El 3-D, los cuatro elementos y el sexto sentido

Si algo quedó claro durante la visita de M. Night Shyamalan a España fue su escaso interés por el 3D, una necesidad comercial más, comparable a los finales felices, las rubias con escote y la lentitud del caballo del malo, pero aún más rentable (hasta que la gente se harte de ver el cine con filtro). La implicación del maestro, que lo es, en esta película fundacional de una nueva saga a partir de una serie de animación parece menos evidente.

Se sabe que al director de «El sexto sentido» le apasiona todo lo relacionado con la magia, lo sobrenatural y lo fantástico, pero esta vez los estudios no le permiten asomarse con disimulo a un pequeño misterio. Le regalan medios y tecnología para que nos zambulla en una superproducción épica en la que sus habituales sutilezas pasan inadvertidas. Por si fuera poco, las aventuras de un niño con poderes no enganchará a casi nadie con edad suficiente para saber lo que es un desengaño amoroso.

La cinta tiene un aire oriental que permite las comparaciones con «Tigre y dragón», más que meritorio intento de otro gran director (Ang Lee) que también sabe lo que es lidiar con superhéroes («Hulk») y que pese a todo relacionamos con diferentes virtudes. «Airbender» ofrece escenas majestuosas. El arranque sobre el hielo contiene la esencia del gran arte de Shyamalan y algún plano secuencia demuestra que este joven cineasta sabe destilar sin repetirse todo el cine que ha bebido.

Quien busque esas gotas de talento las hallará sin dificultad, pero no es fácil que esta apertura a públicos más jóvenes agrade a sus incondicionales. Más allá de los citados detalles y de su habilidad para descubrir rostros infantiles, cabe dudar si el director estaba preparado para luchar contra los elementos.