Lunes , 22-03-10
TEXTO: LUIS MIRANDA
FOTO: ROLDÁN SERRANO
CÓRDOBA. La nostalgia de una Semana Santa llena de fervor y recogimiento aflora en la palabra de Pablo García Baena cuando habla de las procesiones antiguas que evocó en 1979.
-Su pregón es tan singular que usted insiste en no llamarle ni siquiera pregón.
-No, por favor. Lo mío no es un pregón, el pregón es otra cosa: es una especie de rapto, de frenesí en loor de la Semana Santa. Yo la verdad es que soy un poco más tranquilo. Se necesita una voz, como don Mariano Ruiz Calero, el canónigo aquel que llenaba la Catedral con su voz, o los que predicaban quinarios y novenas. El pregón era García Sanchiz, que fue el primer pregonero de la Semana Santa de Córdoba, que tenía una gran habilidad y una voz que llenaba el Gran Teatro, pero yo no tengo esas cualidades.
-Y por eso optó por «El retablo de las cofradías», ¿no?
-En realidad es una charla, una conferencia, como lo del viernes pasado en los Dolores, que le llamamos «Salutación». Yo le prefiero llamar «laudatio» a la manera académica, pero eso era demasiado para el público fiel. Los pregones son cada vez más deleznables, se han convertido en un tópico total y todos dicen lo mismo.
-¿Y esto se debe a que es difícil innovar o a que no hay creatividad para hacerlo mejor?
-Y también porque normalmente prefieren que sea un cofrade, para que diga lo mismo que quieren todos, que venga alguien que les ponga las peras al cuarto. Eso es lo que no quieren de ninguna manera, y la Agrupación nombra a sus fieles: un capataz de paso, uno de juventud... los que siguen la línea, a mi manera de ver equivocada, de la Semana Santa.
-¿Le ha gustado alguno en los últimos años?
-El último al que fui fue el de Fermín Pérez, y de eso debe de hacer veinte años. Yo tampoco vivía antes en Córdoba. Los primeros los oí todos, porque entonces sí vivía aquí y era muy entusiasta de la Semana Santa. Ingenuo de mí, creía que aquello sería una creación artística que luego se quedó en el Remedio de Ánimas nada más, porque ninguna cofradía siguió la línea. Los oí todos: sermones como el del Padre Suárez, el que hizo González Gisbert, jefe de publicaciones estatales, gracias a quien en «Cántico» nunca tuvimos una censura. De los últimos estuve en el de Carlos Clementson, en el de Zueras y en el de Fermín.
-¿Y de otras partes?
-De Sevilla me entusiasman el de Romero Murube y el de Carlos Colón, que es espléndido. Eso es lo que no se puede transportar a Córdoba, por mucho que quieran copiar. Esa manera de sentir al pueblo a través de la literatura. Córdoba es muy fría, y se podrán copiar pasos, imágenes y hasta títulos de cofradías, cada vez más barrocas y tremendas. Pero luego falta la masa, el coro, de las grandes óperas. Y eso en Sevilla es único, así que tendrías que traerte a los sevillanos.
-Dice en «El retablo de las cofradías» que la Semana Santa de los años 30 y 40 es muy sencilla, casi de pueblo. ¿Le gustaba más que la de ahora?
-Las cofradías han progresado mucho, indudablemente, pero yo preferiría menos pasos y seguir una línea más auténtica, que la hay.
-¿Cree que lo entendieron los cofrades que lo escucharon?
-A mí no me interrumpió nadie para aplaudir algún pasaje, como suele hacerse.
-¿Y eso es bueno o malo?
-Fue malo, porque en realidad no gustó nada. Había un hermano mayor muy calificado, que estaba junto a mi sobrina. Y le oyó decir «no he oído nada peor en mi vida». No le digo quién es, pero piense en las más altas cofradías de la ciudad y uno de ellos (ríe).
-¿Qué echa de menos?
-A mí lo que me gustaría es el recogimiento de aquellos días, la verdadera religiosidad, que ahora no existe, el recogimiento, el fervor. Por mucho que la Agrupación de Cofradías reparta colgaduras no hay nadie en los balcones. Y antes era todo lo contrario. La ciudad se presta a tener una Semana Santa andaluza, de categoría, pero reconcretada en lo suyo, pero no una clonación o no una colonización sevillana.

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