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Al pairo

Del toro, tanto.

Fernando Conde

DEDICADO a quienes le niegan a la tauromaquia la categoría de arte. Porque el verano es una época maravillosa para leer y también para corregir. He aquí el brindis que un poeta, imagino que menor para los antitaurinos, llamado Federico García Lorca legó a la posteridad: «El toreo es probablemente la riqueza poética y vital de España, increíblemente desaprovechada por los escritores y artistas, debido principalmente a una falsa educación pedagógica que nos han dado y que hemos sido los hombres de mi generación los primeros en rechazar. Creo que la de los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo».

Esto debió de decirlo a las cinco de la tarde, a las cinco en punto de la tarde; las cinco en todos los relojes. Y como Lorca, Alberti: «Una sonora soledad lejana, / fuente sin fin de la que insomne mana / la música callada del toreo». Y como Alberti, Claudio: «Es esta sinfonía, / del capote, que suena / ¿a qué? He aquí el misterio… Y como Claudio, Miguel Hernández: «Como el toro he nacido para el luto». Y tantos otros.

La lista de autores y obras es casi interminable. Y no sólo nacionales. Pueden ustedes leer también, si quieren ampliar cultura y horizontes, a los americanos Viertel y Hemingway, a los franceses Theóphile Gautier y Laura Permon, duquesa de Abrantes, al ruso Aseyev, al guatemalteco Miguel Ángel Asturias o al chileno Neruda; sí, el mismo que escribió los versos más tristes esa noche. Otra opción es que quemen sus libros por haber defendido la tauromaquia o arte del toreo con su palabra universal y profunda, además de respaldarlo con su fama.

Quizá, al igual que Ortega, la mayoría de ellos en algún momento llegara a pensar en cambiar toda su fama por esa otra gloria que sólo es dable a los matadores de toros.

Y para colmo, es decir, para colmarles, me gustaría terminar con una afirmación tan subversiva como real y constatable. Va por ustedes: la archiconocida «Generación del 27», esa que regaló al mundo una pléyade de inmensos poetas, fue producto de la sensibilidad y de la generosidad de un torero. A Ignacio Sánchez Mejía, torero, a quien Lorca elevó a los altares de la elegía poética con su llanto, debe la historia que un 11 de diciembre de 1927 se reunieran en Sevilla un grupo de maestros de la estrofa en honor de Góngora, taurómaco convicto y confeso.

Así que, si los toros no son cultura, entonces ¡que venga Dios y lo lea!

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