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Columnas / PROVERBIOS MORALES

Causas

La valerosa denuncia del sectarismo de la izquierda por parte de algunos disidentes socialistas se resiente de una visión maniquea del pasado

Día 20/06/2010 - 04.06h
ME conmueven las críticas de dos socialistas que estimo —Joaquín Leguina y Cristina Alberdi— a la manipulación sectaria de la guerra civil por la izquierda y sus farándulas. Leguina y Alberdi me hacen pensar —salvando las distancias, por supuesto— en don Julián Besteiro y su aislamiento en el seno del PSOE desde 1934 en adelante. Es curioso que a Besteiro nadie de su partido se haya propuesto reivindicarlo después de las tentativas ya lejanas de Andrés Saborit y Rodolfo Llopis. Tácitamente, la abundante literatura del exilio inspirada por la musa del arrepentimiento le dio la razón, pero el clima revanchista del zapaterismo ha inmunizado a los socialistas contra cualquier moral de la historia, si no contra la historia misma. A Leguina y a Alberdi, por desgracia, no cabe augurarles mayor influencia que Besteiro en las filas de sus correligionarios.
Con todo, hay algo que me distancia de los socialistas críticos, además del socialismo, y es su necesidad de poner a salvo la esencia democrática de la Segunda República, como si la Segunda República hubiera tenido una esencia que trascendiera a las actuaciones concretas de los españoles de entonces. Reconozco que Cristina Alberdi ha llegado bastante lejos al afirmar, esta semana, que, en vísperas de la sublevación militar, la República tenía ya muy poco de democrática. Y es que, en efecto, si la democracia se mide por la voluntad de integrar al adversario en el sistema político, todos avanzaron en dirección contraria desde el 14 de abril de 1931.
El pasado viernes, Jorge Martínez Reverte, en El País, ha publicado lo que podría considerarse una pieza canónica de la crítica asimétrica. Tras afirmar que no existe diferencia alguna entre las víctimas de Paracuellos y de Badajoz, sostiene que se debe partir de la premisa de que ninguno fue muerto con justicia, «por mucho que de los asesinos… unos fueran golpistas odiosos y otros fueran odiosos defensores (aunque nos pese a algunos) de una causa justa». Ahora bien, ¿a qué «causa justa» se refiere? En ninguno de los bandos se combatió por una sola causa. Los requetés lucharon por el Trono y el Altar; los falangistas, por la Revolución Nacional Sindicalista; los militares franquistas, por la mera supremacía del Ejército; los anarquistas, por el Comunismo Libertario; el POUM, por la Revolución Socialista; los nacionalistas vascos por la Independencia de Euzkadi(que así se escribía entonces) y los nacionalistas catalanes, concedamos que por una República Federal, como cuando se sublevaron contra la República realmente existente en 1934. Los comunistas, desde luego, por los intereses de Stalin, y los socialistas por objetivos diversos, según siguieran a Largo Caballero, a Prieto o a Negrín. Las causas fueron múltiples, y el bando de la «causa justa» de Martínez Reverte emprendió varias guerras civiles intestinas porque no había acuerdo acerca de cuál fuera aquélla. La catástrofe de 1936 fue el resultado lógico del antagonismo
mutuo de las muchas causas desde los orígenes mismos de la Segunda República. Y si alguien —Besteiro, por ejemplo— trató de hacer algo por la integración democrática, se dio de bruces con el hecho de que los suyos no la querían. Como les pasa ahora a Leguina y a Alberdi.
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