Hermoso puente hasta la isla

No es lo mismo una tira de cómic que una tira de vida, ni tampoco dibujar una ventana para que tu hija vea el mundo que otra para que el mundo vea a tu hija... Miguel Gallardo hace todo eso al tiempo con la naturalidad, franqueza y desparpajo con los que coló al explosivo Buitre Buitaker en el ABC de los años ochenta. Su vínculo, comunicación e idilio con su hija María, adolescente y autista, personaje de cómic, de cine y de entrañable carne y hueso es captado con absoluta ausencia de «teatralidad» por la cámara de Félix Fernández de Castro con un resultado portentoso: Gallardo nos lleva de la mano hasta ese mundo aparentemente lejano, hermético y enigmático del autismo, y nos lo muestra tan aledaño y afectivo que te transmite ese vínculo y ese idilio casi como una ofrenda. Es un paisaje sentimental sencillo, un viaje a Canarias, un ritual en sus vidas (el ritual es el pomo del autista hacia el consuelo), la del padre que despeja el camino de la hija por la incertidumbre, el fastidio o la apatía mediante un continuo entretejer de cromos y de vida compartidos, cuando los dibujos cobran vida y la vida es también unos cuadernos llenos de dibujos y recuerdos.

Tanto nos dice Gallardo de su hija María (nos la explica con un difícil aliño de ternura y cruda realidad) como su hija María del propio Gallardo, de quien indirectamente ofrece esta ventana documental una imagen gigantescamente diminuta. Al término de esta visita al mundo de Gallardo y de María, seguiremos sin saber gran cosa del ser humano, apenas nada del autismo, pero habremos conocido a dos personas capaces de construir un universo y compartirlo. «María y yo» es una película a la que urge ir, no tanto para verla como para que ella te vea a ti.