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... Y La Ribera se enfadó

Y si la figura del cartel decepcionó, no digamos ya los que venían a pie

ÁNGEL GONZÁLEZ ABAD

Y la tarde, tan esperanzadora, se fue sumiendo en la nada. ¿La culpa? Principalmente de los toros. De los de Fermín Bohórquez destinados al rejoneador y de los de Fuente Ymbro para los de a pie. Un desastre. Claro, que si hay que ser justos ni el montado ni los encargados de la lidia ordinaria —ayer más ordinaria que nunca— superaron el clima cada vez más pesado.

ABC

Si todo influye en el resultado final de un espectáculo tan sorpresivo como debe ser una corrida de toros, el cielo plomizo de la capital riojana y la pesadez de un día gris y húmedo debieron hacer mella en todos.

Petardo ganadero de Fuente Ymbro. Mansedumbre, falta de raza en unos ejemplares bien presentados, serios, que desde que pisaron el ruedo no hicieron honor a su divisa. Salidas olisqueando la arena, andando; tercios de varas en donde se dejaron oír los hierros más de la cuenta, y nula codicia o bobería en el último tercio.

Así fue pasando la corrida como en un purgatorio. Hermoso de Mendoza no estuvo. Los dos toros de Bohórquez se le fueron apagando y el caballero apuraba, intentaba sobreponerse, pero las faenas no levantaban el vuelo. Si anodino anduvo con el primero, un tanto más aguerrido se le vio en el otro. Un par de banderillas cortas a dos manos resultó el punto culminante de su actuación, que en uno y otro enemigo remató muy mal con el rejón de muerte.

Y si la figura del cartel decepcionó, no digamos ya los que venían a pie. Una sola ovación se llevó el vallisoletano Leandro tras acabar con el segundo, el único que medio se dejó. Leandro toreó con pulcritud, con buen gusto, es verdad, pero un tanto frío, sin terminar de romper la distancia con los tendidos. Se le agradecieron esos detalles de buen toreo, tanto que si mata bien a ese segundo le corta una oreja. No pudo repetir, y mucho menos incrementar, con el quinto. Soso y sin fuerzas, la tarde en esos momentos ya pesaba demasiado.

El tercero en discordia, Daniel Luque, también parecía llevar sobre sus hombreras toda la presión ambiental. Espesito el de Gerena toda la tarde en dos faenas que no es que fueran de más a menos, es que iban de menos a mucho menos, y encima tremendamente mal con el estoque, como su compañero Leandro, todo sea dicho.

Silencio de un público paciente que se rompió cuando arrastrado el último y las cuadrillas camino del hotel, sonaron fuertes pitos de decepción y La Ribera se enfadó.

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