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La forja de Rafa

Empezó a los cuatro años y ya ha llegado, pero aún no ha acabado. Con 24 años, Nadal ya es un mito. Así comenzó todo.

EFE

JOSÉ MANUEL CUÉLLAR

Dicen que «su abuelo era músico, y muy bueno. El director de la banda del pueblo. Tan bueno era que llegó a dirigir la banda de Manacor. El nieto tiene tanto talento como él». Los lugareños recuerdan a la familia de Nadal. La tienen presente en todo momento porque ha formado parte de su vida. Allí, en Son Servera, Porto Cristo, Porto Colom, Cala Ratjada y sus alrededores, los Nadal son leyenda viva, una familia anclada en la isla desde el siglo XIV, según cuenta el árbol genealógico. El abuelo de Rafa Nadal es el jefe del clan, el que guía todos los pasos de la familia, el que con un solo gesto dicta calma, autoridad o firmeza. Sus hijos y nietos han aprendido de él una norma básica: trabajo y pies en el suelo. Es lo que ha ido forjando el carácter de Rafael Nadal, el nieto, que empezó a darle a la raqueta a los cuatro años. En realidad, no lo tenía claro. Su tío, Miguel Ángel, era futbolista internacional, del Barcelona y de la selección española. Le llevaban al Camp Nou para hacerle fotos con la camiseta azulgrana, y el niño, como hace ahora cuando ve nubarrones en alguna pregunta que le hacen los periodistas, alzaba la ceja de forma preocupante. Le tiraba el blanco, y le tiraba el fútbol, para el que tenía una especial habilidad. Zurdo cerrado, chupón cerrado, un jugador de talento inigualable, pero sin capacidad para hacer equipo. Cogía el balón y era suyo, de nadie más. Los compañeros tenían que comprarse otro. Pero no dejaba el tenis. Su tío Toni le vio el manejo, la dedicación, los golpes... Toni siempre lo ha visto todo un poco antes que los demás. El tío Toni, como le llaman allí, es un observador de la vida, un hombre cultivado, muy lector de periódicos, de historias, de biografías, preocupado por todo lo que le rodea, el balear, la política, un hombre que ve donde los demás sólo perciben. Y vio al sobrino. Le insistió para que se decidiera: el fútbol, el baloncesto o el tenis. El chaval se decidió: el tenis, más que nada porque el tío le presionó, porque sabía que tenía dotes individualistas y cabeza suficiente para triunfar en ese campo. Toni fue decisivo. Habló con el niño y le dijo que dejara los estudios en cuarto de la ESO porque el tenis necesita dedicación al cien por cien. El dinero no era problema porque la familia lo ha tenido a espuertas de siempre, mucho más cuando el clan se hizo cargo de toda la instalación de cristalería de la zona de Baleares, Cataluña y derivaciones en Italia. Era necesario porque formar un tenista es caro, muy caro. Se requiere una exclusividad total. De hecho, Toni y Rafa entrenaban, ya desde muy pequeño, cuatro horas diarias, pero luego, a medida que el niño se hace mayor, se requiere pagar los viajes, el hotel, la alimentación (que debe ser cuidadosa). Y todo a fondo perdido, al menos en los primeros años, cuando no se gana y, si se gana, los premios no dan para nada. Y el caso es que Rafa empezó a ganar pronto. Toni se puso a la tarea muy pronto: inscribió al sobrino en la ATP a finales de 2001 en el puesto 818. Ya pertenecía al Real Club de Tenis Barcelona, donde estuvo entrenándose desde el principio y donde en realidad hizo su formación de verdad. Le cuidaron desde el primer momento, sin prisas. De hecho, sólo tenía quince años y estuvo preparándose hasta que en abril de 2002 jugó su primer partido profesional. Jugó ante el paraguayo Ramón Delgado y le ganó, claro. El asunto no le hizo gracia a Ana María Perera, su madre. Pensaba que hacer profesional al chico a los quince años era prematuro, muy pronto, con preocupación por lo que le podía venir al niño, sobre todo, saliendo de una familia muy protectora, con poco mundo recorrido. Pero Toni insistió y Ana María cedió: «Yo pensé que era muy pronto, que se iba a perder la adolescencia, que iba a dejar los estudios, pero vi enseguida que era imposible compaginar la carrera tenística con la educación académica», comenta Ana María. El resto es casi historia. Puede que fuera por un comienzo tan precoz por lo que Rafa forzó las articulaciones. Tuvo lesiones muy pronto y, de hecho, no pudo jugar en Roland Garros en 2003 por una lesión en el codo. En 2004 una nueva lesión, esta vez en el escafoides del pie izquierdo también le impidió debutar en su torneo favorito. Toni acudió a los médicos, le hicieron un examen metódico y le dieron un plan para prevenir lesiones, un plan que aún sigue paso a paso. Lo demás fue genético: talento puro, una mente privilegiada y rumbo a romper la historia, a punto de ser nombrado el mejor deportista español de toda la historia. Lo es sin duda.

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