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«Llevo tres días en el atasco… ¡y lo que me queda!»

Miles de camioneros atrapados en una retención que dura ya dos semanas y vendedores haciendo su agosto con la desgracia ajena. ABC viaja hasta las colapsadas carreteras al noroeste de Pekín

«Llevo tres días en el atasco… ¡y lo que me queda!» PABLO M. DÍEZ

PABLO M. DÍEZ

Si es usted de los que ya está temiendo los embotellamientos durante la vuelta a casa tras las vacaciones, ríase de la «Operación Retorno». En el norte de China llevan ya casi dos semanas de un monumental atasco que ha atrapado a miles de camiones y coches a lo largo de cien kilómetros en las provincias de Hebei y Mongolia Interior.

Desde el pasado 14 de agosto, el tráfico permanece detenido o, como mucho, avanzando a paso de tortuga en varios tramos de la autopista Pekín-Tíbet situados a más de 200 kilómetros al noroeste de la capital china. Según las autoridades de Tráfico, las obras en la cercana carretera nacional 110, que durarán hasta mediados de septiembre, y la lentitud de los pequeños peajes que abundan en las autopistas han causado gravísimas retenciones que han acabado colapsando las vías de acceso a Pekín.

Pero el verdadero motivo no es otro que el insostenible y frenético desarrollismo chino. Gracias a su imparable crecimiento, en el gigante asiático se vendieron el año pasado 13,5 millones de vehículos , tres más que en Estados Unidos. Mientras las infraestructuras se quedan pequeñas, en los últimos meses se han comercializado más de medio millón de camiones para seguir abasteciendo de mercancías a las fábricas.

Como consecuencia, el tráfico ha aumentado hasta un 40 por ciento en carreteras ya de por sí saturadas como las que vienen de Mongolia Interior y Hebei, plagadas de camiones que transportan frutas y verduras a los mercados de Pekín y carbón a las centrales térmicas para seguir generando electricidad.

«Llevo ya tres días en el atasco… ¡y lo que me queda!», se queja a ABC Zhang Haifan, un chófer de 42 años que conduce un camión cargado de chatarra desde Hohhot, a más de 600 kilómetros en Mongolia Interior, hasta Tangshan.

En medio de una interminable hilera de camiones, el Dongfeng rojo de Zhang está atascado en las inmediaciones del peaje de Huaian, desde donde hay unos cien kilómetros de congestión hasta la ciudad de Jining. «En mis 20 años de experiencia, éste es el peor atasco que he visto. Y eso que ésta es una de las autopistas con más circulación del país y cada vez hay más vehículos», señala tras la puerta de la cabina, decorada con una de las pegatinas de «Transformers» que suelen llevar los camioneros chinos.

A pesar de la desesperación que supone quedarse encajonado sin poder moverse en medio de una flota de destartalados camiones, los conductores aguantan el atasco con una paciencia y una resignación infinitas que sólo son posibles en China . «¿Qué vamos a hacer?», se encoge de hombros Zhang Haifan, quien mata el tiempo jugando a las cartas con el compañero con que se turna al volante aunque no esté de humor para los naipes. Aparte de la frustración, el retraso encarecerá el viaje unos 1.000 yuanes (115 euros), así que sólo ganará unos 300 yuanes (35 euros) por este porte.

Los vecinos de la zona hacen su agosto

Todo lo contrario a los avispados vecinos de los alrededores, que están haciendo su agosto. Circulando por el arcén a bordo de un motocarro, Wang Zhenglu no da abasto a vender agua, cerveza, refrescos, «noodles» instantáneos y hasta «bai jiu», el fortísimo licor de arroz chino. «Todo es un poco más caro porque se trata de una situación especial», se defiende de las protestas de los sufridos conductores, a los que cobra hasta cuatro veces más que el precio normal.

De todas maneras, Wang, de 46 años y con todos los dientes picados, insiste en que no gana más de 100 yuanes (11 euros) al día porque, como él, hay otros 200 vendedores que recorren los cien kilómetros del atasco en motos atiborradas de comida, bebida y revistas. A ellos hay que sumar los que, sosteniendo en sus manos bolsas de fruta como el anciano Guo Zhipu, se plantan estoicamente ante los camiones tragándose todo el día el humo que despiden sus tubos de escape.

«Esto es un robo: pagamos 20 yuanes (2,3 euros) por los «noodles» y 3 yuanes (34 céntimos de euro) por el agua», critica otro conductor las reglas de la oferta y la demanda, que tan rápido han aprendido los chinos en sus tres décadas de apertura al capitalismo. Con sólo 21 años, Zhang Junjun ya sabe lo que es dormir sobre el asfalto y lavarse en la cuneta después de que su camión, cargado de carbón, haya pasado dos días varado en el atasco.

Al cruzar el peaje de Zhangjiakou, donde los vehículos más pesados son bloqueados por la Policía y hay carreteras enteras cortadas por el colapso, el tráfico se despeja. Con los motores rugiendo como en una carrera, camiones, autobuses y coches se cambian de carril a toda velocidad y adelantan por el arcén tocando estrepitosamente la bocina. Todo con tal de llegar cuanto antes a Pekín, el ansiado destino donde, después de tan larga odisea, por fin aguarda… ¡oh, no, el maldito atasco nuestro de cada día!

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