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El primer Kubrick

Antes de firmar películas que ya son clásicas, Kubrick trabajó como fotógrafo. Lo retrató todo, desde los niños mendigos a la alta sociedad, como ha mostrado una reciente exposición en Italia

El primer Kubrick

césar antonio molina

Entre los años 1945 y 1950, Stanley Kubrick , un americano descendiente de judíos alemanes, trabajó de fotógrafo haciendo reportajes para la revista «Look». Era ya un joven inconformista que con su leica trató de hacerles la competencia a los padres de la fotografía documentalista, Walker Evans, Cartier-Bresson, Robert Frank o William Eggleston. Lo hubiera logrado de haber persistido, pero la fotografía se le quedó pequeña y siguió el rumbo del cine. Había nacido en 1928 en el Bronx, en Nueva York. Su padre le regaló una cámara mientras era estudiante en la escuela pública de su barrio y la revista Look le pagó 25 dólares por la primera foto que le publicó.

Las fotos-secuencias de Kubrick, pues no hay estatismo en las mismas, sino una historia narrada a través de ellas, toman muchas veces a Nueva York como telón de fondo, pero también buscan otros escenarios nacionales e internacionales. No fotografía un instante presente que, de pronto, se convierte en pasado, sino una imagen que se adelanta al futuro. Son historias realistas que buscan un ángulo y una luz distinta de la realidad, profundizando en su aspecto moral. Kubrick abandonó las influencias de Stieglitz , Steichen , Rodchenko y Moholy-Nagy para utilizar su experiencia fotográfica en sus filmes. El éxito convulso de Senderos de gloria («Paths of Glory», 1957) le abrió el camino en el séptimo arte, al que él mismo aportaría obras imprescindibles como «Espartaco» («Spartacus»), Lolita», «2001: una odisea del espacio» («A Space Odyssey»), «La naranja mecánica» («A Clockwork Orange»), «Barry Lyndon» o «Eyes Wide Shut».

En medio de la Quinta Avenida

Kubrick, el joven fotógrafo, admiraba también a los pintores expresionistas alemanes, Grosz, Otto Dix o Max Beckman. El homenaje a todos ellos se lo hizo retratando magistralmente a George Grosz en medio de la Quinta Avenida. El pintor, elegantemente vestido, a caballo sobre una silla en la que reposa sus brazos, con un gran puro en la mano derecha que deja ver los gemelos de la camisa, tiene la mirada perdida, ensimismada en el movimiento frenético de la ciudad. Las personas lo evitan y los coches emiten un sonido infernal. Mientras tanto, él, impávido, bajo o junto a un cartel que impide aparcar. Esa postura contestataria del pintor frente a la cámara resume toda la crítica social de su obra.

Kubrick se olvidó de estas fotos que se han exhibido en Milán, en el Palazzo della Ragione, un inmueble del siglo XIII, al lado del Palazzo delle Scuole Palatine, del siglo XVII, y enfrente de la Loggia degli Osii, un elegante pórtico en mármol blanco y negro del siglo XIII, y un pozo del XV, en pleno centro de la ciudad, frente a la Catedral. Las fotos de Kubrick están arropadas por grandes frescos de otro tiempo. Él no guardó ninguno de los negativos. Fueron donados por los propietarios de la revista a la Biblioteca del Congreso y al Museo de la Ciudad de Nueva York.

Hasta de once asuntos tratan estas imágenes: el coche de los detenidos, los niños mendigos de Nueva York, el circo, la alta sociedad, la vida en la Universidad de Columbia y en la de Michigan, la ciudad de los huérfanos de Mooseheart, cerca de Chicago; un viaje a Portugal, las fotos pugilísticas de Rocky Graziano , la historia de una orquesta de jazz y varios retratos de Montgomery Clift , el actor rebelde de aquellos años de orden. Muchas de estas fotos fueron portadas de la publicación.

El silencio de los culpables

El coche de los detenidos, el Paddy Wagon (así conocido por el origen irlandés de la mayoría de los policías neoyorquinos), muestra a los detenidos y a los captores. Los detenidos tienen, curiosamente, unos rostros menos peligrosos que los policías de paisano. Kubrick capta magistralmente el silencio de los supuestos culpables. ¿Han robado, han asesinado? Las resplandecientes esposas los unen en su castigo. Fotografías que captan el continente (los furgones) y el contenido (los delincuentes con caras de apóstoles del mal). Tienen todas las edades, son bien parecidos, no muestran la culpa en sus rostros, van bien vestidos. Impresiona más la actitud provocadora del policía de paisano. Kubrick es meticuloso en los detalles para retratar, sobre todo, el estado de ánimo, de frustración, de pérdida, de los delincuentes.

El de los niños mendigos de Nueva York es, de entre todos los trabajos, el más emocionante. ¿Cuánto hay de su propia biografía en esta narración? El fotógrafo cuenta la historia de un niño de trece o catorce años que trabaja de limpiabotas. Además, ejerce otros trabajos variopintos y duros que no le impiden sacar tiempo para estudiar, hacer deporte e incluso jugar. Kubrick retrata la soledad frente a la metrópoli gigantesca, la ingenuidad frente a los peligros de la vida, el desamparo, la falta de ayuda pública para los más desfavorecidos, la fortaleza de voluntad del individuo frente al destino, el espíritu de superación. El muchacho retratado simboliza a la propia América. El rostro siempre alegre, a pesar de las dificultades; la solidaridad entre sus compañeros de infortunio, el aprendizaje de la calle.

Una de las fotos más memorables de este conjunto es la del muchacho, caja de limpiabotas en ristre, observando a la entrada de un cine el gran cartel anunciador de la película El libro de la selva, basada en el relato de Rudyard Kipling . ¿Cuánto dinero debe reunir para poder penetrar en esta otra jungla más confortable? ¿Cuántos zapatos tendrá que lustrar? ¿Será aquel niño indio, interpretado por Sabu, tan desgraciado como él? ¡Cuánto daría por ver el filme ya! En otra foto-secuencia el muchacho cuenta unas monedas. ¿Al fin las invertirá en esta caja de las fantasías o en otras acciones más necesarias? A Kubrick le gusta jugar con las incógnitas, aunque yo creo que el muchacho neoyorquino nunca llegó a viajar a la India. La ciudad de Nueva York como laberinto, como madrastra, como castillo infausto. En otra foto dickensiana se ve al muchacho junto a otros en su misma situación de pobreza. Huérfanos de la vida, del amor paterno y social, en medio de descampados y verjas que van saltando como Sabu evita los peligros con lianas. Los animales salvajes de esta otra selva son los hombres. Horas y horas de trabajos físicos muy duros acarreando ropa sucia hasta las lavadoras mecánicas.

Un cuchillo en el corazón

Y de la soledad del trabajo a la soledad del estudio en una biblioteca pública del barrio, y aún le queda tiempo para practicar el deporte: el boxeo, el baloncesto. La mirada del muchacho es clara e inteligente, inconformista. En la fase final del reportaje, el autor del mismo nos conduce a la terraza superior y colectiva de su destartalada casa. Allí juega con las palomas, allí se siente libre dejándolas volar, lo mismo que a su imaginación.

Estoy seguro de que mucha gente, al verlas publicadas en Look, tuvo que llorar. Las fotos de Kubrick atraviesan los sentimientos. Utiliza la cámara como si fuera un cuchillo que revienta el corazón. ¿Qué fue de este muchacho? ¿Acabaría en la delincuencia, haría carrera en la vida, moriría en alguna de las varias confrontaciones bélicas? Este es el verdadero leitmotiv de las secuencias. El enigma del destino. La buena materia prima del ser humano y su acertado o no moldeamiento. El sueño americano cumplido o fracasado.

En las fotos sobre el circo muestra la soledad compartida entre los seres racionales e irracionales. La convivencia entre hombres y fieras, la compañía mutua. El peligro como ingrediente vital: el de los domadores, el de los funambulistas, el de los magos, el de los payasos (quizás el peor de todos, el del terrible silencio de los espectadores ante un gag), el de los empresarios y empleados. El circo como limbo terrenal, como sacrificio de unos cuantos para satisfacer las ilusiones de la mayoría. Lo imposible como posible.

Las fotos dedicadas a Betsy von Fürstenberg son lo opuesto a lo que hemos contado anteriormente. Cada una de las instantáneas narran la belleza y riqueza de esta muchacha. Un día en su vida está dedicado a la ropa, los actos sociales, las actividades deportivas, los posados fotográficos y cinematográficos. La dolce vita del lujo y el éxito. Kubrick la retrata con distancia y frialdad, pero no traiciona al personaje y al contexto, no trata de hacer ninguna crítica social; también la vida alegre y confiada existe. Que cada cual juzgue.

En las fotos de la neoyorquina Universidad de Columbia y en la de Michigan, el autor refleja el espíritu de esfuerzo y trabajo. Camaradería entre alumnos y profesores, espíritu de cooperación entre las ciencias y las letras. Kubrick viene a sugerirnos que son estos seres humanos, la mayor parte anónimos, quienes mueven el mundo. Lo mueven, lo hacen mejor, lo salvan, alivian sus males. Esfuerzo, trabajo, dedicación, estudio; una larga y solitaria labor para llegar a saber.

Contenido emocional

En Mooseheart, la ciudad de los huérfanos, retorna a las fotos más descarnadas, como las anteriores dedicadas a los niños de la calle. Fotos desgarradoras, de un gran contenido emocional. Niños abandonados pero con la esperanza de que la institución los eduque y les dé la oportunidad de conseguir un puesto en la sociedad.

Kubrick nos muestra Portugal a través del viaje de una pareja. Las fotos, muy paisajísticas, están centradas en el pueblo de Nazaré y en Lisboa. Playas, embarcaciones, la vida de los pescadores, las faenas marítimo-pesqueras, el trabajo de las mujeres: el reportaje de Nazaré aporta una visión moderna de un mundo costumbrista y antropológico. El Monasterio de los Jerónimos abarca el mundo urbano. Hombre y mujer mortales, en medio de una arquitectura inmortal. El descubrimiento de ambos, precisamente, de esa temporalidad. Quizás el más cinematográfico de entre todos los reportajes. Planos, contraplanos, picados y contrapicados. Dos actores con su perfecta puesta en escena.

Las fotos pugilísticas de Rocky Graziano, la historia de una orquesta de jazz y un reportaje del actor (falsamente inconformista) Montgomery Clift completan la exposición.

Kubrick se presenta en estos primeros trabajos como un talento original y con una formación también muy bien aprendida. Meticuloso hasta el extremo, con una técnica perfecta, sabe emocionarnos, indignarnos y, sobre todo, no dejarnos indiferentes.

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