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FRAGUA HISTÓRICA

La devolución: sangría u obligación

Haríamos mejor en racionalizar todo gasto, justificarlo, analizarlo, supervisarlo e intervenirlo en controles

ABEL VEIGA

Hace unos días saltaba a la luz pública el quantumeconómico que la Xunta de Galicia debía devolver a la Hacienda estatal. Prácticamente 2.600 millones de euros. Mas, ¿realmente los gallegos son conscientes del porqué de esa devolución, o prefieren que la misma se revista de ropajes tergiversadores y de confrontación entre distintas administraciones y sus sedicentes partidos políticos?

Ya nadie se llama a engaño, pero la causa de esta reclamación, intempestiva en cierto modo, y rácana en las formas y formalismos, está justificada. El adelanto y su ulterior devolución se debe a la liquidación negativa de los adelantos efectuados por el Estado a las comunidades, a todas, salvo las que tienen un peculiar y privilegiado régimen económico de financiación, vascos y navarros. La merma de ingresos y de recaudación en la Comunidad hacen que ahora sean los gallegos, al igual que otras comunidades, las que tengan que devolver lo percibido.

¿Estamos ante un caso de mala gestión o malversación?, ¿tal vez desidia o dejadez?, ¿es el lastre de una herencia política o de gobierno envenenada? Quizás el sentido común y cierta prudencia, tan huérfana como dislocada en este solar patrio, que es capaz de llorar sus saetas taurinas, pero no sus casi cinco millones de parados y el millón trescientas mil familias con todos sus miembros en paro, deberían arrojar algo más de bonhomía y verdad.

Sí, no lo voy a negar, no me han gustado las formas en que se reclama esta cantidad, tampoco las imposiciones sin diálogo. Pero menos aún, que algunos quieran hacer del victimismo bandera y vendernos aquello del contra Galicia mejor.

Podremos enjuiciar, criticar y censurar el derroche, el despilfarro en el gasto público, en las inversiones funestas y absurdas, en el dislate protocolario de comunidades y ayuntamientos, de su gusto por el endeudamiento alarmante, por el comportamiento de la burocracia, del funcionariado, de lo público en suma, pero no confundamos la substantiao esencia con lo circunstancial o adjetivo. Las previsiones en este escenario real de crisis brutal han quebrado. Si la hacienda estatal no hubiera inyectado ese adelanto hace tiempo que la maquinaria autonómica hubiera chirriado aún más. Podrá no gustarnos el sistema de financiación autonómico, el consejo de política fiscal, los tejemanejes del gobierno central y aquel sobre plus de casi cuatro mil millones injustos hacia Cataluña, abusivos y privilegiados, que en cierto modo era reírse del resto de comunidades.

Algunos gustan de regodearse en la diferencia y la desigualdad abrupta, manifiesta, mezquina. Otros han apelado a las deudas históricas, su resarcimiento, pero en este país, satírico y tragicómico, en sainete puro, la memoria es frágil, huidiza, quebradiza. No hace mucho el gobierno socialista firmaba el reparo de la deuda histórica con Andalucía. Pero ya se sabe, catalanes y andaluces, son, más bien eran, graneros de votos socialistas, también de localismos y subvenciones. Un vistazo a los datos de la encuesta de población activa es suficiente, a saber, Cataluña y Andalucía rompen la barrera del desempleo.

Poco importa pactar períodos devolutivos. Hay que devolver. Todas las arcas públicas y sus erarios están exhaustos, exangües. O devolvemos o nos recortan inversión pública, por mucho pleito político y demagogia de pacotilla que unos y otros se arrojen a la cara.

Haríamos mejor en racionalizar todo gasto, toda inversión, justificarla, analizarla, supervisarla e intervenirla en controles óptimos. La senda es el sentido común, el diálogo, la lucha por el bienestar de las poblaciones de cada comunidad autónoma sin detrimento del conjunto. Aquellos por lo que unos pocos hacen bandera y otros antorcha. Haría bien el presidente del gobierno en copiar al titular gallego y buscar acuerdos de concertación social.

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