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Gran mano a mano entre Woody Allen y Mike Leigh

Gran mano a mano entre Woody Allen y Mike Leigh

Woody Allen es un creador de situaciones y Mike Leigh es un creador de emociones. Y ambos, de modo muy distinto, son creadores de magníficos diálogos y de interpretaciones memorables. Tras una mañana entera dedicada al cine de ambos, con la proyección de “Another year” (en competición) y de “You will meet a tall dark stranger” (fuera de ella), nadie podría decir que ha visto los albores del lenguaje cinematográfico del futuro, pero sí, en cambio, que ha presenciado algunas de las mejores cualidades y regalos que una película (dos, en este caso) le puede dar a un espectador. De un modo sencillo, directo, previsto e inteligente, el cine no se convierte en algo que tienes que perseguir con la lengua fuera y el resuello en la garganta.

La de Woody Allen, “You will meet a tall dark stranger”, es una serie de reflexiones muy allenianas (de hecho, una voz en off aliña los pensamientos y los giros del guión) sobre algo que no es nuevo, sino eterno en él, como la pareja, el paso del tiempo, la impotencia artística, la frustración vital, sentimental, sexual, las ilusiones y la farmacopea…, en fin, su pequeño universo servido, una vez más, con un envoltorio de personajes y situaciones cómicas, pero dramáticas. La gracia de ver a Anthony Hopkins que abandona a su mujer de toda la vida (Gemma Jones) para casarse con Charmaine (Lucy Punch), que sólo le cobró trescientas libras cuando se conocieron; la gracia de ver como se escabulle Antonio Banderas, un galerista de éxito, de la encerrona sentimental que le prepara su ayudante, Naomi Watts, recién abandonada por su marido, mal escritor, que corre tras Freida Pinto… ¡Ay, el mundo y el mundillo de Allen!, ¡Es para partirse! Y de hecho, uno se ríe mucho hasta quedarse muy serio.

También de un modo alleniano, o casi, Mike Leigh nos presenta unos personajes encantadores e impregnados de comedia, aunque uno se vaya comiendo su propia sonrisa como si la deshojara. En “Another year” se cuenta un año de los personajes: por estaciones, de la primavera al invierno, y sitúa el centro del escenario en la vida de un matrimonio ya de cierta edad, Tom y Gerri, que son justo lo contrario que el gato y el ratón de los dibujos animados. Tom y Gerri son como habría que ser, dicen lo que habría que decir y piensan y sienten lo que habría que pensar y sentir. Todos y siempre. Son el fiel de una balanza en la que entran y salen la soledad, los desamparos y los demonios de sus amigos y familiares; son una espontex y un bálsamo para la amiga solitaria y vencida que no soporta el viaje en AVE hasta el final, o el amigo de la infancia, también solo y que come, bebe y fuma compulsivamente…

Todo es conmovedor y espumoso en la película, pero las interpretaciones son más aún, están entre lo emotivo, lo turbador y lo patético. Jim Broadbent y Ruth Sheen, el matrimonio, o Lesley Manville, la amiga, construyen momentos de una verosimilitud y de una carga afectiva y perturbadora insólita. Uno se remueve en su butaca en el intento, vano, de encontrar una postura cómoda ante el torrente de emociones que saltan de una pantalla con dos personajes en silencio, o en una mesa con comida y miradas, o de los propios balbuceos del corazón de los personajes. Y todo ello rodado desde dentro, con la cámara recogiendo como una jarra lo que de sí mismos exprimen los protagonistas.

Pero si hay una película que hable del tiempo y sus vueltas, ésa es “El Gatopardo”, cuya versión restaurada y pletórica se proyectó la noche anterior con la presencia de Martin Scorsese, fundador de la World Cinema Fundation, y de los dos únicos protagonistas en activo (o sea, vivos), Claudia Cardinale y Alain Delon. En ese mismo espacio, que se llama Cannes Classics, se proyectaba anoche “Tristana”, de Luis Buñuel, en una copia también restaurada y dentro de un extraño marco que se insinuaba como un homenaje al cine español. Los homenajes están muy bien, claro, pero no estaría mal que también, o de paso, miraran en el Festival con mejores ojos la producción española de cada año con el fin de incorporar a su programa alguna de las muchas y de todo tipo de películas que se hacen. Pero, vamos, que si prefieren hacer un homenaje al cine español proyectando “Tristana”, están en su festival.

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