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Perfume de incertidumbre

TELEPRESS

M. VEGAANDRÉS AMORÓS

Por la mañana, en la tertulia del centenario Club Cocherito, André Viard presenta el número cuatro de su excelente publicación «Tierras Taurinas», dedicado a Victorino Martín. Subraya el mérito de un hombre de campo —«un genio», dice— que, hace exactamente cincuenta años, compra un ganado que iba al matadero, logra así recuperar un encaste clásico y crear una ganadería que está entre las más relevantes del siglo XX.

En este aniversario, Victorino ha triunfado en Santander pero no en San Sebastián. A Bilbao ha traído toros sin peso excesivo pero de gran seriedad, con cabezas llamativas, muy abiertos de pitones.

No ha tenido fácil la carrera taurina Manuel Jesús El Cid: nunca ha tenido el apoyo de la prensa «rosa», ha luchado durante años en el «valle del terror», cuajó por fin en un diestro clásico, una gran mano izquierda, con triunfos relevantes —a pesar de la espada— en Madrid y Francia. Su momento cumbre llegó con la encerrona con seis Victorinos en Bilbao, que le consagró definitivamente. Castigado por los toros, los aficionados discuten, desde hace un año, si sigue siendo el mismo.

La cita de El Cid y Victorino, en Bilbao, esta tarde, es decisiva para los dos: como uno de los míticos duelos de las películas del Oeste. Los toros de Victorino —dice poéticamente el matador portugués Víctor Mendes— aportan «un perfume de incertidumbre»...

Abierto de pitones y muy parado el primero, hace pobre pelea en varas. No le avivan los avivadores que pone, fácil, Padilla. Un toro de Guisando. Porfiando, naturales templados, sin emoción. Mitin con la espada.

Al cuarto, bien armado, lo recibe Padilla a porta gayola, sigue con otra larga de rodillas y verónicas vibrantes. Banderillea desigual. Embiste el toro con gran nobleza y Padilla puede dar muletazos a cámara lenta, disfrutando, con más arte del habitual: espadazo y oreja. Gran toro, con muerte espectacular.

Nada exagerado el segundo, mete bien la cabeza, con poco celo. Urdiales muletea con suavidad , a media altura: consigue un natural extraordinario; varios, templadísimos. Faena de mérito, bien rematada: oreja. (Pero, ¿parecía este toro un victorino?). El quinto, de más peso, mansea, saca sentido en la muleta, vuelve rápido: la clásica «alimaña». Urdiales, valiente, le saca algún muletazo . Machetea como debe, y lo caza a la segunda.

Al tercero, descarado de pitones, pegajoso, lo lidia bien El Cid con el capote (y El Boni). Se dobla con él pero el toro, mirón, se cierne. Superadas las dudas iniciales, logra algunos naturales de categoría pero no redondea con la espada.

Bien armado también el sexto, mansea, parece buscar la salida. En banderillas, se pone a la defensiva y arrolla a Pirri. Con riesgo, El Cid le saca algún muletazo notable: no cabe más.

Anunciarse con los Victorinos en Bilbao tiene mérito. Su comportamiento ha sido variado: los tres diestros han tenido el premio de algún toro con posibilidades de lucimiento: Padilla, en el cuarto, con el que está muy a gusto. Urdiales ha tenido una tarde muy entonada. El Cid ha hecho el esfuerzo y conseguido grandes naturales; su moral sale fortalecida. Han confirmado los Victorinos, en Bilbao, su «perfume de incertidumbre».

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