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Sellado con un verso

Sellado con un verso

«No volveré a ser joven». Así titulaba el poema del que estaba más satisfecho Jaime Gil de Biedma: «Pero ha pasado el tiempo /y la verdad desagradable asoma: /envejecer, morir, /es el único argumento de la obra». Y ese último verso inspiró a Andreu Jaume para titular la correspondencia del poeta: «El argumento de la obra». Son cartas remitidas entre 1951 y 1989, donde Gil de Biedma traza «un itinerario crítico que puede ser muy útil no sólo para entender mejor su poesía sino también para atemperar las estridencias creadas por su popularidad», advierte el editor de Lumen.

Carlos Barral, María Zambrano, Jorge Guillén, Gustavo Durán, Juan Marsé, Jesús Aguirre, los Goytisolo o Luis García Montero recibieron selladas las inquietudes del autor de «Las personas del verbo». En el remite, la toponimia biográfica. Castillejos del servicio militar con Alberto Oliart, el universitario Oxford, la familiar Nava de la Asunción, la sensual Manila de la Compañía de Tabacos de Filipinas y la Barcelona de la obligación y el placer.

Devociones

Devociones poéticas: Eliot, Auden, Guillén y Espronceda. El libro de Langbaum «La poesía de la experiencia», que Gil de Biedma leyó en inglés y de cuyo sentido real, sus imitadores siguen sin enterarse (no vio la luz en español hasta 1996). Tampoco parece importar la categoría literaria de Gil de Biedma a quienes sólo lo ven de «cónsul de Sodoma». Enfatizar la experiencia homosexual del poeta, señala Jaume, «empobrece sin remedio una de las dimensiones en las que precisamente radica la universalidad de su poesía y que es además una de las claves de su éxito».

Nada más reduccionista que pasar a la historia como icono gay. Así lo expresa un abrumado Gil de Biedma al editor Dionisio Cañas, cuando éste prepara una antología que pretende abordar su homosexualidad. Más que el sexo de los amantes -argumenta- quiere plasmar «el juego de ambos, celos decepciones y nostalgias que configuran el sistema de tensiones que padecen en su relación de pareja... Y creo que esa experiencia es fundamentalmente la misma, sea una pareja homosexual, heterosexual (de lo cual tengo también alguna experiencia) o lésbica...» Salvo Cernuda o Kavafis, concluye, la literatura homosexual no le atrae por excesivamente militante: «El autor, y el lector con él, parecen poner más atención en el sexo de la persona amada o deseada que en el amor y el deseo».

Las misivas a Jorge Guillén y María Zambrano destilan el respeto hacia el magisterio. Gil de Biedma dedica un ensayo a «Cántico»: «La historia de mis lecturas de ese libro y de lo que representaron en la formación definitiva de mi conciencia de escritor». La evocación del malogrado Alfonso Costafreda le lleva a una reflexión. Se lo confiesa a María Zambrano: «Su vida, tan frustrada y patética, ha venido con el tiempo a convertírseme en la mejor ilustración de que ser poeta es todavía -y que siga siéndolo- un destino serio y terrible, no una profesión pintoresca y marginal, que uno fácilmente compagina con alguna actividad de ganapán».

El Gil de Biedma «poéticamente incorrecto» critica, en una carta a García Montero, los «Nueve poetas novísimos» de Castellet y no deja títere con cabeza: «Es curioso que la obra de un grupo tan programáticamente esteticista y culturalista ofrezca tan poco interés en cuanto a materia artística, innovaciones y técnica literaria, a ese respecto, uno puede prescindir de ellos bastante tranquilamente».

Pero había pasado el tiempo que abreviaba cartas y espaciaba versos. Y el poeta, seriamente enfermo, constató que la vida iba en serio: el único argumento de la obra.

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