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Últimos zarpazos de un león herido

Día 10/06/2010 - 20.54h
Los últimos meses de Tolstoi no son los de un venerable anciano de barba valleinclanesca escribiendo en guerra y paz sus últimas líneas.
«La última estación»
Por lo que nos cuenta Michael Hoffman («Un día inolvidable», «El sueño de una noche de verano»), el viejo león se ve envuelto en diversas batallas, con las que sus 82 años no parecen congeniar. Para remate, en su retiro semicampesino, él mismo es incapaz de creerse los postulados de su recién creada religión, que además ha llevado a sus seguidores a la clandestinidad. En realidad, Hoffman se salta algún capítulo esencial —tiene todo el derecho a empezar donde le dé la gana— y simplifica la situación, no sin elegancia.
El arranque de la película, de hecho, es casi ejemplar. Los intereses cruzados de los protagonistas aparecen sobre el tablero de juego con la naturalidad con la que un gran maestro coloca sus piezas. La condesa Sofía, mujer del escritor, es la viva imagen de la SGAE. Le aterroriza que Chertkov (Paul Giamatti), fiel discípulo de Tolstoi hasta la caricatura, cambie el testamento para donar la gran obra a la humanidad, sin que los herederos cobren derechos de autor. Giamatti, un actor que disfrazado de época pierde un poco el norte, debe buscar a su vez buscar auxilio en el joven Bulgakov (James McAvoy), que pronto se encuentra en una peligrosa situación intermedia, entre el matrimonio Tolstoi, que ya está bastante dividido de por sí, y los precursores de la descargas ilegales. Con el añadido de algún escarceo amoroso enriquecido por la agradable Anne-Marie Duff, el director y guionista, que se apoya en una novela de Jay Parini, plantea así la escena de forma convincente, para quedarse paralizado después por la falta de recorrido de sus personajes.
El cuadro es conmovedor. Los actores son fabulosos (más que una condesa, Helen Mirren parece una reina) y hacen gala de un sutil sentido del humor , pero una vez expuestas sus inquietudes, la acción se detiene, suenan los violines y el espectador se adormece. Lo del movimiento tolstoiano, sus cuarteles generales y los campesinos fanáticos era gracioso e inteligente a la vez. La agonía del escritor y de la propia película conduce a un final en el que ni siquiera cabe esperar el milagro o la sorpresa, pero Christopher Plummer, cada año más grande (no siempre lo fue), permanece por encima del bien y del mal.

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