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Guardia Civil en Afganistán

Acompañamos a un grupo de agentes de la Benemérita encargados de adiestrar a las fuerzas de seguridad afganas

MIKEL AYESTARÁN

MIKEL AYESTARÁN

«Estamos jodidos, muy jodidos». El 25 de agosto los disparos de un Ak47 rompieron la piña formada por los dieciocho guardias civiles y ocho militares de la Legión de la POMLT (Equipo Operativo de Instrucción y Enlace) de la localidad afgana de Qala i Nao. Los oficiales José María Galera y Abraham Leoncio Bravo, y su intérprete, Attaolah Taefi, fueron abatidos en el interior del Equipo de Reconstrucción Provincial (PRT, por sus siglas en inglés) por un policía afgano. Era una mañana más de un día cualquiera y los oficiales se disponían a realizar un examen biométrico a cuarenta y siete reclutas afganos que en ese momento estaban haciendo instrucción mientras esperaban su turno. Poco antes de las nueve, el asesino, que se había ganado la confianza de los agentes tras seis meses de convivencia, empuñó el arma y disparó a una distancia de cinco metros. Fueron un grupo de disparos precisos que alcanzaron su objetivo. Instantes después inició la huida abriéndose paso a tiro limpio, pero no logró su propósito y fue abatido a las puertas del PRT. Los dos oficiales y el intérprete fueron evacuados inmediatamente al hospital de la base Ruy González de Clavijo, pero los médicos no pudieron hacer nada por salvar sus vidas. J. M. llegó al lugar de los hechos pocos minutos después y no salió del PRT en cuarenta y ocho horas, dos días de máxima tensión en los que el habitual aspecto tranquilo de Qala i Nao se transformó en un campo de batalla contra las fuerzas españolas. «Los reclutas estaban en estado de shock, no reaccionaron después de los disparos», recuerda J. M. No fueron mejores los días posteriores para el sargento F. L. que acompañó los cuerpos de sus compañeros hasta España. «La noche anterior estaba de patrulla y eso me salvó porque de lo contrario yo era la persona que tenía que estar en el examen biométrico», recuerda con el gesto muy serio. Cualquiera de ellos podía haber sido la víctima del «agente» Gholam Saghi, un joven de veinticinco años, casado y padre de dos hijos, con tres años de experiencia en la Policía afgana y que conducía el coche del capitán Bashir Amat Saberi, el mando responsable del entrenamiento de reclutas y una de las personas más cercanas a los agentes de la Guardia Civil. El capitán fue el primero en acercarse hasta la base para dar el pésame a los españoles y lamentar «la traición» sufrida a manos de su hombre. «Era muy buena persona, disciplinado y querido por todos. Estaba trabajando duro para completar su formación y había empezado en la escuela nocturna. No me explico qué le pudo ocurrir, pero lo descubriré. Me traicionó», lamenta el capitán. El asesinato se produjo poco antes del relevo de los efectivos de la Benemérita. Los dos oficiales fallecidos estaban a pocos días de volver a sus hogares. El capitán G. G. y el cabo J. G. aterrizaron en Qala i Nao una semana después de la muerte de sus compañeros, «una semana intensa», aseguran. Llegan sin «la confianza que genera el roce diario con los reclutas», y por ello «adoptamos más precauciones si cabe». La Guardia Civil mantiene un dispositivo de treinta y cinco agentes repartidos en Kabul, Herat, Mazar e Sharif y Qala i Nao.

La mayor parte realiza tareas de formación y adiestramiento de la policía afgana

La mayor parte realiza tareas de formación y adiestramiento de la policía afgana, dentro del Equipo Operativo de Instrucción y Enlace de la Policía Nacional afgana (POMLT, por sus siglas en inglés) de la misión de la Fuerza Internacional para la Asistencia a la Seguridad en Afganistán (ISAF) o de la policía de la Unión Europea (EUPOL), pero también realizan las labores de policía militar. Esto no es Europa Los veteranos describen de forma muy gráfica a los nuevos lo que se van a encontrar en las clases: «El prototipo de policía afgano es una persona que viene de un entorno rural, es analfabeto y no tiene vocación policial, la única razón de aceptar el trabajo es por motivos económicos». La falta de preparación mínima de los alumnos obliga a los profesionales de la Guardia Civil a adaptar sus conocimientos y manuales a la realidad afgana. «Hacemos cosas muy básicas, desde enseñar a formar, hasta higiene personal o reglas de comportamiento cívico para el trato con el ciudadano. Hay que quitarse de la cabeza la idea que tenemos de un policía en Occidente. Esto es algo muy diferente», opina el sargento F. L., que advierte a los recién llegados que «los afganos rinden de ocho a once de la mañana, al menos durante este verano, en el que ha coincidido el ramadán. Así que hay que comprimir las materias en esas tres horas». El alto índice de analfabetismo entre la población lleva a todos a coincidir en que «lo primero y más importante sería que al menos aprendieran a leer y escribir». En esta tarea se han implicado algunos de los miembros del equipo que a modo personal se han dedicado a dar incluso clases de español a los reclutas interesados en esta lengua. El problema de fondo es que la comunidad internacional que vela por la seguridad en Afganistán ve cómo se le escapa el tiempo. Y, tras nueve años de despliegue, se ha instalado un cierto sentimiento de urgencia desde el que se insta a reforzar el número de instructores occidentales para tener listas las fuerzas de seguridad afganas cuanto antes, que permita cederles el testigo lo antes posible. La Casa Blanca tiene marcado en su calendario el mes de julio de 2011 para iniciar el repliegue de sus tropas, y en el seno de la misión internacional la opinión más extendida es que, cuando se marchen los estadounidenses, se irán todos detrás. Setenta y dos horas después del ataque, los guardias civiles volvieron a encontrarse cara a cara con los reclutas. No hubo ningún gesto especial por parte de los chavales. Nada. «Ellos están acostumbrados a vivir con la muerte, este país lleva tres décadas de guerra», recuerda el sargento F. L. Las dependencias de la Benemérita dentro de la base Ruy González de Clavijo están próximas a las de los intérpretes. El dolor era compartido en ambos departamentos por igual.

La pérdida de Attaolah Taefi, conocido como Atta, hundió a sus compañeros

La pérdida de Attaolah Taefi, conocido como Atta, hundió a sus compañeros, que compartieron duelo con los guardias civiles. Fue el segundo intérprete en perder la vida en la misión española en Afganistán tras la muerte de Rohulah Mosavi en Herat en septiembre de 2007, al explotar un artefacto explosivo al paso del convoy en el que viajaba. En este atentado murieron también los soldados de la brigada paracaidista Germán Pérez Burgos, y Stalin Mera Vera. Otros tres hombres resultaron gravemente heridos. Con ilusión Echando la vista atrás, J. M. y F. L. recuerdan la figura del asesino. «Pasamos más de cinco meses juntos y tuvimos mucho trato. Nunca observamos una actitud negativa. Era una persona que quería compartir su tiempo con nosotros y que hacía muchas preguntas», señala F. L., que quiere dejar muy claro que «no falló el protocolo de seguridad». Pero sobre todo recuerdan a los ausentes, «dos muy buenas personas y excelentes mandos con los que daba gusto trabajar. Era su primera misión internacional y tenían una ilusión enorme». Las cosas nunca volverán a ser iguales desde aquel 25 de agosto, «pero la vida sigue y los que nos vamos lo hacemos con un gusto agridulce. Por un lado está la muerte de los compañeros; y por otro, la satisfacción de ver evolucionar a muchos chavales que le han puesto ganas a los cursos», nos cuenta J. M. Si Qala i Nao es la línea del frente militar, Kabul es la primera línea del frente policial. La capital es el objetivo número uno de la insurgencia, que sabe que cada golpe en la ciudad más importante del país tiene una gran repercusión internacional. Cuatro españoles, dos guardias civiles y dos miembros de la Policía Nacional, trabajan en la misión de la Unión Europea para la formación de la policía afgana (EUPOL) y supervisan cada día sobre el terreno el trabajo de los agentes en los 25 puestos de control de Kabul, es el denominado Ring of Steel (anillo de hierro). Policía de proximidad «A diferencia de los compañeros de Qala i Nao, aquí no damos clas es de tiro, estamos enfocados en la formación de una Policía de proximidad, de un cuerpo de policía amigo del ciudadano», informa el agente de la Policía Nacional B. P. S. «Yo creo que es igual de peligroso o incluso más porque aquí estamos en plena calle, expuestos a cualquier peligro», recuerda el sargento primero de la Guardia Civil, R. G. Los asesinatos del pasado 25 de agosto en Qala i Nao a manos de un agente afgano están también muy presentes en su día a día, en el que «la desconfianza con el agente local es absoluta porque, como se ha demostrado en varias ocasiones, son fácilmente influenciables por la insurgencia, que puede secuestrar a familiares o plantear cualquier otro tipo de amenaza para lograr su colaboración. Sólo nos fiamos de los internacionales que trabajan con nosotros. Con los afganos es una pura relación de respeto, nada más», señala el sargento primero. Sus misiones duran un año, prorrogable, y en estos momentos monitorizan a los ochocientos cincuenta agentes afganos que se encargan de la protección de la capital. «Esto es mucho más peligroso que el País Vasco de los años más duros, porque nos enfrentamos a la posibilidad de una acción suicida. Salimos cada día, pero procuramos no estar más de quince minutos en cada puesto de control para prevenir ataques», destaca el oficial B. P. S. Cuerpos de élite El personal español desplegado en Afganistán forma parte de los cuerpos de élite de la Guardia Civil. El Grupo de Acción Rápida (GAR), el Centro de Adiestramiento Especial (CAE) o la Compañía de Acción Exterior (CRAEX) envían a sus hombres mejor preparados a cumplir una misión a la que todos vienen de forma voluntaria y después de un exigente proceso de selección. Los dos oficiales asesinados estaban destinados en la Unidad de Acción Rural (UAR) con base en Logroño, en el Centro de Adiestramiento Especial. El próximo miércoles, 22 de septiembre, estaba marcado en rojo en sus calendarios como la fecha de vuelta a casa después de seis meses de trabajo. Un sueño que no pudieron ver culminado por culpa del asesino que acabó con sus vidas y sepultó en unos segundos la confianza y el trabajo de largos y duros años de trabajo de la misión española en Qala i Nao.

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