Domingo , 21-02-10
POR J. P.
CÓRDOBA. Ni la luz ni la noche de Poniente, que ya conocía, tienen que ver con el sol y las sombras del barrio de la Catedral. Ni farolas que alumbran, ni naranjos que aroman, ni fachadas que definen calles, ni balcones que las admiran se asemejan. Por eso, aunque ya sabía de Poniente, el Santísimo Cristo de la Luz no conoció a Córdoba hasta que ayer entró en ella por la plaza de la Trinidad y llegó a sus entrañas por las piedras de la Judería.
A las cinco de la tarde saludaba Góngora a la cruz de color blanco que abría el cortejo de gloriosos estandartes y banderas penitentes. A los flancos del madero que alude a la relación estrecha de la Sagrada Cena con los franciscanos de la Cruz Blanca, daban cuenta dos cirios rojos del marcado carácter sacramental de la hermandad.
Tras las representaciones de gran parte de las cofradías cordobesas, que cerraba el bacalao de la Sagrada Cena, doce parejas de hermanos dibujaban, de nuevo con cera roja, la senda al más «joven» de sus titulares, a la sazón, la imagen de hechura más reciente que preside el piadoso acto que ayer, primer sábado de Cuaresma, ejercitaron las hermandades en la Catedral.
Tras ellos, miembros de la Agrupación de Cofradías, el hermano mayor de la Sagrada Cena, Antonio Susín; y el párroco de de Beato Álvaro de Córdoba, su sede canónica, Tomás Pajuelo.
Desde el presbiterio de la parroquia en la que dio sus primeros pasos hace 25 años la hermandad que le rinde culto llegó el Crucificado a la puerta de San Juan y Todos los Santos, en la que esperaban los fieles, peregrinos tras el Señor a la Catedral.
La forma en la que la cofradía se puso en la calle no difirió del Via Crucis rezado en 2009 por su barrio con el recién llegado Cristo de la Luz -bendecido en noviembre de 2008-, cuya limpia policromía se impregnó ayer de las oraciones dedicadas por los turistas que encontraron el cortejo y de los cofrades que, en un número llamativamente reducido para un colectivo que se gloria de aglutinar a miles de personas, asistieron al traslado y al Via Crucis.
Iba el Señor sobre una estructura que hacía las veces de andas, aunque no lo era. Llevaba a los pies de la cruz iris morados y a los lados sus hermanos portaban dos faroles que alumbraban su dulce rostro. Grupos de doce personas con chaqueta y guantes negros se encargaron de llevarlo entre el silencio por Lope de Hoces, Tejón y Marín y Almanzor. Allí escuchó las Letras y olió el romero de la calle desde la que conoció el tejado y la torre del primer templo. La buscó el cortejo entre imanes de toro y gitana y filigrana hecha en Córdoba y también «made in Taiwan».
Minutos después entraba el Señor al Patio de los Naranjos. En la Puerta de las Palmas lo esperaba el vicario general de la diócesis, Fernando Cruz-Conde, que dio paso al rezo de las estaciones que leyeron los pregoneros de este año de la Semana Santa, la Juventud y las procesiones de Gloria.
Tras el piadoso acto celebrado entre las columnas de la antigua Mezquita dio comienzo la misa, al término de la cual regresó a la Trinidad el Santísimo Cristo de la Luz... de la luna a esas horas.

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