expresión de Nietzsche, un hombre fuera de su tiempo». En estos términos se pronunciaba nuestro protagonista mesurando la trascendencia y alcance de su música. Y lo cierto es que es a partir de la mitad del siglo XX, tras cuatro décadas de su fallecimiento en 1911, cuando se inicia un periodo de fascinación por su música que no cesa. Desde entonces hay más de dos millares de grabaciones fonográficas de sus obras, incluyendo varias decenas de integrales por las más grandes formaciones. Escasos son los excelsos directores -llamativas excepciones las de Sergiu Celibidache y Carlos Kleiber- que han perdido la oportunidad de grabar sus sinfonías. Los programas de concierto están inundados de citas mahlerianas -hace escasos días sin ir más lejos, el propio Lorin Maazel protagonizó un concierto en la ciudad alemana de Duisburg dirigiendo la octava («De los mil»), llamada así por los descomunales medios precisados.
El caso de Gustav Mahler quizás no tenga parangón y junto a Richard Wagner en lo operístico constituye un fenómeno que se describe de forma recurrente en los numerosos estudios y monografías sobre su figura. A pesar de ello, el compositor checo sigue siendo un ilustre desconocido, un artista para grandes minorías y posiblemente no dejará de serlo nunca. La música de Mahler demanda esfuerzo por quien se propone disfrutarla; sin embargo, en la mayoría de los casos constituye un Rubicón que una vez cruzado no contempla vuelta atrás. Después de ello el mahleriano difícilmente se conformará con un par de versiones de cada una de sus diez sinfonías. La comparación de las versiones es parte del largo y fascinante camino. En la red, por ejemplo, los hilos dedicados a Mahler son los más activos de los foros de música clásica.
¿Porqué esa fascinación por Mahler?. El carácter filosófico de su mensaje musical atrapa al hombre del siglo XX, que por vez primera se pregunta masivamente sobre las dudas existenciales que le acechan.
Hasta el pasado siglo, el hombre -salvo las élites intelectuales- no se había podido «ocupar» de esos menesteres. Bastante era con sobrevivir en el día a día. Acierta el polémico crítico y escritor inglés Norman Lebrecht cuando afirma que la razón de esta mitificación de Mahler es que «fue el primer compositor que buscó soluciones espirituales y personales en la música, indagando dentro de sí remedios para la condición humana». Entre sus traductores, salvo contemporáneos del músico como Bruno Walter, Leonard Bernstein es quién con más ahínco ha escudriñado el alma de Mahler. Argumentando sobre su actualidad y aludiendo a los grandes dramas contemporáneos (Auschwitz, Hiroshima o Vietnam) decía: «Sólo después de todo esto podemos escuchar su música y comprender que él ya lo había imaginado». Ejemplo de esta fascinación entre lo extravagante y lo verdaderamente encomiable es el de Gilbert Kaplan, un millonario norteamericano que comenzó en 1981 a recibir clases de dirección con el único propósito de lograr dirigir la segunda sinfonía «Resurrección». Lo consiguió con el sudor de su frente y los cheques. Su sueño se hizo realidad grabándola en dos ocasiones con la London Symphony y con la Filarmónica de Viena.
El carácter transcendente de lo mahleriano seduce: la primera sinfonía «Titán» es un canto a la naturaleza y al hombre; la segunda, un himno de esperanza en una vida más allá de la muerte; la tercera, un infantil recorrido cósmico; la cuarta, una recreación visionaria del paraíso; la quinta, un exitoso combate entre el bien y el mal; la sexta, una obra visionaria de los dramas en Europa años después de su fallecimiento; la séptima nos adentra en los sonidos de la noche con un lenguaje innovador y expresionista; la octava, una oda a la creación divina; la novena -como afirma Pérez de Arteaga, el mayor mahleriano de nuestro país- es la sinfonía de la duda, del interrogante: todo lo afirmado en las obras anteriores se tambalea.
A quienes ya caímos en las redes de esta gran música, nuestra orquesta nos da esta temporada una oportunidad única para profundizar en ella, y quienes no se han atrevido todavía con ella, podrán penetrar en un universo que les acompañará el resto de sus días. ¿Por qué no intentarlo?.
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