Columnas

Columnas / EXTERIOR

Junta de ampliación de estudios

Blas Cabrera, Arturo Duperier, Manuel Gómez Moreno, Ramón Menéndez Pidal, María de Maeztu, Severo Ochoa...

Día 30/09/2010
EN 1907 nació la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, nuevo órgano del ministerio de Instrucción Pública. Muchos, en el desoriente de una sociedad cada día más ignorante de su historia, atribuyen su formación a la República, pero fue bajo Alfonso XIII cuando se creó esta institución, clave para España. Mañana se conmemora en Madrid el nacimiento de uno de los hijos de la JAE, la Residencia de Estudiantes, dirigida hoy por Alicia Gómez-Navarro.
La Junta se ponía en marcha para becar a universitarios españoles a países «como Inglaterra o Alemania —se lee en el Real Decreto— donde se halla, por fortuna para ellos, un sentido social vigorosamente desarrollado». En 1907, Santiago Ramón y Cajal fue elegido presidente de la JAE. Lo sería hasta su muerte en 1934. De inmediato se conceden las primeras pensiones a estudiantes de Filología, pero también a profesores que acuden a congresos científicos: Cajal representaría a España en el congreso internacional de Neurología, en Ámsterdam, en septiembre de ese año.
La relación de investigadores de la Junta es impresionante: Blas Cabrera, José Castillejo, Arturo Duperier, Manuel Gómez Moreno, Rafael Lapesa, Maria de Maeztu, Ramón Menéndez Pidal, Severo Ochoa, Julio Palacios, Claudio Sánchez Albornoz, Leonardo Torres Quevedo, entre cientos más… A lo largo de casi 30 años, los becados permanecerían sobre todo en Alemania, también en la fundación Rockefeller de Estados Unidos.
Hoy es significativo el apoyo del Rey y el Príncipe a esta iniciativa. La monarquía integradora, estructuradora, organizadora, es una de las caras de España abiertas al mundo. En un momento diametralmente opuesto, entre 1938 y 1940, se dictaban dos decretos en Burgos y Madrid para disolver la Junta. El lenguaje de los hechos imponía su dura ley.
La Residencia de Estudiantes nació, como decimos, de la JAE, en 1910. Solo resucitaría de sus cenizas en 1985. Desde 1910, la Junta cumplía uno de sus objetivos, «provocar una corriente de comunicación científica y pedagógica con el extranjero y agrupar en núcleos de trabajo intenso y desinteresado los elementos disponible en el país». Para ello la Residencia quiso ser un espacio abierto, en un alto de la ciudad, donde brilla el sol, en contraste —se lee en Pérez Villanueva— con la sórdida oscuridad de aquellas casas de huéspedes que acogían en Madrid a los estudiantes de provincias. La Residencia afirmó su vocación cosmopolita con la práctica del deporte, las sesiones de música o la convivencia entre profesores y alumnos.
En una fotografía de 1917 vemos a dos caballos que llegan a la meta en el hipódromo. Al fondo, lejos, está el Trasatlántico, edificio central de la Residencia, recién construido. Abajo, en primer plano, los espectadores de la carrera, todos con sombrero. Detrás unos chopos. Un residente de entonces, Luis Buñuel, reflexiona en «Mi último suspiro» mientras muere en México, 50 años después. «Aquella acumulación de talento no fue suficiente para evitar la guerra. Por eso yo estoy aquí, sentado en esta silla, mirando a la puerta de mi nevera». Si el autor de «Belle de Jour» hubiera visto por el ojo de una cerradura a la Residencia en 2010, quizá no hubiera muerto con ese gesto de dolor.
Búsquedas relacionadas
  • Compartir
  • mas
  • Imprimir
publicidad

Copyright © ABC Periódico Electrónico S.L.U.