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ARANDO EN EL MAR

EL PRECIO DE UNA ESTRELLA

El precio debe ser sagrado y debe mantenerse en función de la categoría del hotel. No es cuestión de llenar las habitaciones a «cualquier precio» ni de «cualquier modo»

PABLO PAZ

Es la Organización Mundial de Turismo la encargada de determinar y unificar los criterios en cuanto a la clasificación hotelera, de tal forma que, cualquier persona que se aloje en un hotel, sepa, en función del número de estrellas que figura en la placa de entrada, los distintos servicios a los que tiene derecho. Se sabe que los establecimientos de una y dos estrellas son los más económicos y, por consiguiente, los que menos comodidades tienen. Igualmente, es obvio que los de tres estrellas deben tener un costo medio y ser cómodos y confortables. Si nos vamos a los de cuatro estrellas, entramos directamente en hoteles que se denominan de primera clase, donde el servicio que se recibe está en consonancia con la categoría del establecimiento. Los de cinco estrellas, se caracterizan sobre todo por el lujo, que no por la ostentación, aunque no todo el mundo sepa diferenciar ambas cosas.

Por lógica, cada categoría tiene un precio distinto; y cuando un empresario decide abrir un determinado hotel, sabe, conoce perfectamente, cuáles son las ventajas y los inconvenientes del número de estrellas que figuran en la puerta principal de su establecimiento. Si, pongamos por caso, un hotel de dos estrellas intenta cobrarle a un cliente un precio desorbitado por una habitación, que casi rozaría el coste de la de un hotel de lujo, diríamos que, aparte de ser un aprovechado, estaría haciéndole un flaco favor al propio sector del que se supone forma parte. En cambio, y debido a la crisis, se ha dado, mejor dicho, se está aun dando, el caso contrario; es decir: que los precios de las habitaciones de ciertos hoteles de cinco estrellas, incluidos los de «Lujo» y «Gran Lujo», se han desplomado entrando, directamente, en una guerra de precios con el objetivo de reactivar una demanda que está en estos momentos en horas bajas; pero que lo único que está consiguiendo con dicha medida es, vulgarizar el concepto de calidad y hundir, aún más si cabe, las expectativas del turismo.

Algunos pensamos que dichas medidas son pan para hoy y hambre para mañana. No se puede seguir bajando los precios, porque ya estamos en unos niveles que comienzan a no ser rentables. Hay situaciones que realmente son chocantes, donde, por una parte, y para arañar un poco de cuota de mercado, publicitan la calidad y el exuberante lujo de unas instalaciones únicas destinadas a acoger a un cliente «especial» y de categoría, y, por otra parte, «tiran» los precios y atienden a «todo hijo de vecino» que encima viene con el bocata de tortilla y la lata de cerveza. ¿Qué necesidad hay de tener que competir con los hoteles de inferior categoría? ¿Qué salida tienen en este caso dichos establecimientos? ¿Regalar directamente las habitaciones?

El precio debe ser sagrado y debe mantenerse en función de la categoría del hotel. No es cuestión de llenar las habitaciones a «cualquier precio» ni de «cualquier modo», porque ello atenta directamente contra la propia clase del potencial cliente. Los empresarios, en estos casos, deben optar o, bien por quitarle estrellas a su alojamiento, y por consiguiente disminuir servicios y, por extensión, el precio, o bien mantenerse en su posición actual, y rodearse de un buen equipo comercial y publicista, que sean capaces de imaginar nuevas iniciativas y generar, por consiguiente, mayores ventas. La cosa no está como para esperar a que vengan a nosotros los clientes; tenemos que salir a buscarlos fuera, incluso si fuera necesario, a sus propias casas. Y, sin remisión, que cada palo aguante su vela.

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