El centro derecha supo integrar, acertó con la oportunidad, resultó audaz y lanzó una imagen de esperanza en la alternativa y la victoria que por primera vez resultó creíble
El congreso que acabó con el fantasma del PRI en el centro derecha español
Manuel Fraga durante su intervención en la primera jornada del X Congreso del PP
Actualizado Domingo , 28-03-10 a las 09 : 37
En abril de 1990 el PSOE de Felipe González sumaba tres victorias electorales por mayoría absoluta (1982, 1986 y 1989), gobernaba en dos tercios de las Comunidades autónomas y tutelaba o controlaba la mayoría de los medios de comunicación. La televisión privada acababa de nacer y sólo ABC se atrevía a ejercer de oposición. El pragmatismo del entonces presidente del Gobierno le había permitido enfrentarse a los sindicatos, recortar leyes sociales, pactar con la derecha nacionalista en el País Vasco y saltar del antiamericanismo más primario a ser el aliado más fiel de la primera potencia del mundo y sólo perdía unas décimas en sus exámenes ante las urnas. Parecía inmune al desgaste y, por si acaso, tejía redes de intercambios de apoyos con CiU, PNV y los partidos regionalistas para garantizarse el poder a largo plazo. A uno de los dirigentes más pesimistas del PP le oí el chiste de que los representantes del PRI (Partido Revolucionario Institucional) de México, por entonces 60 años en el gobierno, acabarían por venir a los congresos del PSOE a aprender. Ese era el retrato del adversario que impregnaba el ambiente previo a la asamblea.
El centro derecha estaba obligado a dar una respuesta urgente a esa amenaza cierta de régimen de corte cuasi priísta. La división en personalismos y matices ideológicos (Suaristas, liberales, democristianos, reformistas, conservadores,...) de esa misma derecha había provocado el hastío en buena parte de la opinión pública. Estancado en el 26 por ciento del electorado, el PP refundado llegó a Sevilla decidido a integrar a todo el mundo, viniera de donde viniera con tal de que aportara y a hacer un relevo generacional sin apartar a los veteranos.

El «Waterguerra»
La oportunidad y la audacia eran inéditas —el congreso se celebraba en la capital electoral del felipismo— y por primera vez el centro derecha acertaba con los tiempos y tenía en cuenta la importancia de la imagen. El «Waterguerra», el caso de los negocios del hermano del vicepresidente del Gobierno que había destapado ABC, anunciaba el principio de un fenómeno clave en el declive del PSOE: la corrupción.
El PP que salió del congreso de Sevilla con Aznar al frente era nuevo en todo. Con muchas caras jóvenes de la vieja AP, como el propio presidente, Álvarez-Cascos o Ruiz-Gallardón; y también de políticos procedentes de UCD, aunque luego se quedaran en la trastienda, como Martín Villa o Pío Cabanillas. Pero nuevo sobre todo por la unidad en el proyecto y el empuje. Cuando el sucesor de Fraga cerró el congreso con la frase «seremos oposición por poco tiempo», el mensaje de la alternativa del centro derecha resultó creíble por primera vez para los que asistíamos en misión informativa. Se pusieron las bases para el cambio, como luego quedó demostrado en las urnas. El fantasma del PRI se esfumó.

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