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Dramática cornada de Sergio Aguilar

ANDRÉS AMORÓS

En una corrida muy seria de Alcurrucén, Sergio Aguilar se la juega de verdad y sufre una dramática cornada en el paladar: un pitonazo seco que impresiona más por el lugar de la herida y, sobre todo, por el recuerdo reciente de Julio Aparicio...

Recordemos —como pedía Stendhal— los hechos concretos. El segundo toro, muy serio, con un pitón izquierdo que parece un garfio, es aplaudido de salida. Se dobla bien con él Aguilar. Con valor estoico, no se amilana ante las miradas y las coladas. Le va sacando muletazos hasta que sufre un puntazo en la pierna. Insiste, quedándose en el sitio. Una faena —se decía antes— de torero macho a todo un señor toro, hasta que llega la cornada. Barrera despacha al toro con brevedad.

La cornada marca el signo de la tarde, impresiona a público y toreros. A la vez, se valora más el mérito de todo lo que se hace en el ruedo. Llegan pronto noticias a la Plaza: los otros dos diestros se sobreponen y Bolívar consigue cortar una oreja al quinto.

Seriedad máxima y respeto merece el gesto de Antonio Barrera, triunfador en San Sebastián, que torea con el menisco roto. Serio y bien armado el primero, casi arrolla al diestro. Tres puyazos fuertes no atemperan su genio. Queda difícil para un diestro mermado de facultades: aliña y mata mal.

Más manejable es el cuarto, que flojea un poco y sigue con nobleza la muleta. Consigue Barrera series templadas de derechazos que el toro acepta sin codicia. Por el otro lado, sufre un desarme. No ha tenido el toro el peligro de sus hermanos pero también ha transmitido menos. Se alarga la faena y pincha.

Incierto y peligroso parece el tercero. Los doblones de Bolívar no son suficientes para un toro que embiste a oleadas. A fuerza de aguantar, acaba consiguiendo derechazos notables. Consigue una estocada y todavía pega el toro un arreón de aúpa, al sentir el acero...

Lidia bien Bolívar al quinto, que hace buena pelea en varas. Lo brinda al público e inicia la faena con un emocionante pase cambiado. El toro, algo aplomado, es noble y permite el lucimiento del diestro, muy decidido, que aguanta parones y lo alegra con la voz. Concluye en las cercanías, con circulares invertidos y desplantes. Una buena estocada pone en sus manos la oreja.

También se aplaude de salida al sexto: alto, muy serio, un «tío». Saludan en banderillas Gustavo García y Domingo Navarro. Le da distancia Bolívar y el toro galopa y repite: faena de emoción más que de perfección pero pincha una vez.

Al incorporarme a las Corridas Generales de Bilbao, he repasado —como suelo hacer— algunas crónicas taurinas magistrales, en las páginas de ABC. El 24 de agosto de 1920, escribía don Gregorio Corrochano: «Ya sé que pesa mucho la Feria de Bilbao...» Justamente cuarenta años después, el 24 de agosto de 1960, utiliza Antonio Díaz-Cañabate una palabra que hoy nos evoca el mundo maravilloso de la copla popular: «Bilbao es una de las Ferias de más tronío de España». Peso, tronío... Los bilbaínos lo resumen en una palabra: seriedad. Seriedad en la organización, en el cuidado a todos los detalles del rito taurino, en la música, en las actividades culturales... Gran seriedad, sobre todo, en lo esencial: el toro. Por eso se ha comparado siempre esta Feria con uno de los picos más duros y exigentes de la temporada.

Los Lozano han mandado a Bilbao una gran corrida, magníficamente presentada, con el atractivo y los riesgos de los toros encastados.

El diestro madrileño Sergio Aguilar estaba alcanzando amplio crédito en los cosos franceses y españoles por su verticalidad y su valor serio, sin teatro. A veces he señalado que su quietud, mayor que su dominio, me daba miedo. Hoy ha pagado con sangre su entrega. Ésa es la grandeza y el riesgo de esta Fiesta: con toros encastados y toreo clásico —decía Marcial Lalanda— no hay nada comparable. «La suerte y la muerte», según el título del libro de Gerardo Diego.

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