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ENTRE BRUMAS

El regreso de los sans-culottes

No siendo ni okupas, ni liberados, ni botelloneros, ni pro-amor-islámico, aquí pintamos cada vez menos

JUAN GRANADOS

«Como la Revolución parecía proponerse la regeneración del género humano más aún que la reforma de Francia, encendió una pasión que las revoluciones políticas más violentas nunca habían sido capaces de inspirar. Produjo conversiones y generó propaganda. Asumió así, al final, aquella apariencia de revolución religiosa que tanto asombró a sus contemporáneos» (Alexis de Tocqueville)

Al socaire del esperpento ético que ha supuesto la pasada huelga general, con la estadística de ausencias al trabajo esculpida a golpe de piquete ante la inacción de un gobierno con carnet sindical y espíritu camorrista, uno va creyendo que los últimos socialistas críticos y sensatos que resistan tras el efecto Zapatero harían bien en leer «Poder Terrenal», el último libro de Michael Burleigh, (Taurus, 2005). Una obra sesuda y desapasionada, pero muy fácil de leer, dedicada al análisis de las pseudo religiones o religiones políticas nacidas al socaire de los fervores utópicos y revolucionarios.

Un fenómeno bastante conocido aunque tal vez no suficientemente estudiado. Ese cambiar unos mitos por otros, ese transformar los onomásticos de santos por los de héroes clásicos, tornando Nicasios, Franciscos y Noeles por Brutos, Cayos y Escipiones, como hizo Babeuf; volver las estatuas cristianas en otras egiptoides que querían personificar a Natura y Razón; el tornar los topónimos como Le Havre o Saint-Maximin en Port Marat o Marathon; signos todos de una misma tendencia, el ansia imparable por reemplazar los viejos valores por otros presuntamente nuevos, tan cargados de dogmatismo como los anteriores, aunque seguramente más excéntricos y menos afortunados, cuando no ridículos.

De esta manera, esa preocupante tendencia que presenta el partido del gobierno al mesianismo, a la amorosa dirección de nuestras vidas, a educar a la ciudadanía, como le gusta decir, nos lleva a relativizar situaciones que hasta un niño juzgaría como disparatadas.

Abandonar las hamburguesas, el vino, el tabaco, el comer de más, el comer de menos, hablar el idioma que se nos manda, nos dará, es de suponer, la fortaleza física y moral suficiente para afrontar con ánimo sereno los envites sociales de la nueva religión política del leonés esclarecido, cuyo primerísimo precepto es la paz perpetua y el respeto exquisito a los nuevos árbitros de la situación.

¿Quiénes son? Lo hemos podido comprobar muy claramente en esta última huelga general, donde lo único verdaderamente general ha sido la intolerable actitud perdularia y agresiva de los piquetes llamados informativos. La calle se ha vuelto propiedad de la masa obediente al nuevo pensamiento alentado desde las instituciones, que, como en el caso de la consejería de interior catalana, se muestra con más espíritu «okupa» y pijo-progre que los mismos desarrapados y resentidos sociales que pregonan el movimiento antisistema.

Y no obstante, el gobierno tiene razón, debemos permanecer sanos, sólo de esta manera tendremos alguna probabilidad de salir con bien en el azaroso mundo que se nos presenta. Okupas que viven su modo alternativo de vida, si es en nuestra casa pues mejor; botelloneros que dominan impunemente nuestras plazas y nuestros sueños; salteadores que obligan a la formación de somatenes ciudadanos, todos intocables, todos presuntos desfavorecidos y de izquierdas, parias egregios del nuevo orden, nada que hacer contra los verdaderos directores de la revolución.

Sí, conviene no perder la salud, conviene no parecer siquiera un poco triste, no sea que ese infausto día se nos presenten en casa un par de tipos pertenecientes a la hermandad de la buena muerte o como demonios se llame y nos den a beber la cicuta para sosiego de su conciencia y alivio del sistema público de pensiones. Al fin, no siendo ni okupas, ni liberados sindicales, ni botelloneros, ni miembros de los apocalipto-king-brothers, ni siquiera artífices del buen rollo pro-amor-islámico; aquí, lo que es aquí, pintamos cada vez menos.

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