Nació en Calanova y le crió la Armada
El Príncipe de Asturias es uno de los regatistas más veteranos de la flota y nunca ha ganado una Copa del Rey
PEDRO SARDINA
Si el destino no le hubiera deparado ser Príncipe de Asturias, sin ninguna duda sería uno de los atletas más laureados de España. Tiene condiciones físicas suficientes para practicar cualquier deporte y está dotado de una mente privilegiada, que hace que su corazón se enfríe ... en las adversidades y sea muy cauto en los triunfos.
La afición al mar le viene de su abuelo, Don Juan, y se ha educado en un ambiente sano y deportivo. Su primer contacto con el deporte fue a través del judo, que le hizo desarrollar la espalda. Pero a él le gustaba la vela. Es paradójico ver las fotos de aquel chaval, que apenas levantaba un metro de altura, navegando en un barco de la clase Optimist, el «Tortuga», en la escuela de vela de Calanova y compararlas con los dos metros de altura que se levantan hoy en día en la popa del «CAM».
De la Armada Española han salido los regatistas más prestigiosos de España y él no iba a ser una excepción. De la mano de Marcial Sánchez Barcáiztegui comenzó su singladura como tripulante del «Sirius II» (sus primeros compañeros fueron: José María Dávila, Juan Carlos Rodríguez Toubes, Jaime Rodríguez Toubes, Mario Palao, Isidro Martí y Pedro Perelló) y del «Sirius III», emblemáticos veleros de la Comisión Naval de Regatas, para pasar a patronear el «Sirius IV» sólo con el objetivo de participar y aprender. De ése una Tonelada, al tres cuartos de tonelada «Aifos» (Sofía, al revés) y al Corel 45 de igual nombre, con Juan Carlos Rodríguez Toubes y una tripulación de marineros de reemplazo de la Armada. Luego llegó el «Sirius V», un 50 pies que compró la Armada para utilizarlo como buque escuela deportivo. Ahí pasó unos años con Jaime Rodríguez Toubes y Fernando Marín, entre otros. En la actualidad navega en el «CAM», de Fernando León y Kiko Sánchez Luna, dos grandes amigos y campeones olímpicos.
Jamás pierde la sonrisa por mala que sea la clasificación que haya obtenido. Sabe obedecer tanto como mandar y defiende lo suyo con ahínco. Es un
compañero ejemplar al que todos llaman Felipe, pues su condición de Alteza Real queda para fuera de la cubierta del barco. Frecuenta las barras de los bares como cualquier otro regatista y paga las consumiciones o acepta las invitaciones. Come «bocatas» entre regata y regata y bebe agua de la misma botella que los demás. Espera las colas y pasa los controles como cualquier otro. Le pesan, le miden, le piden la licencia federativa y viste el uniforme del equipo, eso sí, sin publicidad. Sólo tiene algo que los demás no tenemos: aparca el coche en la puerta del Náutico. Pero ese privilegio no lo ha pedido él.
Los rivales de su barco se baten el cobre sin miramientos, incluso en los despachos, donde Felipe de Borbón ha perdido alguna que otra protesta deportiva ante los Jurados, así como también ha sufrido las injusticias de este deporte y ha salido perjudicado en decisiones ambiguas.
Tanto el «Aifos», un TP 52, como el «CAM», un Farr 54, han ganado la Copa del Rey, pero el Príncipe de Asturias no estuvo ninguna de las dos veces. En 2005 no navegó por el avanzado estado de gestación en el que estaba la Princesa de Asturias y en 2008, no lo hizo en el barco de la Armada porque lo hacía en el «CAM». Este año tiene una oportunidad de oro para ganarla, aunque los dos últimos días no estará.
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