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Pedro Bohórquez ¿un «inca granadino»?

Perteneció a esa caterva de buscavidas que desembarcaron en la América colonial en pos de una fortuna y un éxito social que difícilmente encontrarían en la península

Día 11/08/2010 - 04.08h
El 11 de agosto de 1657 un magnético pícaro granadino nacido en la aldea de Arabal en 1602 y probablemente de ascendencia morisca, fue proclamado «Inca del Tucumán» por el gobernador de aquella región, hoy en el norte de Argentina pero entonces perteneciente al Virreinato del Perú. Se llamaba Pedro Bohórquez, aunque casi con total seguridad su nombre verdadero fuera el de Pedro Chamijo. Por un tiempo también se hizo conocer como Francisco después de ser descubierto en uno de sus múltiples engaños, a los que no fueron ajenos durante más de cuarenta años virreyes, gobernadores, seglares, eclesiásticos y los propios indios pacciocas del Valle de Calchaquí, un reducto junto a los Andes que mantenía una cierta autonomía de la Corona española. Bohórquez, así lo llamaremos, perteneció a esa caterva de buscavidas que desembarcaron en la América colonial en pos de una fortuna y un éxito social que difícilmente encontrarían en la península, sobre todo teniendo en cuenta que aquel territorio, nuevo y lejano, era un campo abonado para la fabricación de sueños, mitos y utopías, que se desplazaban por la geografía continental e insular al ritmo de la imaginación de sus perseguidores. Sin duda El Dorado es el más conocido de esos mitos, pero hubo muchos otros, como las Siete Ciudades de Cíbola, la Ciudad de los Césares, el País del Gran Paitití... Precisamente el Gran Paitití tendría, como veremos, una atracción especial para Bohórquez, aventurero que un buen día decidió que a sus días les esperaban o la gloria o la horca. O una cosa u otra.
¿Cómo llegó a «coronarse» como inca (emperador) un hombre de familia humilde sin apenas formación académica ni castrense, que llegó a América con 18 años sin nada que llevarse a la boca? Más o menos, así fue: Bohórquez (todavía Chamijo) desembarcó en la localidad peruana de Pisco en 1620, pero en vista de que en aquella ciudad las oportunidades no eran muchas se dirigió a Quinga Tambo, donde contrajo matrimonio con Ana Bonilla, hija de zambo (mezcla de negro e indígena) e india, lo que le permitió vivir con cierta soltura entre dos mundos, aunque eso significara también ser un excluido de ambos. En 1628 tomó posesión de su cargo como virrey del Perú el conde de Chinchón y, justo a la vez, nuestro personaje comenzó a dar muestras de su talento para el embuste. Le faltaba todavía rodaje como buen falsario y fue «descubierto» por el virrey cuando trataba de colocarle una expedición a las fuentes del río Marañón o Amazonas, donde dijo se encontraba el Gran Paititi, un país en el que el oro y la plata brotaban poco menos que de los árboles.
El granadino huyó a Potosí y allí adquirió nueva identidad, haciéndose pasar por sobrino del clérigo Alonso Bohórquez, a quien consiguió engañar. En 1639 el virrey era ya el marqués de Mancera y este sí que cayó en la trampa: La expedición a las fuentes del Marañón se llevó a cabo con su autorización pero, claro, la cosa terminó mal y una vez más Pedro hubo de desprenderse de su identidad, para llamarse por un tiempo Francisco, justo el suficiente hasta que el conde de Salvatierra, nombrado virrey en 1647, sucumbiera a sus fabulaciones, tan poco veraces como muy verosímiles, y autorizara una nueva expedición, que como la anterior culminó en un estrepitoso fracaso. Bohórquez fue deportado a una prisión en Valdivia, en el sur de Chile, pero consiguió huir, llegar a Mendoza en la actual Argentina y desde allí acceder a la región de Tucumán, al frente de cuyo gobierno figuraba Alonso de Mercado desde 1655. Aquí da comienzo la parte más suculenta del relato de la vida de éste «héroe falsario», cuando mediante un juego a tres bandas se decide por tomarle el pelo a todo el mundo. Gracias al misionero jesuita Eugenio de Sánchez, entusiasmado con los relatos de Bohórquez, se entrevistó con Alonso Mercado en Pomán. Le vendió una gran idea para cristianizar a los naturales de Calchaquí, con quienes ya había tenido intenso contacto, convertirlos en súbditos del rey de España y de paso explotar los muchos recursos minerales de la zona. Él se convertiría en «Inca» y así evitaría que los nativos se sublevaran. Pero, por otra parte les contaba a «sus» súbditos que él conocía bien a los españoles y que sabía como liberarse de ellos, instándolos a la rebelión. Así que Bohórquez era tanto lugarteniente del gobernador y capitán general, como líder emancipador indígena.
Tras establecer la capitalidad de ese reino en Tolombón, sus artimañas fueron descubiertas por las autoridades españolas pero, en lugar de entregarse, el inca Bohórquez llevó a cabo una serie de escaramuzas bélicas, sobre todo contra las poblaciones de Salta y San Miguel. Finalmente fue apresado, pero hete aquí que el virrey, tras escucharle, le indultó. Por poco tiempo, puesto que una vez más fue descubierto en sus lucidas patrañas. Esta vez fue encontrado culpable y condenado a muerte. El 3 de enero de 1667 fue sometido a garrote en Lima; su cuerpo, ya sin vida, fue ahorcado y, más tarde, su cabeza separada del tronco y mostrada a la concurrencia como aviso a navegantes...
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