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Jazz amable y ordenado

La cantante y pianista canadiense Diana Krall ofreció anoche un concierto previsible, en el marco de la programación de los Veranos de la Villa

LUIS MARTÍN

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Hace ahora diez meses, recogíamos en estas páginas el resonante éxito cosechado por Diana Krall en su gira «Quiet nights». La reválida no se ha hecho esperar y, anoche, en la madrileña Puerta del Ángel, la pianista y cantante canadiense fue recibida con atronadores aplausos y -debido a su injustificado retraso de 45 minutos- algún que otro abucheo también. Ha sido una visita rutinaria, sin un álbum nuevo que presentar que no sea el que ya estrenó en la ocasión mencionada, repleto de estándares brasileños.

A la audiencia, en cualquier caso, estos detalles no parece importarle demasiado, y, por lo demás, justo es decir que Diana suena cada vez mejor. Dispone de mayor seguridad en la escena y -¡albricias!- sigue consiguiendo que en sus convocatorias se respire el fasto de las grandes ocasiones. A su recital no faltaron ni celebridades telegénicas, ni tampoco políticos. Una clientela a la que la bella Diana, crecida en un barrio fino de Vancouver, sabe cuidar bien entonando títulos que, como «Garota de Ipanema» o «Let's fall in love», se digieren con facilidad.

Y el concierto entra en materia, rastreando composiciones de origen fonográfico disperso, y Diana Krall muestra sus bazas. Su voz no dispone de una amplia tesitura, pero ella sabe optimizar sus recursos. Contiene su caudal y lo mece con la melodía hasta hacerse arrullo e insinuación. La música se convierte así en sugerencia, y es ahí donde se encuentra bien y a gusto su registro lavado-a-la-piedra, que, en lances más potentes, denotaría unas limitaciones de fuelle que el repertorio elegido, sin embargo, no le niega.

La máquina bien engrasada de sus tres acompañantes, entre los que brilló el guitarrista Anthony Wilson, colaboró en la consecución de varios momentos de resultona tensión, quizás porque esta sección rítmica es utilizada más para colorear que como latido. Jazz amable y bien ordenado, aunque también de valores algo rancios y jovialidad poco cálida y graduada. Diana sigue imbatible en su estatus de cantante de mayor pegada popular del último impulso surgido en la corriente de renovación jazzístico-vocal.

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