Los «inuit», el legado del Ártico
El Museo do Pobo Galego acogerá, hasta el próximo 31 de octubre, una propuesta fotográfica que data de comienzos de siglo. Sus protagonistas son los habitantes de las llanuras heladas del norte de Alaska
PATRICIA ABET
Las regiones nórdicas de Canadá y Alaska y sus habitantes, los inuits, fueron objeto de los análisis —y también de la cámara— del antropólogo Vilhjálmur Stefansson a comienzos de siglo veinte. En concreto, este aventurero licenciado en Harward compartió durante ocho años, entre 1908 y ... 1916, su día a día con un pueblo que mantiene sus tradiciones y sus formas de vida incorruptibles prácticamente desde su nacimiento. Precisamente por ello, la exposición que ahora presenta el Museo do Pobo Galego conserva toda su vigencia, como si de un desafío al paso del tiempo se tratase. Es más, las fotografías que se muestran ofrecen al espectador la posibilidad de respirar la esencia de tiempos pasados y de un modus vivendi, desempolvado, que sigue siendo desconocido para el gran público.
Una de las principales muestras de este desconocimiento en las sociedades actuales es el uso del adjetivo «esquimales», en lugar de la voz «inuit». En realidad, el primer término y más extendido responde a una lengua americana arcaica que los describía como «devoradores de carne cruda». Inuit, tal y como ellos mismos se nombran, significa «persona» o «pueblo». Lecciones lingüísticas al margen, el explorador Stefansson realizó en las regiones heladas del noroeste de Norteamérica más de 700 instantáneas. Además, para completar su análisis, el canadiense y su esposa cubrieron centenares de diarios con anécdotas y detalles acerca del día a día de estos pueblos del Ártico. De esta experiencia surgieron alrededor de 400 publicaciones sobre el tema que a día de hoy se encuentran en el Dartmouth College de Hanover y que conforman una de las grandes bibliotecas temáticas del mundo.
A través del recorrido que las comisarios de la exposición proponen, se contempla la forma de vida de los habitantes de la sección más norteña del planeta y las características de su medio natural. También el contraste entre los distintos blancos que componen sus paisajes y la frialdad de sus cielos, que contrasta con los gestos de amabilidad de sus protagonistas. La técnica fotográfica utilizada, propia de comienzos de siglo recuerda, además, a documentos gráficos como «Nanuk Of the North», el primer documental de la historia rodado en 1922.
A nivel fisiológico, las instantáneas reflejan las características físicas por las que los inuits son reconocidos. Un tópico que sobrepasa las creencias populares para explicar que, por ejemplo, que sus pestañas son abundantes para proteger los ojos del resplandor del sol que se refleja en el hielo y que su cuerpo —generalmente bajo y robusto— les permite retener mejor el calor.
Lucha cuerpo a cuerpo
La crudeza de la relación de los inuits con el medio que los rodea queda patente en las fotografías en las que éstos habitantes comparten protagonismo con los animales. Y es que, al margen de las extremas condiciones climáticas a las que han debido adaptarse, el mundo animal representa para los mal llamados esquimales la vida, pero en muchas ocasiones también la muerte.
Se trata de nociones antropológicas que van más allá de la simple descripción y despiertan, en el propio autor y en quien contempla estas fotografías décadas después, numerosos interrogantes con difícil respuesta. Y es que, pese a la sencillez de las panorámicas captadas —en las que no acostumbran a haber más de una o dos personas— la grandeza de unos paisajes helados ajenos a las sociedad actuales se convierte en el punto de partida de una interesante propuesta que da más de lo que a primera vista promete.
En este sentido, algunos de los reatratos expuestos —entre los que sobresale el de un pequeño embutido en su traje de pieles— destacan por las miradas directas a cámara de los fotografiados. También por la naturalidad de sus acciones y por la tímida aparición de un sol que nunca calienta. Entre los motivos de la muestra no faltan los consabidos iglús ni tampoco los trineos tirados por una cohorte de canes aullando. Las imágenes con las que el autor representó la vida familiar de estos nómadas están tomadas a una distancia prudencial, como muestra de respeto por una institución que, en medio de las llanuras heladas, lo representa todo.
Una de las ventajas de la selección de imágenes de Vilhjálmur Stefansson es la neutralidad con las que mira a un pueblo marginado geográficamente. No existe crítica ni tampoco un ápice de compasión. Eso dependerá del espectador y forma parte del proceso de reflexión posterior que, inevitablemente, desencadena este trabajo.
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