Cuando la vida te permite encontrarte con caballeros el camino se hace más cómodo. Eduardo Sánchez Junco era eso, un caballero de la prensa rosa, un señor con el que era todo un placer hablar de periodismo, de la prensa del corazón, de su significado e importancia. A través de su trabajo en Hola Sánchez Junco demostró que la excelencia llega hasta cualquier rincón del alma si se sabe encontrar. Él lo hizo. Heredó de su padre la pasión por una revista que comenzó en una habitación de su casa de Barcelona y que se fue haciendo grande a la vez que él crecía. Juntos llegaron a la adolescencia y la madurez. Por eso Hola era él, de la casa, de su familia, al igual que hoy es de sus hijos y sobrinos. “Como decía mi padre “Hola” es la espuma de la vida, lo que no tiene densidad ni peso”, me recordaba el editor cuando le entrevisté para ABC con motivo del premio Luca de Tena.
Como era costumbre, Sánchez Junco me recibió en la sala donde veía a sus visitas. Situada en una planta del edificio propiedad de la familia, los Sánchez nunca abandonaron la idea de conciliar vivienda y despacho. Si su historia comenzó en una habitación hoy es un edificio de la calle Miguel Ángel donde se ubica la sede de esta cabecera y la vivienda de sus propietarios. Esa tarde quiso retratarse junto a uno de los cuadros que están en esa pared y que recoge la primera portada de Hola, de 1944, y con una elegante señora tocada con una pamela. Distinción y belleza. Dos ingredientes fundamentales que explican el éxito de su revista. “Se trataba de entretener al lector, con buen gusto cierta distinción y evitando la injuria y el escándalo”, recordaba.
Así comenzó su historia y la carrera hacia el éxito.
Sánchez Junco tuvo lo que los periodistas llamamos olfato para las noticias. “Esta revista no está planificada. Cada semana se parte de cero y uno nunca sabe cómo va a terminar”, confesaba. Por eso cada siete días tocaba elegir, definirse, apostar por el asunto que creía iba a ser el más comentado. Su inteligencia y la manera con la que siempre cuidó a los personajes le hicieron granjearse la confianza y respeto de los famosos que encontraron en él algo más que un editor. Para algunos fue su asesor, confesor, cómplice y leal guardián de sus secretos. Hizo favores que no olvidarán y marcó líneas que hoy siguen sus hijos, especialmente Eduardo, quien hace meses tomó el testigo de su legado. Como era de imaginar, discreto en todo lo que se refiere a su vida, hoy sus restos mortales descansan en su finca familiar de Palencia donde le han velado en la intimidad.




















