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ANTE EL DÍA DECISIVO España ataca hoy su quinta victoria consecutiva en la Grand Boucle

Alberto, a una hora del tercer Tour

Contador y Schleck se la juegan en la crono, en plena polémica por los regalos en carrera

AP

J. GÓMEZ PEÑA

A Burdeos, el Tour siempre llega muy rápido. Es la ciudad más veloz. Tiene el sprint por costumbre. Y Cavendish tiene el hábito de ganar etapas. Ayer sumó la cuarta. Demoledora. Con dos metros de margen, de abismo. Sin discusión. La polémica estaba al lado, en el podio. Otra vez sonaron algunos pitos al aparecer Contador. El líder tendrá que acostumbrarse a ese ruido. Va con el cargo. Esos silbidos pasaron antes por los oídos de Bobet, de Anquetil, de Merckx, de Armstrong..., hasta de Induráin. «No se puede contentar a todos», dice el mito navarro. Son las servidumbres del éxito. Arriba, en el podio, Contador recibió el sello de carmín de la actriz Cameron Díaz y el apretón de manos de Tom Cruise. Cita con las estrellas. Hoy, en la contrarreloj final, defiende ocho segundos ante Schleck en 52 kilómetros planos. «Me queda una hora de sufrimiento», resume el líder. A una hora de recoger en París su tercer Tour.

Cuando el jueves Contador le entregó en mano a Schleck la etapa del Tourmalet, había 6,5 millones de franceses atentos a la televisión. El público galo ya tiene otro duelo. Los adoran. La carrera se ha nutrido siempre de disputas así. Entre el religioso Bartali y el pecador Coppi (1949). Entre el elegante Anquetil y el rústico Poulidor (1964). Entre el maravilloso loco Luis Ocaña y el depredador Eddy Merckx (1971). Entre el orgulloso Hinault y el pegajoso Zoetemelk (1978)... A partir de ahora, ese hueco está reservado a Contador (27 años y casi tres Tours) y Schleck (25 años y dos veces segundo en París). Dice Christiam Prudhomme, director del Tour, que juntos son el «Nadal-Federer» del ciclismo. Tenis sobre asfalto.

Hay un problema: son amigos. Y esa amistad ha endulzado la carrera. Demasiado pastel. Hoy, Contador partirá con casi todas las llaves para guardar su tercer Tour. La carrera no parece a la venta. Más bien, adjudicada. En 2009, el madrileño aventajó en un minuto y 45 segundos a Schleck en la larga contrarreloj de Annecy. El luxemburgués viene, además, de chocarse con la realidad en el prólogo de esta edición. Sigue arrastrando el castigo del reloj. Se ha acercado a Contador, pero aún tiene la sensación de que esta carrera no le pertenece. Es de su amigo. Pelea entre colegas.

Olor a polémica

De eso se habla en este Tour. Ayer, en la salida de Salies de Bearn los micrófonos husmeaban en busca de opiniones sobre el regalo de Contador a Schleck en la cima del Tourmalet. Y también preguntaban por esa nueva costumbre de parar la carrera cada vez que se cae un favorito. Olor a polémica. Faltó una cuestión: «¿Y si Contador se cae en la contrarreloj de hoy? ¿Se detendrá Schleck?». No. Las caídas, la mala suerte, los pinchazos, el sudor, la agonía, la aventura, la ambición, el orgullo y el riesgo son componentes primarios de este deporte.

El Tour 2010 se lió en la segunda etapa. Aquel día de dorsales apretados camino de Spa, bajo la lluvia. Patinaba el cristal de asfalto. Y muchos, entre ellos Schleck, resbalaron. Cancellara, su compañero y amigo, mandó esperar. Contador le secundó. Y le criticaron: por blando. También le afearon su ataque en Mende cuando su gregario Vinokourov iba en fuga. Por egoísta. Sin los diez segundos que arañó ese día, hoy Schleck partiría en la contrarreloj como líder. A Contador le recriminaron luego por caer en la tentación de aprovechar un salto de cadena de Schleck en el alto de Bales. Por ambicioso. Esa noche pidió perdón para acortar la distancia que le empezaba a separar del público. También le atizaron: por desmentirse. El jueves le recriminaron por conceder a Schleck la cumbre del Tourmalet. Por generoso.

Siempre ha sido así. Francia prefirió a Poulidor antes que a Anquetil; a Thevenet por encima de Merckx; a Robic en lugar de Bobet; a Contador, o a cualquiera, frente a Armstrong. El público quiere que el príncipe destrone al rey. Luego, muerto el monarca, le rinde culto por siempre. Ahora, el aspirante es Schleck. El enemigo de Contador. Hay ocho segundos entre Contador y Schleck, con el Tour en juego. La remontada suena a imposible. «La crono es la carta que tenía guardada en la manga», desvela el madrileño. Cuenta Schleck que está «motivado». Contador sólo descuenta: «Me queda una hora».

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