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El Cid se cimenta en un gran Pilar

Tanta era la nobleza de los dos de El Pilar, que El Cid la quiso saborear toda con mimo. La rúbrica con la espada refrendó su triunfo

EFE

ÁNGEL GONZÁLEZ ABAD

Grande la corrida de el Pilar. Por fuera, con cuerpo y bien armada, y, sobre todo, por dentro, con el denominador común de la casta. Casta que resultó brava en el excelente segundo, una máquina de embestir. Corrida de nota con dos garbanzos negros, cuarto y quinto, que desarrollaron su casta hacia los malos modales.

Y sobre ese gran Pilar que ayer se lidió a las orillas del Ebro cimentó una buena tarde El Cid. Triunfador numérico al cortar una oreja de cada toro, triunfador en suerte, ya que se llevó el mejor lote, por lo menos el de más dulzura y triunfador en temple. Fue esa su mejor arma. Pausado siempre, entendió muy bien al tercero, al que sin probar citó de largo en los medios con la muleta en la diestra. Allí fueron surgiendo series en las que engarzaba los muletazos sin solución de continuidad que calaron hondo. Se gustó el torero —también brillante con la izquierda en una faena que, como ante el sexto, si pecó de algo fue de almibarada. Tanta era la nobleza de los dos de El Pilar, que El Cid la quiso saborear toda con mimo. La rúbrica con la espada refrendó su triunfo.

Sin embargo, al riojano Diego Urdiales se le fue el éxito por culpa de los aceros. Plantó cara al segundo y lo hizo sobre la base del toreo de siempre. Era muy complicado acertar ante el torrente de embestidas de «Medilonillo» y Urdiales le pudo, de forma especial sobre el pitón derecho en donde las series tuvieron profundidad, mando y temple. Monumentales los obligados de pecho e imperdonable que esa emocionante obra se le fuera de las manos cuando los paisanos ya lo veían por la puerta grande. Como con el quinto, un hijo de su madre ante el que derrochó valor.

Morantecortó una oreja al primero y debió apurar más todo lo que le ofrecía el buen pitón derecho. De todos modos no dejó indiferente a nadie y repartió gotas de su inimitable personalidad durante toda la tarde. Hasta quiso probar la miel del sexto en un quite, y le sopló unas chicuelinas rematadas con una media que trajó aromas de la marisma a las aguas del Ebro. Aquí, en Logroño.

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